"El pedo es como la nube que va volando / y por donde pasa va fumigando, / el pedo es vida, el pedo es muerte / y tiene algo que nos divierte; / el pedo gime, el pedo llora/ el pedo es aire, el pedo es ruido / y a veces sale por un descuido / el pedo es fuerte, es imponente / pues se los tira toda la gente".
Este poema 'flatulento' lo escribió Quevedo en el siglo XVII. El autor no pudo resistirse a tratar algo tan corriente como sugestivo. En el humor, los pedos son un argumento igual de fértil que las caídas, los tartazos o los asuntos de cuernos. A nosotros nos da la oportunidad de -reconozcámoslo- abordar un tema incómodo. La pregunta es por qué. Como bien dice el poeta, pertenecen a la vida misma, lo hacemos todos. Con la edad, incluso más porque nuestro sistema digestivo se va ralentizando y haciendo más lentas y fatigosas las digestiones. De bebés, también tenemos más gases por la inmadurez del intestino. En definitiva, en mayor o menor medida, todos lo hacemos en todas las etapas de la vida. Y de no hacerlo, algo grave estaría pasando en nuestro cuerpo.
Sin pedos no se entiende el sistema digestivo. Las ventosidades y los borborigmos, ese sonido de tripas rugientes producidos por las contracciones de las paredes del tracto gastrointestinal que ayudan a empujar los alimentos y los gases a través del estómago, forman parte de nuestra fisiología.
Se producen cuando la mezcla de gases intestinales es expulsada por el ano, a veces con sonidos y olores característicos. Estos gases intestinales provienen de la fermentación de los alimentos por las bacterias que viven en nuestro intestino, por levaduras simbióticas que se dan en el tracto gastrointestinal, por el dióxido de carbono que utilizamos para neutralizar el ácido gástrico, necesario para hacer la digestión, y por el aire que ingerimos al comer, beber y actividades como mascar chicle o respirar por la boca.
El término 'pedo' se conoce en español desde 1600, aunque hay testimonios históricos desde la época sumeria. El pedo, en suma, es tan antiguo como el hombre, aunque curiosamente, en la medicina no hay tecnicismos específicos ('flatulencias', 'ventosidades'), más allá de la palabra 'meteorismos', referida en términos médicos para cuando hay un exceso de gases.
Seguramente creemos que nos tiramos menos pedos de lo que realmente lo hacemos. Los estudios indican que una persona sana expulsa unos dos litros de gases al día, lo que arroja una media de entre 10 y 15 veces al día, suficientes para inflar un globo; en un año, unas 3.000 ventosidades.
Hombres y mujeres tampoco son iguales en esto. Y la razón es que su bioquímica es diferente. Las mujeres expulsan más gases que los hombres y suelen tener peor olor porque concentran más componentes sulfíricos.
Además del sexo, la altura geográfica también influye en la cantidad de flatulencias. A nivel del mar, se mantiene el promedio de 15 ventosidades al día, pero conforme subimos de altura, la cifra se dispara. Por esta razón, las compañías aéreas utilizan filtros de carbón en el aire acondicionado para absorber el olor de los cuescos. A bordo también se sirven comidas con pocas fibras y muchos carbohidratos, una combinación que facilita la digestión.
Y si en un avión las ventosidades se disparan, ¿qué ocurre en una nave espacial? Para evitar el exceso de gases, los trajes de los astronautas llevan incorporadas fibras de carbono, adecuadas para atrapar gases y olores.
Como se sabe, lo que comemos, el número de flatulencias y el olor están relacionados. Como explica la Clínica Mayo, los alimentos que provocan gases en una persona podrían no hacerlo en otra, pero sí es cierto que algunos alimentos nos predisponen más que otros a tener gases.
Entre los alimentos 'explosivos': legumbres, verduras como el repollo, brócoli, coliflor, acelga china y coles de Bruselas, productos lácteos que contienen lactosa, la fructosa que se encuentra en algunas frutas y se utiliza como edulcorante en refrescos y otros productos, el sorbitol, un sustituto del azúcar que se encuentra en algunos edulcorantes artificiales, caramelos y gomas de mascar sin azúcar, y las bebidas con gas, como las gaseosas o la cerveza.
La manera de hacer la digestión también es importante. Si comemos deprisa, masticando mal, tragando más aire del necesario y con una bebida gaseosa al lado, el resultado es que tendremos más flatulencias. La tripa hinchada del final del día es uno de los indicadores. Al cenar temprano, por ejemplo, si practicamos un ayuno intermitente de 12 horas (de 8 de la tarde a 8 de la mañana), daremos tiempo a hacer mejor la digestión y nos iremos a dormir más ligeros.
Sobre el olor, su aroma viene definido por la concentración de tres gases: el ácido sulfhídrico (olor a huevos podridos), metanotiol (olor a verduras en descomposición) y sulfato de dimetilo (olor dulzón). Aunque parecen olores fétidos, algunos están en la composición de algunas flores o de productos tan bien olientes como los perfumes. Has leído bien: por ejemplo, un perfume con olor a vainilla tendrá una parte del olor dulce del dimetilo.
El inconfundible ruido de las ventosidades se produce por la vibración de la apertura anal, según lo contraído que se halle el músculo del esfínter y la velocidad a la que se expele el gas. La humedad, la grasa corporal y, por qué no decirlo, la oportunidad (el que estemos solos o acompañados, con mayor o menor libertad para deshacernos del gas) también influyen en su sonido.
Las flatulencias previenen la formación de divertículos, una patología frecuente conforme vamos cumpliendo años. La diverticulosis son los pliegues formados en el colon y que pueden impedir la absorción de ciertos alimentos.
Los pedos impiden también el desarrollo de peritonitis. La fase final de la inflamación de un divertículo puede ser el estallido y la expulsión de gran número de bacterias por todo el cuerpo, con lo que se producirá una peritonitis y una septicemia, es decir una infección generalizada y muy peligrosa.
Antes de llegar a enfermedades graves, lo cierto es que no expulsar los gases nos hace sentir hinchados y puede provocar dolores abdominales, no incapacitantes, pero sí muy molestos.
En sí mismos, son una especie de radar de nuestra dieta y de nuestro sistema digestivo. En una ingesta equilibrada y rica en fibra, las ventosidades son un indicador de que todo va bien. Cualquier cambio, ya sea por defecto o por exceso, puede ser síntoma de alergias, intolerancias y patologías, algunas graves. Por ejemplo, la ausencia de pedos continuada puede ser indicio de obstrucción intestinal. Al mismo tiempo, un exceso podría indicar trastornos como pancreatitis, celiaquía, enfermedad de Crohn o diabetes.
Por último, se han señalado su acción protectora contra las bacterias menos beneficiosas de nuestra microbiota. La flora intestinal está compuesta por un conjunto de microorganismos que están en una permanente lucha de equilibrios. La mayoría son beneficiosos, pero otros pueden provocarnos intoxicaciones. Los gases producidos en la fermentación de las fibras; es decir, las flatulencias, ayudan a mantener bajo control a las poblaciones de la microbiota menos buena al crear un ambiente tóxico que dificulta su crecimiento.