"Solo cinco minutos más, por favor", son las primeras palabras que pronuncian, ya sea en voz alta o para sus adentros, millones de personas cada mañana. De hecho, muchas ya cuentan con esa prórroga y ponen conscientemente la alarma del despertador antes de la hora a la que deberían despertarse para así prolongar un poco más el sueño. Los más avezados incluso han perfeccionado un sistema para que la alarma suene cuatro o cinco veces antes de levantarse por fin de la cama. La creencia popular, apoyada por diversos testimonios médicos, sostiene que esto es muy dañino para nuestro descanso porque los ritmos biológicos del sueño quedan comprometidos. Pero, ¿y si en realidad retrasar la alarma una y otra vez no fuese tan malo como creíamos? ¿Y si fuese lo más sano?
Aunque nunca ha habido una evidencia científica sólida al respecto, los expertos en medicina del sueño han abogado tradicionalmente por limitar el uso de la función snooze que llevan incorporados muchos despertadores digitales. Se consideraba que esta acción, además de interrumpir abruptamente el sueño varias veces durante el último tramo de la noche, incrementaba la llamada 'inercia de sueño', un estado pasajero de estupor en el que las capacidades cognitivas y emocionales quedan alteradas durante un buen rato.
Sin embargo, varios estudios recientes han venido a contradecir esta idea generalizada. Una investigación publicada en 'Journal of Sleep Research' concluía que retrasar la alarma hasta tres veces durante 30 minutos no solo no tendría apena efectos sobre el tiempo total de sueño, sino que reduciría la 'inercia de sueño', ya que quienes usaron la función snooze mostraron un mejor rendimiento recién levantados en varias funciones cognitivas, como la velocidad aritmética o la memoria episódica.
En este sentido, la doctora Sara E. Benjamin, directora médica del Johns Hopkins Sleep Disorders Center, estima que "si una persona pospone su alarma de forma rutinaria, no está provocándose ningún daño en cuanto a la arquitectura general de su descanso o a su funcionamiento durante el resto del día".
Ahora un nuevo trabajo científico elaborado por investigadores de la Universidad de Estocolmo ha ahondado en los efectos que tiene sobre la salud el posponer la alarma una y otra vez. Para su sorpresa, más de dos tercios de los 1.700 participantes en su encuesta dijeron darle cada mañana al botón de retrasar la alarma o, incluso, tener varias alarmas puestas. Entre ellos seleccionaron a 31 sujetos, con una edad media de 27 años, y los invitaron a pasar tres noches en el laboratorio, durmiendo. Los investigadores también reclutaron a un grupo de durmientes sanos, de los que se despiertan a su hora, descansados y sin rechistar.
Tras despertar, se pedía a todos los participantes que solucionaran varios problemas de matemáticas, así como otras pruebas cognitivas, como la memorización de palabras. También se midieron sus niveles de cortisol en la saliva. Esta hormona está muy relacionada con el proceso de despertar. Los resultados revelaron que los niveles de cortisol eran mayores en el momento de despertar en las personas que lo hacen lentamente, pero se normalizan muy rápidamente. Por otro lado, los resultados de las pruebas cognitivas fueron mejores en ellos también, aunque tuvieron menos horas de sueño.
Como señala la autora principal del estudio, Tina Sundelin, "la importancia de estos resultados es que aplazar el despertar puede no ser tan malo como creíamos hasta ahora. Se trata de un 'intercambio', en el que perdemos horas de sueño por la mañana, pero nos protegemos de la 'inercia del sueño". "Además, esos individuos demostraron que están somnolientos en todos los casos, ya sea despertándose de forma lenta o rápida. Según declararon, no se sentían menos cansados en ninguna de las dos opciones, pero, a pesar de eso, lo hicieron mejor en los test cognitivos", finaliza.