El alpinista Carlos Soria (82 años) es la antítesis del deportista tradicional. En contra de los estándares del deporte de élite, profesionalizó su actividad a partir de su jubilación, a los 65 años. Después de toda una vida trabajando como tapicero, compaginando su actividad laboral con su pasión, la montaña, dejó su negocio y se dedicó de lleno a lo que de verdad le entusiasma, además de su familia: escalar los montes más altos del mundo. "Lo mejor de la edad es que llevas mucho tiempo viviendo", señala con una sonrisa. Sus ascensiones en el Himalaya le valieron récord inédito en el alpinismo a nivel mundial: es la única persona que ha conquistado diez 'ochomiles' por encima de los 60 años.
A principios de abril, si la pandemia lo permite y los patrocinadores lo auspician, marchará a Nepal para coronar la cima del Dhaulagiri (8.167 metros). Y después, en otoño, volará al Tíbet para atacar el Sisha Pangma (8.013 metros). Son las dos últimas cumbres que le quedan por alcanzar, aunque en ambas ha estado por encima de los 8.000 metros. En el Dhaulagiri lamenta haber tenido "muy mala suerte", o "muy buena, porque siempre he bajado entero". El deportista, natural de Ávila, atiende a Uppers por videollamada desde su residencia en Moralzarzal, Madrid, para contar su preparación, sus sensaciones previas, denunciar la falta de patrocinadores para la expedición y poner en valor la edad, que es "una maravilla".
El entrenamiento es sagrado e independiente de sus planes de futuro. "No he dejado de entrenar nunca. Normalmente me levanto muy temprano y hago bicicleta de rodillo durante una hora", cuenta. Esta actividad es esencial para mantener sus piernas a punto, especialmente desde que le integraron una prótesis en la rodilla izquierda a raíz de un accidente en la montaña en los años 70. "Me viene muy bien porque no golpeo las rodillas".
Después viene la condición física. "Hago brazos, abdominales, flexiones con los piolets, lumbares... Es importante que el cuerpo esté fuerte por todas partes, no solo las piernas". En global, la preparación física le supone entre tres y cuatro horas diarias. Lo importante con la edad, resume, es "procurar mantenerte o perder el mínimo posible".
Comer sano es otra de las claves de su eterna juventud. "Desayuno semillas de chía con cacao, avena y bebida de soja". La ensalada y las legumbres son también una constante en las comidas. Su perdición son "los higos secos". Para completar la dieta con proteínas acostumbra a comer carne de pavo, pollo y conejo. Aunque no es un obseso de la alimentación: "También como carne roja". Cinco comidas al día y fruta en los intermedios, además de frutos secos.
Para aligerar el proceso de aclimatación, importante para cualquier expedición en altitud, Soria lleva tiempo durmiendo en una cámara hipobárica. Se trata de un recinto cerrado que simula una altitud elevada para ir acostumbrando el cuerpo. "Hay que tener cuidado, porque dormir a 4.000 metros cansa, estás haciendo un esfuerzo", indica. Todavía está en el aire si podrá completar su proceso de preparación en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, que tiene el acceso muy restringido debido a la situación sanitaria derivada de la pandemia.
El alpinista lamenta que, a esta hora, le falten patrocinadores para hacer "una expedición buena". Explica que las empresas aducen problemas económicos derivados de la pandemia para realizar un desembolso de tal calibre (una expedición de este tipo puede rondar los 160.000 euros). En 2018, en una entrevista concedida al diario El País, ya denunciaba en el edadismo de algunas empresas. "Me dicen que es por mi edad, que no quieren asociarse a una persona tan mayor". No quiere perder el tiempo; irá si o sí. "Un año a esta edad es mucho".
Al haber pasado tantos años entre collados, campamentos base y laderas, Soria ha vivido la evolución de los materiales de montaña. Más allá del Gore-Tex, que "está muy bien", agradece la mejora de las tiendas de campaña y la reducción de peso de las demás prendas. "Las tiendas que llevamos al Himalaya en el 73 no tienen nada que ver con las de ahora (...). Una buena tienda bien montada a 7.000 metros... Tiene que hacer mucho viento para que haya graves problemas. Aquellas tiendas nos dieron unos sustos terribles", recuerda.
