Una madre es ese ser mágico que siempre está ahí. Es paciente, nunca flaquea y te admira por encima de tus logros o fracasos. Son filósofas instintivas, decía Harriet Beecher Stowe, autora de 'La cabaña del tío Tom'. Parecen saber en cada momento qué hacer. Hasta que un día una sola palabra hace que el cielo se venga abajo: anorexia. En España, los problemas alimenticios afectan a más de 400.000 personas, la mayoría de ellos jóvenes de entre 12 y 24 años. ¿A qué pistas de comportamiento hay que estar atento para detectarlo a tiempo? ¿Qué hacer a continuación?
Para Beatriz no resulta fácil hablar de ello y ofrece su testimonio a Uppers de la mano de su propia hija, Beatriz Esteban, una jovencísima psicóloga -22 años- que ha padecido el vía crucis de esta enfermedad. Por respeto y por considerar que lo anecdótico y lo personal carece de interés, prefiere eludir muchos detalles y quedarse con lo que realmente puede ayudar al lector que en estos momentos pueda atravesar una situación similar.
Una de esas cosas esenciales es la detección de señales que puedan ponernos en alerta. Beatriz reconoce que hay una falta de conciencia que impide a quien padece anorexia compartir lo que está ocurriendo. "Al principio ella no lo ve como un problema, mucho menos como un trastorno. Siente que hay algo que está mal, sí, que no debería estar sufriendo tanto, pero el miedo al rechazo, a que no lo entiendan, a que nadie pueda ayudar le paraliza. Es el miedo a enfrentarse al miedo".
Su hija lo corrobora: "En una cultura en la que se aplauden las dietas y el cuidarse, en el que adelgazar es el propósito estrella de cada Nochevieja, como si fuera una cura mágica para todo, dificulta todavía más querer hablar de lo que está ocurriendo". Antes de esos huesos que se han vuelto frágiles, hay "una mirada cansada y silencios que gritan". La joven lo relata en 'Seré frágil', una novela que, a modo de catarsis, le ayudó a aligerar el peso.
Unos 70 millones de personas en el mundo sufren algún trastorno de la conducta alimentaria (TCA). En España, alrededor de 400.000. La mayoría son jóvenes y adolescentes de entre 12 y 24 años. Desde bien pequeña, el abuelo de Beatriz jugaba con ella a inventar cuentos y sus padres la dormían cada noche contándole historias. De ningún modo respondía a ese patrón que tenemos en la cabeza de lo que supone que es una anorexia: una chica en los huesos, frágil y delgada, que pasa días sin comer.
Nada hacía sospechar. Su rango de peso estaba dentro de lo normal y sus conductas restrictivas no eran tan extremas, lo que le servía para engañarse a sí misma y a los demás. "Crees que no es nada, que no pasa nada, que sabrás parar cuando te sientas un poco mejor", explica. Cualquier madre, en esta situación, pensaría de modo similar: solo quiere cuidarse y adelgazar un poco, como todo el mundo.
Los TCA tienden a ocultarse, por vergüenza y también por el estigma asociado. Ese miedo al miedo incluye las frases que martillan el cerebro: "solo tienes que comer y punto", "no eres más que una mimada aspirante a parecer una modelo", "pero si no estás gorda" o "con lo inteligente que eres…". Madre e hija se dan cuenta ahora que así sobrevive el trastorno y te aísla por completo. "Los pensamientos acerca de la alimentación y la imagen se vuelven el centro de su vida provocando que el miedo a comer sea tan grande que bloquea todo los demás".
Beatriz fue la primera en darse cuenta de que algo en su hija no iba bien. La veía más irascible, mentía, se enfadaba constantemente, evitaba comer con todos y ponía excusas. Intuía que lo de su hija era algo más que una dieta de moda, bastante más que uno de esos problemas de falta de autoestima que mejoran con la edad. "Había en ella irascibilidad, frío constante, esa forma en la que evitaba comer en familia o el incremento de la actividad física". Pidió que le hicieran un análisis de sangre y concertó una cita con el médico de cabecera para que hiciese una valoración.
En ese momento, el miedo se vuelve ira y se revela ante las personas que quieren ayudarla. "Cuando se nos ha dicho siempre que la delgadez y la individualidad es la clave de la felicidad, que se necesita más fuerza de voluntad, que son tonterías de niñas o que eso se cura con un buen cocido, cuesta aceptar que, al final, el signo de fortaleza más grande es ser capaz de mirar el dolor a los ojos y pedir ayuda", explica.
Después de esa cita con el médico de cabecera, fue derivada a psiquiatría. Una vez que el presagio se confirma, solo queda una cosa por delante: coraje, perseverancia y mucho trabajo. Acudió a sesiones informativas acerca de los TAC en las que le dieron pautas para ayudar a su hija en el tratamiento. Su relato se vuelve estremecedor: "Es, sin duda, un proceso muy duro ver a alguien a quien quieres sufriendo tanto y no saber cómo ayudar. Te culpas y crees que podrías haberlo visto antes y sientes impotencia cuando te gustaría poder arrancar esos pensamientos tan dañinos de su cabeza como si fueran hierbajos".
En ese momento te das cuenta de que todo lo conoces está sesgado, que es una mínima parte de lo que es realmente la enfermedad. "Te sientes insuficiente, sola e incomprendida, pero en la enfermedad mental no hay culpables", alienta la joven psicóloga.
La madre reconoce que toda ayuda es poca. "De otros padres, de familiares y amigos que comprendan sin juzgar. Es importante encontrar un lugar seguro donde poder compartir la tristeza y el dolor del proceso, y donde poder también celebrar las victorias. Para mí resultó crucial lograr ese ambiente de apoyo y empatía, informarme de primera mano acerca del trastorno, escuchar con aceptación y validar lo duro que es el proceso que se está viviendo".
La presencia de psicólogos en atención primaria y la formación tanto de pediatras como profesores como padres son fundamentales, pero también las asociaciones de apoyo que aportan información a familiares y afectados en todas las comunidades de España. Afortunadamente, son muchas. Existen asociaciones como ACAB, en Barcelona, o Adaner, en Madrid, ONG comprometidas con la investigación, la ayuda, la prevención y la mejora de la calidad de vida de las personas que padecen algún TAC. Sus grupos de apoyo están formados por gente que comparte circunstancias o problemas comunes. Se ayudan e intercambian experiencias de forma confidencial. Su finalidad es propiciar un cambio de estilo de vida, alterado en muchos casos por las peculiaridades de la enfermedad.
Además de estos grupos, coordinados por psicólogos, desarrollan otras actividades. Adaner imparte charlas informativas los miércoles cada 15 días en la sala Duquesa del Hospital Niño Jesús, en Madrid, aunque dispone también de otras delegaciones.
Beatriz considera que, en general, podría haber mucha más ayuda. "Todavía es necesario reivindicar más medios en la sanidad pública, porque los recursos con los que contamos en la actualidad muchas veces son insuficientes para el gran número de casos nuevos que se presentan cada día". En ocasiones, los pacientes tienen que someterse a un continuo ir y venir de médicos, hospitales y centros.
"Con el tiempo, mi madre y yo salimos mucho más fuertes de todo lo que vivimos. Aprendimos a apoyarnos la una en la otra, a expresar cómo nos sentíamos, en lo bueno y en lo malo, y a saber que tendríamos siempre un lugar donde acudir, sin sentirnos juzgadas", concluye esta joven. Su madre, a su lado, subraya la valentía de pedir ayuda. "La vida es mucho más grande que lo que nos atormenta".