Desde hace tiempo, se ha asociado el tomate con enfermedades como la gota, producida por un exceso de ácido úrico, y algunos trastornos digestivos, inflamatorios y hasta cardiovasculares. Lo cierto es que tales trastornos no se asocian solo con el tomate, sino con todas las plantas solanáceas, extendidas por todo el mundo y el alimento básico de muchas culturas por su riqueza nutricional. Sin embargo, pueden estar contraindicadas en personas que sufren enfermedades autoinmunes o inflamación crónica. Pero, vayamos por partes.
Las plantas solanáceas constituyen una familia de hasta 2.000 especies, aunque solo un pequeño porcentaje son comestibles. Además del tomate, son solanáceas la berenjena, el pimiento (en todas sus variedades), la patata y las bayas de Goji. También son miembros de esta familia los chiles y algunas plantas medicinales como la belladona, el estramonio o la mandrágora e incluso ornamentales como la petunia. Aunque comúnmente nos referimos a ellas como verduras, muchas de ellas son, en realidad, frutas como es el caso de los tomates, los pimientos o las berenjenas.
Las solanáceas producen alcaloides con potentes efectos fisiológicos en los animales como la escopolamina, la atropina, la nicotina y la solanina, la que genera los principales inconvenientes para el consumo humano.
¿Por qué debemos desechar las pepitas de los pimientos? ¿Por qué hay que retirar el tomate de la dieta de una persona con artritis reumatoide? La causa está en la solanina, una sustancia pesticida, tóxica para insectos, animales y humanos, de sabor amargo, que compone el sistema defensivo de la planta y que se localiza en las hojas, los frutos y los tubérculos.
Existen dos hipótesis sobre cómo actúa la solanina en nuestro organismo. La primera de ellas establece que la solanina inhibiría una sustancia llamada acetilcolinesterasa, la enzima responsable de degradar un neurotransmisor del sistema nervioso llamado acetilcolina. Se produce así un aumento de la concentración de acetilcolina que, a su vez, conduce a alteraciones a nivel del sistema nervioso y de la regulación del equilibrio de los líquidos del organismo.
La segunda hipótesis afirma que la solanina interaccionaría con la membrana de la mitocondria, la responsable de la vitalidad de las células, pudiendo desencadenar la muerte celular.
Los expertos aún no saben qué hipótesis es la real, pero sí se sabe que la solanina tiene efectos tóxicos en el organismo y que puede producir alteraciones a nivel del sistema nervioso, como confusión o incoordinación motora. También puede producir alteraciones del aparato digestivo, como náuseas, vómitos, dolor abdominal, hinchazón y diarrea o estreñimiento.
A largo plazo puede producir una inflamación general del organismo por alteraciones de las membranas celulares en la mucosa del tubo digestivo. Sobre esta alteración parten numerosas enfermedades crónicas que pueden terminar repercutiendo en el equilibrio de los minerales del organismo, favoreciendo a largo plazo las alteraciones articulares o de los huesos como la osteoporosis.
Los cuadros de intoxicación aguda, sin embargo, son menos frecuentes por la manera en la que consumimos estos alimentos, normalmente cocinados y pelados. Sin embargo, sí pueden ser muy peligrosos para los animales.
Es importante adaptar la ingesta de las solanáceas al estado físico de cada persona. En pacientes con algún tipo de enfermedad inflamatoria aguda o crónica, enfermedades óseas o articulares, insuficiencia renal, mujeres embarazadas, personas con trastornos neurológicos o enfermedades neurodegenerativas o incluso aquellas con problemas cardíacos, ya que se ha visto que la solanina también favorece algunas alteraciones cardíacas, es mejor reducir o el consumo.
Para el resto de personas, hay que tomarlas cuando están muy maduras, ya que las concentraciones de solanina disminuyen según se va madurando. Esto es muy importante en el caso del tomate. Por último, es aconsejable pelarlas, sobre todo las patatas y las berenjenas porque la solanina se encuentra en la piel y en las primeras capas de la verdura.