Por qué se te cierra el estómago si andas dándole vueltas a algo

  • El cerebro no es capaz de distinguir entre lo real y lo que imaginamos, tampoco entre lo que ha ocurrido y lo que nunca termina sucediendo

  • El eje intestino-cerebro, canalizado a través del nervio vago, articula la continua conversación entre nuestra mente y nuestra microbiota

  • En esa compleja relación, puede ser que se nos 'cierre' el estómago y no podamos comer, pero también que nos demos atracones de comida: es el hambre emocional

La inquietud nos acompaña casi siempre que pensamos en el futuro. Esa inquietud no sale gratis porque el cerebro no es capaz de distinguir entre lo real y lo que imaginamos. Se asusta o se alegra ante un simple estímulo, independientemente de que sea real o imaginado. Su objetivo es crear sistemas coherentes en cada uno de los 60.000 pensamientos que generamos cada día, aunque lo que pensemos nunca termine ocurriendo. El resultado, como apunta en su cuenta de Instagram la ilustradora Hilda Beriain (@hildaenlasnubes), puede ser eso de que 'se nos cierra el estómago'.

No está solo en tu cabeza

La sensación de nudo en el estómago no es metafórica. Realmente, algo físico ocurre en nuestro sistema digestivo y la causa está en el eje intestino-cerebro, canalizado a través del nervio vago, el componente principal del sistema nervioso parasimpático, que controla las funciones y actos involuntarios de nuestro cuerpo. El nervio vago también es el nervio craneal más largo, ya que se prolonga desde el bulbo raquídeo hasta el tórax, atravesando la región cervical, el tórax y la cavidad abdominal.

Las últimas investigaciones avalan también que el intestino es nuestro segundo cerebro y que la microbiota, los 100 trillones de microorganismos que viven en él, tienen la capacidad de influir significativamente en nuestra mente, estado de ánimo y en nuestro comportamiento. Es decir, existe una interconexión entre los estados de depresión o ansiedad y los desequilibrios de la flora intestinal, provocados, a su vez, por una falta de buenos hábitos alimenticios.

En una entrevista a Uppers, Mar Larrosa, profesora e investigadora del área de Nutrición y Alimentación de la Universidad Europea, confirmaba la existencia del eje intestino-cerebro. "Existe una intensa comunicación bidireccional entre nuestro cerebro y nuestro intestino y la microbiota que habita en él. En nuestro intestino existen millones de neuronas que conforman el denominado sistema entérico, vinculando los centros emocionales y cognitivos del cerebro con las funciones intestinales periféricas. Esta comunicación es la que ha dado lugar a expresiones como 'tengo un nudo en el estómago' o 'sentir mariposas en el estómago', que ponen de relieve esta relación. La red de comunicación bidireccional incluye tanto conexiones neurales como hormonales que, combinadas, permiten que el cerebro influya en las actividades del intestino", asegura la experta.

La conexión cerebro-intestino es conocida desde el siglo XIX, pero en los últimos años las investigaciones acreditan que el intestinoinfluye en el cerebro mediante la estimulación de células en el intestino y la secreción de neutrotransmisores como la serotonina, que influye en nuestro comportamiento y estado emocional. El 95% de la serotonina que circula por nuestro cuerpo se produce en el intestino, lo que nos da una idea de hasta qué punto el sistema digestivo y la mente están vinculados.

Darse atracones

En esta compleja relación entre intestino y cerebro, puede darse la opción contraria: darse atracones cuando nos sentimos inseguros o ansiosos ante algo. Es el llamado hambre emocional, provocado, normalmente, por una conexión directa entre la comida y el estrés. Para muchos, comer es algo que relaja, que sienta bien y que, al menos momentáneamente, hace que se olviden otros problemas.

El hambre emocional se caracteriza por un impulso incontrolable con el que anestesiamos algunas sensaciones o sentimientos incómodos. Las emociones que nos llevan a comer de una manera desenfrenada pueden ser el aburrimiento, la soledad, la ansiedad, la ira, el estrés, el enfado, la depresión o una autoestima baja. La ingesta procura un bienestar momentáneo, seguido de un sentimiento de culpa o frustración por haber cedido al impulso de comer.

Este tipo de hambre es frecuente en personas autoexigentes y con tendencia a hacer dieta. Además, una mala rutina nutricional, con horarios dispares y abundancia de procesados, aumenta las posibilidades de los atracones emocionales. La peor consecuencia de los atracones emocionales es que pueden llevar al sobrepeso y, en casos graves, a trastornos alimentarios como bulimia o anorexia. Sentir hambre no es lo mismo que tener hambre. Por eso, para no caer él, los nutricionistas aconsejan comer de forma organizada y racional, con cantidades suficientes y la proteína necesaria. De esa manera, la probabilidad de sentir ese hambre emocional disminuye.