La altura siempre la hemos relacionado con la genética de nuestros antepasados. Si tú y tu pareja son altos, esperan que los retoños sean altos. Otra cosa es cuando la diferencia de altura es grande entonces todo es una lotería hasta que el niño crece. Sin embargo, no todo es genética, así lo han ido exponiendo las investigaciones a lo largo de la historia. Entre los factores que entran en juego en este aspecto está el mes en el que nacemos, que tiene más importancia de la que creemos en nuestra altura.
Ya en 1998 un estudio del Statens Serum Institut de Copenhague concluyó que los nacidos en primavera y otoño son más altos que los que nacen en verano y en invierno. En ese momento los investigadores estudiaron a más de 1’1 millones de niños daneses nacidos entre 1973 y 1994, encontrando “variaciones estacionales en altura y peso en el momento de nacer”.
Conclusiones similares han sido las que han hallado en un estudio dirigido por el investigador de la Universidad de Murcia José Miguel Martínez Carrión que se ha publicado en ‘Economics and Human Biology’ y que expone que el final del verano y el otoño fueron las mejores épocas para la estatura de los nacidos en esos meses, mientras que los de invierno son los menos propicios.
A partir de aquí entran en juego otros factores, como el clima, para la obtención de recursos y alimentos. Así, en las poblaciones previas a la industrialización, como la de la década de los 60, el final del verano y el otoño eran las épocas de mayor rendimiento agrícola con disponibilidad de recursos económicos para la provisión de proteínas animales.
De esta manera, la disponibilidad de frutas, verduras y otros nutrientes fueron claves para el buen crecimiento infantil. “Las madres que dieron a luz al final del verano y el otoño tuvieron acceso a abundante comida y frutas y verduras frescas durante el tercer trimestre del embarazo, el periodo de mayor crecimiento del feto. Además, estuvieron más expuestas a la luz solar y, por tanto, se beneficiaron de la exposición a la vitamina D”, ha explicado el autor de la investigación.
Aún así, recalca que “se requiere más investigación, con datos de hombre y mujeres y más estudios de campo, con poblaciones más diversas y de diferentes áreas climáticas, que permitan apoyar estas conclusiones y avanzar en las complejas relaciones del clima y la altura humana, dada la importancia que adquiere el cambio climático en los últimos tiempos”.