Carla Irún, paciente de cáncer metastásico triple negativo: "La vida es un regalazo y merece que me despida de ella de forma elegante"
Esta psicóloga, de 46 años, comparte con Uppers la etapa final de su vida y celebra con nosotros todo lo bello
Hace solo unos meses recibió un diagnóstico irreversible y ha decidido narrar el proceso en su cuenta de Instagram
Su propósito es hartarse de dar las gracias y mostrar una manera diferente de encarar la enfermedad y la muerte
Carla Irún, psicóloga de 46 años, no puede esperar a que escampe la tormenta. En un tiempo récord está aprendiendo a bailar bajo la lluvia. Paciente de cáncer de mama triple negativo metastásico y con un pronóstico de vida muy escaso, sabe que el tiempo corre inexorable y quiere apurar la vida hasta el último soplo. Lo primero que ha hecho ha sido darse el placer de vivir, sin contar los días que le quedan y apurando el instante. Puede que a nuestra soberbia humana le cueste entender su forma de apechugar con la muerte cuando parece inminente, pero nadie le va a frenar sus ganas de celebrar la vida.
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Unos meses de gracia para decir adiós
Uppers ha tenido el privilegio de contar con su testimonio en primera persona, aunque ella dice que la privilegiada es ella: "La enfermedad me está dando unos meses de gracia para poder despedirme y me siento en la obligación de hacerlo con elegancia, belleza, honestidad y gratitud".
Su crónica arranca en el momento en el que nota algo extraño en el pecho, hace año y medio. "Pensé que no debía asustarme. Habían pasado seis meses desde mi última revisión y todo había ido bien. Una biopsia confirmó el cáncer de mamá". Tras 16 sesiones de quimioterapia, una cirugía y otras 12 sesiones de radioterapia, supo que el cáncer avanzaba sin piedad. Necesitó otros seis meses de quimioterapia, esta vez aún más fuerte. "Hoy mi cáncer es tan agresivo que es metastásico y se ha diseminado a la pleura", nos explica.
"La mente tira de mí"
Ella misma se sorprende de su fortaleza mental. "Físicamente, mi cuerpo tiene limitaciones, pero la cabeza tira de mí y es importante porque necesito emprender este camino con naturalidad". Como psicóloga y por su vocación innata por el ser humano, cree que puede aportar mucho en este proceso, aunque sea duro y aunque haya tenido que vencer su timidez y, de alguna manera, quebrantar su intimidad para compartirlo. "Por mi naturaleza, por mi profesión y por herencia familiar, siempre he sido una mujer discretísima, pero ahora necesito contar mi experiencia vital y hablar de los sentimientos que me invaden. Estoy dejándome llevar por el corazón". Como dicen, ahí está la boca del sabio.
Directora de Recursos Humanos, madre de una niña de 13 años y casada con un hombre que le está demostrando un amor "infinito", Carla no se libró de ese momento de perplejidad que sucede a un diagnóstico fatal. "Lo peor -dice- es abrir los ojos por la mañana y ser consciente de que no ha sido un mal sueño. Es real, padezco un cáncer de mama metastásico muy agresivo y lo tengo que aceptar". Entonces decidió aprehender el tiempo, con sus horas y minutos. No desde el desconsuelo, sino desde la serenidad, la esperanza y la exaltación de la vida. Cuidadosamente, pero con firmeza.
Lo primero que le inspira ese corazón que ahora rige su vida es la gratitud como la manera más exquisita de despedirse. Se ha tomado un tiempo para hacer inventario de razones y personas por las que agradecer a la vida. Esto va a marcar una gran diferencia con respecto a muchos pacientes en su situación. Su actitud atrae grandes cosas, como el amor incondicional de la gente que la ama y respeta. "Ahora mismo me siento abrumada por todo el cariño que estoy recibiendo. Quiero hartarme de amar y de expresar las gracias a todos los que han contribuido a darme felicidad. Esto me alivia el dolor y me ayuda a apreciar más intensamente la vida. Es maravillosa, incluso en los momentos de mayor sufrimiento. Vivir es un regalo inmenso que quiero aprovechar hasta el último segundo".
