Quizá no lo percibamos, pero cada uno de nosotros emitimos un olor único en todo momento, casi tan exclusivo como nuestra huella digital. Nos huelen y olemos y esa fragancia ejerce un influjo decisivo en nuestras relaciones. No hablamos de olores fabricados, como perfumes o ambientales, sino de esos otros que desprende nuestro cuerpo de manera natural. La comida tiene mucho que ver en esos efluvios.
La escritora Scarlett Lindeman, especialista en gastronomía, cuenta que le dejó atónita un misterioso olor en el gimnasio. Era similar al de jarabe de arce y le recordaba al de los gofres. Al principio pensó que procedía de algún otro usuario, pero enseguida comprobó que era ella misma la que emitía ese hedor espantoso. Se olisqueaba con nerviosismo, se preguntaba cuándo fue la última vez que se había atiborrado a jarabe de arce. Sentía que apestaba y su novio se lo confirmó. Indagó en internet y por fin descubrió que el origen podría ser una ensalada picante con berros indios, rábano y cebolleta, que acabó convirtiendo su cuerpo en una fábrica generadora de un empalagoso tufo.
Igual que a esta escritora, a cualquiera nos puede ocurrir. Vamos con esos alimentos que, sobre todo si se consumen en exceso, hacen que se acumulen toxinas en el organismo que acabamos liberando a través de las glándulas sudoríparas. El Instituto del Aliento y la Asociación de Dietistas- Nutricionistas de Madrid destacan los siguientes:
Es rico en un compuesto de azufre, la alicina, responsable de sus beneficios, pero también de su distintivo olor. Esos compuestos sulfúricos entran en el organismo y pasan a la sangre pudiendo permanecer en ella hasta seis horas. No son tóxicos y acabamos excretándolos por los poros en forma de un sudor característico.
Igual que el ajo, contiene compuestos sulfúricos que actúan en los tejidos de forma similar.
Si bebemos en exceso, el hígado no procesa a la misma velocidad que ingerimos. El cuerpo siente necesidad de eliminarlo, por lo que el alcohol se termina filtrando a través de los poros con un aroma resacoso muy delator.
Cuando la dieta tiene exceso de proteína y carencia de hidratos, el cuerpo genera moléculas para obtener energía que acaban transpirando. Además, si reducimos drásticamente la ingesta de carbohidratos, hay un elevado riesgo de cetosis, que es un estado metabólico en el que el cuerpo utiliza grasa y cetonas como fuente de energía en lugar de glucosa. Uno de los síntomas más comunes es un aliento desagradable y un olor corporal bastante intenso, similar al de la fruta en mal estado.
Un estudio de la Universidad McQuarie de Sidney, en Australia, sugiere que la causa podría estar en el exceso de metabolitos que deben ser excretados a través del sudor.
Algunas personas sufren un trastorno metabólico conocido como trimetilaminuria, que impide procesar adecuadamente los productos de descomposición presentes en el pescado, lo que explica que tanto la orina como el sudor desprendan un fuerte olor a pescado. Es un trastorno que puede tener un gran impacto en las relaciones sociales. De todos, la merluza es el pescado que menos olor deja.
No es la única especia que puede colarse en el olor corporal a través de los tejidos si se toma en grandes cantidades. Además, como suelen acompañar a platos calientes, generan mayor sudoración.
Su consumo puede dar lugar a un mal funcionamiento metabólico y, como consecuencia, un olor molesto en la sudoración. La falta de fibra en estos productos dificulta el tránsito intestinal, por lo que parte de las toxinas acaban liberándose a través de los poros de la piel.
La mejor muestra la encontramos en una investigación de la Universidad Macquarie, en Sidney. Sus autores comprobaron que la mujer se siente más atraída hacia hombres cuya dieta es rica en frutas y verduras. Describieron su olor corporal más floral, afrutado, dulce y con toques medicinales. En definitiva, más agradable que el de los grandes comedores de carne que desprenderían, según las participantes, un olor más fuerte en su sudor. La clave podría estar en la mayor cantidad de caretonoides o pigmentos que aportan algunos vegetales que, además, confieren a la piel un tono más atractivo. Pero hay más:
Te ayudan a tener una excelente flora bacteriana y un buen tránsito intestinal, evitando un cúmulo de desechos en el organismo. Los encontrarás en el yogur, el queso, el pepino o la kombucha.
Estas plantas neutralizan los olores de un modo natural.
Una buena hidratación ayuda a liberar toxinas que provienen del hígado, el colon y los riñones.
Tienen propiedades desintoxicantes y antioxidantes que ayudan al organismo a desechar toxinas y radicales libres. Un estudio publicado por varios hospitales madrileños en la Revista Española de Nutrición Humana y Dietética, que abordó el síndrome del olor a pescado, concluyó que la dieta verde es una excelente opción terapéutica. Algunos vegetales, como las coles de Bruselas, el brócoli, el repollo, la coliflor, los guisantes, las judías, las espinacas o las alubias, mejoran notablemente este síndrome. Dentro de los pescados, la merluza es la que menos olor deja.
Su mala fama, descrita anteriormente, no siempre le hace justicia. Su efecto inmediato en el aliento y en los poros es indiscutible, pero a largo plazo, el ajo protege contra virus y bacterias que dejarían un olor fétido en el cuerpo. La explicación está de nuevo en la alicina, un fitoquímico que actúa como potente antioxidante y antibacteriano, además de mejorar la circulación.
Son alimentos ricos en zinc, un oligoelemento que regula el proceso de desintoxicación del organismo y protege a las células contra el daño oxidativo, evitando, por tanto, el mal olor corporal.
En general, cualquier alimento rico en magnesio, ya que una de sus funciones es la síntesis de proteínas y el mantenimiento de la flora intestinal.
Esta planta se utiliza desde la antigüedad por sus cualidades digestivas, estimulantes y termorreguladoras. Ayuda reducir el exceso de sudoración y, como condimento, aporta un aroma fresco al paladar.