La ligereza del calzado es otro de los avances significativos. "Las botas que llevé por primera vez al Everest pesaban un kilo más cada una de lo que llevo ahora. Las prendas han evolucionado mucho". Paradójicamente, esta mejora ha tenido lugar gracias a una de las cosas que más molesta a los alpinistas: la democratización de la montaña. "Ha evolucionado mucho y evoluciona gracias a lo que protestamos, a que hay mucha gente que va a la sierra. Gracias a eso hay venta e investigación".
Una de las particularidades de su viaje a Nepal será el homenaje que tiene pensado realizar si finalmente consigue llegar a la cima del Dhaulagiri. "Mi mujer hace unas flores de ganchillo preciosas. Voy a llevar unas pocas y si subo las llevaré a la cumbre, diré unas palabras y tendré un recuerdo para ellos", señala. Un manifiesto antiedadista en el que reclamará el respeto a la dignidad de las personas de edad avanzada, la generación peor parada de la pandemia en términos de afección por la COVID-19. "Voy a reivindicar que los mayores estamos ahí y tienen que cuidarnos. Merecemos la pena y todavía podemos hacer muchas cosas".
"Las personas mayores hemos trabajado muy duro (...). Hay gente que lo está pasando muy mal, que está débil y hay que cuidarla, se merecen eso".
Aunque reconoce que la edad no aporta "nada" en el monte -"no tienes que esperar tantos años para tener experiencia en la montaña"-, sí confiesa que, en sí misma, es "una maravilla". Irónicamente, "lo mejor de la edad es que llevas mucho tiempo viviendo y has conocido muchas cosas distintas. Eso es una maravilla". Se muestra agradecido de la vida que ha tenido, marcada por su familia, su trabajo y su pasión. "Compaginar el trabajo, escalar y tener una familia numerosa no es fácil y te hace ser de una manera muy vital. Estoy encantado. Eso sí lo he conseguido con la edad".
Ni confirma ni desmiente, aunque deja entrever que podría ser uno de sus últimos periplos a 8.000 metros. "Eso se lo tienes que preguntar a mi cuerpo, si me va a responder para más tiempo o no. Si consigo estas dos cumbres, haré otras cosas. Hay montañas preciosas más bajas". Es imprescindible aclarar que cuando Soria habla de montes más bajos, cita como ejemplos algunas cumbres de 6.000 y 7.000 metros. "Seguiré haciendo lo que el cuerpo y el sentido común me dejen hacer. Querer forzar no tiene sentido".
Preguntado por la sensación que experimenta a 8.000 metros, el alpinista reniega de romanticismos impostados y se muestra más humano que nunca. "Me siento alerta. Atento a cómo está respondiendo mi cuerpo. Tengo que bajar en buenas condiciones", asevera. La suya es una reacción instintiva, de supervivencia; "¿Qué siento en la cumbre? Unas ganas de bajar tremendas", dice entre risas.
La vez que más tiempo estuvo en una cima fue en el Gasherbrum II (8.035 metros). "Era mucho más joven. Hacía un tiempo fantástico, ni gota de viento. Estuve dos horas en la cumbre porque íbamos seis y el último, que venía rezagado, tardó dos horas en llegar. De esas veces se ven pocas". Lo mejor de las alturas es el amanecer. "Ver la primera raya de luz mientras vas andando es increíble", asevera.
Soria recuerda con mucho cariño sus 50 años, etapa en la que se encontraba lleno de vitalidad. Lanza un mensaje claro para aquellas personas que, alpinistas o no, se encuentran en la madurez. "Los 50 años, para hacer montaña, son formidables. (Mi consejo es) que los aproveche, que piense en su jubilación que viene ya pronto y esa una vida fantástica. Que queda mucha vida por delante y mucho tiempo para hacer cosas", opina.
"Si ahora tiene problemas, que no se desespere. Que siga manteniéndose en forma, que le queda mucha vida por delante para hacer lo que le guste, sea alpinismo o lo que sea. Que no deje de hacer nada por la edad".