¿Quién no se ha visto en un parking buscando su coche? ¿Y en la nevera con la puerta abierta sin saber exactamente qué iba a buscar? ¿O en la puerta de casa, con el autobús a punto de llegar, pensando desquiciado dónde están las llaves? Esta última pregunta da título al último libro del neuropsicólogo barcelonés Saúl Martínez-Horta, '¿Dónde están las llaves?' En realidad, cualquiera habría sido oportuna para explicar nuestros olvidos cotidianos, lapsus, manías, fobias o aquellas experiencias con las que nos sorprende nuestro órgano más fascinante, el cerebro.
Martínez-Horta, doctor en Medicina y especialista en Neuropsicología clínica, trabaja en el Servicio de Neurología del Hospital Sant Pau de Barcelona. No se sorprende cuando le trasladamos nuestras inquietudes, puesto que no son tan diferentes de las que llegan a diario a su consulta. Empezamos con una que casi todo el mundo ha sufrido.
A los 20 uno olvida dónde aparcó el coche y todo queda en anécdota. A los 50 nos aterra la posibilidad de que sea un indicio de enfermedad.
La mayoría de los olvidos y descuidos solo son muestra del correcto funcionamiento de nuestro cerebro y son uno de los motivos de consulta más frecuentes por el miedo de que sea síntoma de un proceso irreversible. Son pequeños fallos del sistema que pueden estar propiciados por otros factores o simplemente suceder sin más. No entran en lo patológico. Eso no significa que debamos banalizar y normalizarlo como una consecuencia ineludible de la edad. Es verdad que con los años el cerebro funciona distinto o que aprendamos más lento, pero no debemos asumir que el deterioro es normal. Si los fallos persisten, es necesario consultar con un experto para entender qué está sucediendo.
¿Envejecer no es una enfermedad?
Envejecer es un proceso natural, no una enfermedad. A lo largo del envejecimiento suceden cambios evidentes en nuestra biología que no solo afectan a nuestra piel, agudeza visual o agilidad motora, sino que también al modo cómo funciona nuestro cerebro. Estos cambios, a diferencia de los que acompañan a los procesos patológicos, no repercuten de manera persistente ni significativa en la capacidad de desenvolvernos en el día a día.
Constituyen una consecuencia natural del envejecimiento. En la demencia, sin embargo, el trastorno cognitivo es tan severo que la persona ya no puede vivir por su cuenta. La causa es una enfermedad que provoca ese cuadro, pero no la edad. No normalicemos la idea de que las personas mayores tienen demencia porque son mayores.
¿No deberíamos preocuparnos si abrimos la nevera y se nos queda la mente en blanco?
Hay muchas razones que pueden explicar un fallo de memoria y la falta de atención es una muy importante. Nos dirigimos a hacer algo y de pronto descubrimos que no sabemos qué íbamos a hacer.
Normalmente, son situaciones con un desenlace natural previsible: de forma espontánea recordamos. Casi siempre tiene un carácter absolutamente benigno y profundamente mediado por el componente atencional. Lo que ocurre es una saturación del sistema porque lo distraemos con alguna otra cosa. El cerebro es muy sensible a la distracción y su capacidad para mantener y manipular la información es limitada. Por eso es fácil que de manera involuntaria redirijamos nuestra atención a algo distinto a aquello que íbamos a hacer.
¿Cómo podemos apreciar esa línea que separa la normalidad de la patología?
Cuando esos fallos de memoria no son puntuales, sino que persisten sin que exista un factor como la fatiga, el estrés o la falta de sueño que pueda explicarlo. La señal la da cómo se expresa el olvido en la vida cotidiana y en la conducta. Debemos estar atentos a los lapsus de memoria, pero también al lenguaje, al cambio de rutinas o un cambio brusco de carácter. También desde el punto de vista cognitivo, si perdemos agilidad mental o nos cuesta resolver problemas. Cuando son persistentes, no podemos quedarnos pasivos diciendo que son cosas de la edad. Puede formar parte del cuadro clínico inicial de una enfermedad.
Habla de fatiga del cerebro. ¿Cómo lo fatigamos?
Con el aluvión de información y estímulos que recibe constantemente, pero también con el estrés, la falta de sueño, la ansiedad, el malestar físico, el alcohol… Son variables capaces de alterar algunos procesos claramente dependientes de la función frontal y dificultar el acceso y recuperación de la información.
¿Por qué nos aterra perder la memoria?
La memoria es la vida, da sentido a la existencia. Nuestra identidad está hecha de recuerdos, historias y aprendizajes que nuestro cerebro procesa y reconstruye sin que seamos conscientes. El cerebro se compone de cada movimiento, pequeño, gesto, palabra, emoción o recuerdo vivido. En cada detalle están implicados miles de millones de procesos neuronales perfectamente orquestados. Sin un cerebro trabajando correctamente, ni seríamos ni podríamos ser.
