Nuestros antepasados dormían de forma distinta: ¿por qué cambiamos aquella costumbre?

Los adultos deben dormir ocho horas diarias para llenar el cuerpo de energía y funcionar óptimamente. O eso nos dice la ciencia. Sin embargo, esta prescripción de salud es algo relativamente moderno. En realidad, el patrón del sueño dominante fue bifásico durante siglos, es decir, se repartía en dos bloques separados por un periodo de vigilia. ¿Por qué es habitual despertarnos en mitad de la noche? Podría ser una reminiscencia de ese hábito ancestral arraigado en nuestros antepasados.

El sueño bifásico es un patrón popularizado por el historiador Roger Ekirch. Descubrió indagando en documentos que abarcaban desde la Edad Media hasta la Revolución Industrial una referencia recurrente a los “primeros sueños”, lo que le impulsó a compilar una serie de pruebas historiográficas, procedentes tanto de la ficción como de documentos oficiales, de la existencia de un sueño bifásico en estos periodos.

Un hábito muy extendido

Este patrón consistía en una primera fase de sueño breve, quizás entre las 9 y las 11 de la noche, seguido de un periodo de vigilia que duraba una hora o más. "Durante ese tiempo algunas personas se quedaban en la cama, rezaban, pensaban sobre sus sueños o hablaban con sus parejas. Otras, en cambio, se levantaban y realizaban diversas tareas, e incluso visitaban a sus vecinos antes de volver a la cama", esta vez hasta el amanecer, explicaba Ekirch.

Este hábito no se reducía a Europa, sino que también estaba extendido por África, el sur y el sudeste de Asia, Australia, Sudamérica y el Medio Oriente. Y de pronto se olvidó. ¿Por qué perdimos esta costumbre? La principal razón habría sido el desarrollo de las fuentes de iluminación artificial. Durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del siglo XX los hogares comenzaron a contar con fuentes artificiales de luz, como lámparas de gas y bombillas, que alteraron para siempre la relación del hombre con la noche.

La cama no nos llamaba ya con tanta antelación y, para optimizar el tiempo, era mucho mejor dormir del tirón. Además, los nuevos empleos fabriles que trajo la Revolución Industrial también establecieron la estandarización de los horarios de trabajo, lo que contribuyó a que la sociedad fuera adoptando el sueño continuo como forma de aprovechar mejor el tiempo en los días laborales. Además, hay que tener en cuenta que descansamos con mucha mayor tranquilidad que nuestros antepasados. No tenemos que preocuparnos de que nos asesinen en mitad de la noche, de morir congelados o de nos piquen los piojos o las chinches.

¿Cuál es la mejor forma de dormir?

Pero, ¿realmente las ocho horas reglamentarias es la mejor forma de dormir? ¿Qué sería mejor para nuestros ritmos circadianos? Una investigación realizada en los años 90 por el científico del sueño Thomas Wehr arroja algo de luz al asunto. Realizó un experimento con 15 hombres que tenían patrones de sueño normales, a los que se les privó de iluminación artificial durante la noche para acortar sus horas de luz. De las 16 a las que estamos acostumbrados, pasaron a diez. El resto del tiempo permanecían confinados en un dormitorio sin luces ni ventana y no se les permitía tocar música ni hacer ejercicio.

Al principio, todos mantuvieron sus hábitos normales y dormían en un turno nocturno que duraba desde la noche a la mañana. Pero después de cuatro semanas, sus patrones comenzaron a transformarse y ya no dormían en un tramo, sino en dos bloques. Sus ritmos circadianos también se habían ajustado, por lo que su sueño se alteró a nivel biológico. Esto no necesariamente significa que el sueño bifásico sea la mejor opción, sino que esos insomnios tan típicos de medianoche, en los que nos despertamos y nos pasamos buena parte de la noche sin pegar ojo, podrían ser mucho más normales de lo que creemos, por lo que quizás deberíamos tomárnoslos con menos ansiedad.

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