Estos días nos hemos ido encontrando titulares preocupantes, cada vez más comunes, y todos en la misma línea. "Suiza no ingresará ancianos en las ucis si los hospitales se saturan por la Covid19" (La Vanguardia), "Italia reabre el debate de confinar solo a los mayores de 70 años" (ABC). Nos llegan con más indignación que sorpresa y con demasiada frecuencia. Tanto, que se están empezando a integrarse como parte de un debate. Y eso, señores, no es otra cosa que discriminación por edad.
Cuando comenzamos a analizar los múltiples síntomas, problemas y secuelas asociados a la epidemia COVID-19, más allá de esa triada con la que todos nos manejábamos al principio (fiebre, dolor de cabeza y síntomas respiratorios), no esperábamos tener que incluir la discriminación por la edad, el edadismo, como otra de dichas secuelas. En este caso es incluso muy peligrosa esta secuela social y ética, ya que aplicada stricto sensu puede ayudar a terminar con la vida de muchas personas o, cuanto menos, limitar los esfuerzos para recuperarlas.
Teniendo por cierto, como ya recogen todos los informes, que el porcentaje de hospitalizaciones y defunciones por Covid aumenta con la edad, nos queda por leer alguno que pueda cuantificar en qué proporción nuestros mayores contagian a los demás. Estamos ante el grupo poblacional que más lo sufre y algunas voces, como sucede con lo que propone el político Toti en Italia, pretenden que “paguen” un precio extra confinándolos en exclusiva. ¿No será más lógico confinar a los contagiadores que pueden infectar a toda la población?
En cuanto al ingreso en las UCI, nuestros intensivistas (como recoge el documento del Ministerio de Sanidad sobre estándares y calidad) actúan con la premisa de ofrecer asistencia a todos los pacientes que precisen un elevado nivel de cuidados de forma continua e inmediata y que presenten procesos con un nivel de severidad tal que represente una amenaza actual o potencial para su vida y, al mismo tiempo, sean susceptibles de recuperación.
A estos criterios teóricos de inicio se añaden otros, tanto clínicos especializados (pronóstico considerando otros problemas del paciente, oportunidades, disponibilidad, etc) como más valorativos, sobre todo si proceden de la propia voluntad de la persona: sus valores, calidad de vida subjetiva, preferencias basadas en una correcta información, instrucciones previas (documentos de voluntades anticipadas).
Poner límites solo por la edad y no por todos esos parámetros que acabamos de mencionar, es claramente inadecuado, incurre en discriminación, es una actitud nihilista y parece, de todo punto, una aberración.
Creo que todos los profesionales tenemos claro que una persona mayor que ha sufrido un declive hasta ser dependiente para todas o casi todas las actividades de la vida diaria y cuyo final está cerca (muerte previsible en menos de 6 meses), no sería candidato a tratamientos de soporte vital como los que se aplican en la UCI. Es más, si los aplicáramos incurriríamos en todo lo contrario, en ensañamiento o en obstinación terapéutica.
Nuestros intensivistas lo tienen claro. ¿Hay que presionar como pretenden hacer los suizos añadiendo la edad como criterio restrictivo? ¿Mantendríamos ese criterio edad si el paciente fuese El Papa, Amancio Ortega, Mario Vargas Llosa o Jane Fonda? ¿Y por qué no mi tía Luisa, que a sus ochenta y cinco discute con la directora del banco de su situación financiera, o las madres y padres de muchos de mis amigos y de muchos de vosotros?.
Es decir, insisto: Distinguir entre la edad cronológica, la del almanaque, y la biológica, la que contempla qué podemos y deseamos hacer y qué capacidad de todo tipo tenemos para hacerlo, es esencial para no cometer atropellos con los mayores. Si hoy permitimos aplicar actitudes puramente edadistas y discriminatorias, mañana puede que estas actitudes (superado lo edadista) empiecen a incluir otras variables, quizá el color de piel, quizá la discapacidad.
Esta tarde, mientras escribo esto, me pasan una triste noticia (muchas, demasiadas noticias de este tipo en los últimos días). Caty ha muerto. Estaba infectada por Covid y, a sus 77 años, no ha superado el caos funcional en el que se ha convertido su organismo. Caty, como otras tantas 'Catys' de nuestro país, ha fallecido en la UCI, donde no importó su edad para ingresar, donde solo importó el que previamente estaba bien y, su único 'pecado' era tener 77 años.
Las personas (no me gusta lo de 'el personal' porque suena 'impersonal') de la UCI han peleado con ella y por ella, por retenerla aquí, por mejorarla y, finalmente, porque no sufriera. Es paradójico que pueda pensar que ha tenido la suerte de estar en nuestro país, donde al menos, ha tenido la oportunidad de pelear y que peleen con ella. En el país más rico de Europa, de los más fríos (no solo en lo climatológico), el de las maquinarias perfectas para controlar el tiempo, quizá esa oportunidad se le negaría.
Hace unos días recordaba con un compañero intensivista lo mal que todos lo pasamos en la primera fase de esta pandemia (por mis cuentas seguimos en la primera oleada, segunda fase), y comentábamos sobre algunos de los extremos que he escrito más arriba en cuanto a la edad como determinante, o no, para algunas cosas.
Me decía mi admirado colega: "Lo peor (aunque malísimo, y doloroso desde cualquier punto de vista), no sería tener que discernir a quién sí y a quién no dar una cama de UCI. Lo peor sería no poder dar camas a nadie porque no hubiera. Puede que hacia eso vayamos si no ponemos o nos proponen remedio".
Distinguir entre la edad cronológica y la biológica es esencial para no cometer injusticias con los mayores. Incluso con nosotros mismos, porque es solo cuestión de tiempo llegar a la edad cronológica de Caty. Reflexionemos bien antes de tomar decisiones erróneas.