La artrosis es una afección que afecta significativamente a personas mayores de 55 años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor del 73% de las personas con artrosis son mayores de 55 años, siendo el 60% de ellas mujeres. Esta enfermedad se caracteriza por la degradación progresiva del cartílago articular, lo que conduce a un deterioro gradual en la función y estructura de las articulaciones afectadas.
Y eso sin contar los problemas psicológicos que acarrea, ya que según un reciente estudio, las mujeres son particularmente vulnerables en este sentido, con un 30% experimentando ansiedad y un 20% depresión. Esta condición también aumenta el riesgo de otras enfermedades como la hipertensión arterial y el reflujo gastroesofágico.
Aunque tradicionalmente se consideraba que la artrosis era una consecuencia inevitable del envejecimiento, hoy se reconoce que hay múltiples factores de riesgo involucrados. La edad es uno de los principales factores a tener en cuenta, pero no es el único. El desgaste del cartílago articular conduce a cambios óseos, como la formación de osteofitos, y esto acaba traduciéndose en problemas en las articulaciones afectadas.
Los síntomas comunes de la artrosis incluyen dolor, hinchazón, rigidez en las articulaciones, y un crecimiento excesivo óseo. Estos síntomas suelen ser más notorios tras un periodo de inactividad y pueden aliviarse con el movimiento. El diagnóstico se basa en la evaluación clínica de los síntomas y se confirma mediante radiografías y, en ocasiones, análisis de laboratorio.
El tratamiento de la artrosis se centra en aliviar los síntomas y mejorar las funciones de las articulaciones. Entre las estrategias efectivas se encuentran el uso de compresas frías para aliviar el dolor y la inflamación después de actividades extenuantes, así como masajes para mejorar la rigidez. Además, la aplicación de calor antes del ejercicio puede relajar las articulaciones y los músculos, disminuyendo el dolor.
Además del tratamiento médico habitual, es fundamental adoptar hábitos de vida saludables para prevenir la progresión de la artrosis. Esto incluye mantener un peso saludable, realizar ejercicio regularmente para fortalecer los músculos alrededor de las articulaciones afectadas y evitar actividades que sobrecarguen las articulaciones.
La nutrición juega un papel crucial en el manejo de la artrosis. La pérdida de peso y el ejercicio ayudan a reducir la carga en las articulaciones y disminuir la inflamación. Alimentos como el salmón, la caballa y la sardina, ricos en ácidos grasos omega-3, pueden mejorar el dolor y la funcionalidad de las articulaciones. Es importante también seguir una dieta que ayude a reducir los niveles de colesterol, lo que mejora la salud cardiovascular general. Los antioxidantes, encontrados en frutas, verduras y aceites, juegan un papel importante en la protección de las articulaciones.
Lidiar de forma efectiva con el dolor producido por la artrosis implica una combinación de actividad física, ejercicio, pérdida de peso, cambios en el estilo de vida, y medicamentos. En casos donde estos métodos no son suficientes, la cirugía puede llegar a considerarse como una opción viable. La fisioterapia y el ejercicio son fundamentales para mantener la movilidad y aliviar el dolor, y actividades como caminar, nadar, y hacer yoga son beneficiosas. Los medicamentos comúnmente utilizados incluyen paracetamol, antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) y duloxetina. Además, terapias de frío y calor, técnicas de relajación, acupuntura y masajes pueden ayudar en el alivio del dolor.
Como decíamos más arriba, en los casos más avanzados de artrosis, se pueden considerar varias opciones quirúrgicas, como la artroscopía, reconstrucción articular, osteotomía, sinovectomía, artrodesis o fusión, y el reemplazo total de articulación (TJR o artroplastia total de articulación). Cada una de estas opciones tiene ventajas y desventajas específicas y se seleccionan en función de la condición de cada paciente y el grado de severidad de la artrosis.
La artrosis es una enfermedad compleja que requiere un enfoque integral para su manejo, especialmente en personas mayores de 55 años. A través de la comprensión de sus síntomas, factores de riesgo, y opciones de tratamiento, los individuos afectados por este problema pueden tomar medidas proactivas para mejorar su calidad de vida y manejar los síntomas de esta enfermedad.