¿El cerebro sigue siendo un gran desconocido?
Conocemos mucho mejor su funcionamiento de lo que quizás la mayoría de la gente pueda pensar. Este conocimiento nos permite entender muchas de las más devastadoras enfermedades y también la función cerebral. Lamentablemente, la complejidad del cerebro humano lo convierte también en un sistema extremadamente frágil y susceptible de estropearse de manera transitoria, progresiva o permanente y por una infinidad de causas. Un traumatismo, una intoxicación, un tumor, una hemorragia o un proceso neurodegenerativo.
¿Qué le han enseñado sus pacientes?
El mejor manual de neuropsicología que existe lo escriben ellos. Ninguna aproximación nos ha podido enseñar más acerca del funcionamiento normal y alterado del cerebro humano que el estudio de personas afectadas por agresiones en su cerebro. El estudio de la enfermedad no solo nos cuenta mucho acerca de lo que sucede cuando el cerebro falla, sino también mucho acerca de cómo funciona un cerebro en la más absoluta normalidad.
¿Por qué nos falla tan a menudo?
Por la compleja y frágil organización de sus funciones el cerebro es susceptible de fallar en algún momento sin que estos fallos definan ni determinen un proceso patológico. Y falla de manera más obvia y persistente cuando lo exponemos a fatiga, falta de sueño o estrés, entre otros. Estos instantes, más o menos persistentes en el tiempo y más o menos intensos, nos pueden sorprender, generar curiosidad e incluso asustar cuando, tras consultar con el doctor Google, nos planteamos la duda de si serán parte de una enfermedad.
'¿Dónde están las llaves?' El título refleja uno de los fallos cotidianos más universales: la desesperante experiencia de no encontrar algo que debía estar en su lugar. ¿Por qué sucede?
Parte de nuestra vida transcurre en modo automático. Dejamos las llaves en un lugar o el coche en el parking de un centro comercial mientras la mente está en otra parte. No se puede interpretar entonces como un fallo de memoria, sino un problema de atención. Dejamos las llaves en la entrada, por ejemplo, como una conducta automatizada, sin despliegue de ningún tipo de atención. Si por algún motivo modificamos sin formar una imagen o un recuerdo de ello, el cerebro no lo codifica. Así, no iremos a buscar las llaves donde realmente las hemos dejado, sino donde las dejamos de manera automática cada día. El olvido es muchas veces una falsa sensación, porque para olvidar primero hay que aprender y retener.
Nos suena una cara y no sabemos de qué. ¿Hay razón para pensar que algo va mal en nuestra cabeza?
El cerebro comete estos fallos sin necesidad de estar enfermo. Suelen ser episodios anecdóticos. De nuevo hay que pensar que no existe olvido de algo que no hemos aprendido. El cerebro no siempre presta atención a personas que nos presentan o información que nos llega. Lo que entra en nuestro foco de atención es limitado y a veces dura poco porque no tiene un interés relevante para nosotros.
De manera que no nos falla la memoria, sino nuestra atención.
Muchas personas acuden a nuestra consulta refiriendo problemas de memoria que básicamente describen como este tipo episodios. Cuando tenemos claro que no hay otros problemas relacionados, suelo explicar que para que el olvido se produzca como tal debe cumplirse una premisa fundamental: la información debe haber sido previamente almacenada. En muchos casos, la información que creemos haber olvidado nunca se aprendió porque no se le prestó suficiente atención, sino que estábamos pendientes de otras cosas.
¿Cómo explica esa sensación de tener una palabra en la punta de la lengua?
Es un fenómeno, tan universal como cotidiano. Es un fallo en los procesos que determinadas regiones de la corteza prefrontal desempeñan en cuanto al acceso y recuperación de la información almacenada. La facilidad para ir accediendo a estos nombres de manera espontánea responde a cómo se organiza la información en nuestra mente. Tenemos la experiencia del conocimiento o del significado de aquello que buscamos, pero la ausencia completa de la palabra. Mientras que en determinados cuadros patológicos, por más que nos esforzásemos, la persona jamás podría recuperar la palabra, en los procesos benignos al final aparece y, con o sin ayuda, ese suceso que parecía olvidado de pronto se recuerda.
¿Nuestros hábitos son un predictor de cómo va a envejecer nuestro cerebro?
El consumo diario de alcohol, tan naturalizado en nuestro país, provoca lesiones graves, progresivas e irreversibles en el cerebro y puede precipitar algunas enfermedades. También el colesterol alto, la hipertensión o una diabetes mal controlada. Lo mejor para el cerebro es ejercitarlo y hacer buen uso.