Hay una forma menos dramática de afrontar el fin de la vida
Se siente especialmente afortunada por conocer a tiempo un diagnóstico que es irreversible. Le permite gestionar este proceso de una manera eficiente y anticiparse a la vida familiar sin ella. No sabe si llamarlo valentía, pero sí hará que se marche "serena, feliz y satisfecha con la vida y con mis seres queridos". Entiende que todo esto es duro de comprender, sobre todo porque nadie nos enseña a asumir ni el cáncer ni la muerte. Por eso, ha abierto una cuenta de Instagram que tiene como propósito romper mitos y mostrar que existe una forma menos dramática de afrontar la enfermedad. Con sinceridad, valentía y mucha calma.
Desde esa posición, su red social se ha convertido en una lección magistral. En ella habla del lenguaje erróneo que persiste en una sociedad en la que el cáncer sigue siendo tabú. "Con todo el cariño del mundo, muchas personas se empeñan en darte ánimos, en hacerte creer que todo irá bien, aun sabiendo que mis células avanzan con una velocidad fuera de lo común. Siempre digo que lo que de verdad me ayuda es saber que están conmigo y que amarán a mi hija cuando yo no esté. Es más simple de lo que imaginamos. Hay ratos en los que nada mitiga más el dolor que un abrazo o una mano que te ase con fuerza. Pero nos cuesta mirar de frente al cáncer. Lo noto incluso cuando me ven con peluca o pañuelo y rehúyen la mirada".
"Quiero que mi hija me recuerde hermosa"
En las historias que sube a su cuenta habla de alto tan cotidiano, pero esencial, como vestirse. "Hay mujeres que llegan a las sesiones de quimioterapia de negro y colores oscuros, asumiendo la derrota. A mí me gusta vestirme, maquillarme, ponerme mis tacones o cualquier gesto de coquetería. Sentirse bella ayuda a encarar mejor la enfermedad y a tener confianza en una misma. Quiero, además, que mi hija me recuerde hermosa". Ha publicado también el momento en el que desaparece su melena. No solo rompe el tabú, sino que cambia con un toque de humor el triple negativo de su cáncer por un triple positivo: "Adiós a los tintes, me olvido de las puntas abiertas y voy peinada casi perfecta".
No pretende dar consejos, pero sí le gustaría que la gente abriese de una vez los ojos y aprovechase la vida. "Es un regalazo y la desperdiciamos quejándonos por un contratiempo, por esto o por lo otro. Me siento privilegiada por el nivel de consciencia que tengo en este momento. ¿Cuántas personas habrá de 70 o incluso de 100 años que no han sentido jamás la vida como yo la estoy sintiendo ahora? La vida es tan bonita que aprecio hasta la belleza de una flor".
Incluso en medio de los ratos de sufrimiento casi extremo que implica un cáncer metastásico agresivo, Carla se aferra a lo bonito y deja que los recuerdos la lleven a su niñez en su playa del Voramar, junto al Mediterráneo. "Es curioso y no sé si a más personas en mi situación les sucede, pero cuando tengo un día no muy bueno y siento que el final no está tan lejos, solo pienso en mi infancia. Es como cerrar el círculo, acabar donde empezaste", escribe en su cuenta.
Su abuela canaria, de 101 años
Son recuerdos que le transmiten serenidad y seguridad. Como las papas arrugás con el mojo picón de su abuela canaria, de 101 años, y sus zapatitos rojos que combina coqueta con sus looks. "Más feliz que una perdiz".
"Me iré -admite con aplomo- en unas semanas, tal vez unos meses, pero deseo que este sea mi legado. Quiero irme consciente de que me voy y hacerlo de una forma elegante, organizada y calmada. Apabullada de cariño y celebrando la vida, que es nuestra mayor riqueza".