Son las nueve de la mañana en Nueva York. Al otro lado del hilo telefónico da los “buenos días” el psiquiatra Luis Rojas-Marcos, director del Sistema de Salud Pública de la Gran Manzana, que registró su primer fallecido por coronavirus el pasado 11 de marzo y cuya curva de contagios no para de ascender. Tiene a su cargo siete hospitales y unas 2000 personas, entre médicos y personal sanitario, y ya estuvo al frente de otra gran crisis, que supuso un antes y después en la concepción del mundo moderno, el atentado contra las Torres Gemelas en 2001. De hecho, asegura que tanto él como la ciudad aprendieron mucho de aquel duro golpe. Unas enseñanzas, a pesar de darse en contextos diferentes, pueden sernos muy útiles ahora.
Rojas Marcos es padre de cuatro hijos, Laura, Bruno, Joseph y Carolena, y abuelo de tres nietos, Luis, Belén y Rafael. Algunos de ellos residen en España, lo que ha propiciado a lo largo de estos meses de pandemia continuas conversaciones por videollamada, dada la imposibilidad de viajar a nuestro país. Reconocido internacionalmente, confiesa llevar semanas sufriendo un nivel alto de estrés, sobre todo por los profesionales y enfermos que tiene a su cargo. Una ansiedad que soporta, dice, “hablando mucho”. Y esa parece ser una clave, como explicó en su último libro, ‘Somos lo que hablamos (Grijalbo, 2019)’, en el que aborda el poder de las palabras en procesos complicados. Con él hablamos de traumas, ‘duelos inacabados’ y fragilidad, pero también de fuerza, solidaridad o resiliencia.
¿Cómo está viviendo esta nueva distopía?
Es una gran prueba para hacer frente a la incertidumbre, a la vulnerabilidad. Estamos hablando de un enemigo invisible, sobre el que no disponemos de los conocimientos que sí tenemos con otros problemas de salud. Que ha motivado en médicos y personal sanitario dilemas relacionados con la vida y la muerte a la hora de tener que tratar con pacientes infectados: ser testigos del aislamiento de seres queridos, enfrentarse a fallecimientos sin despedida, a la falta de recursos… Esta pandemia supone un reto para la sociedad.
¿Cómo ha sido su día a día?
Ha sido y continúa siendo de apoyo al personal de los hospitales públicos de Nueva York. Esta pandemia ha alterado el sentido de futuro que tiene el ser humano. La mayoría del tiempo hablamos de lo que vamos a hacer mañana, la semana que viene, el mes que viene… hablamos de futuro. Pero el virus está haciendo que el sentido de futuro se resquebraje y eso nos llena de vulnerabilidad y de estrés.
En los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York usted se encontraba en su despacho, a un kilómetro. ¿Es comparable el miedo de entonces con el de ahora?
Tiene el elemento común del trauma y la ansiedad, pero el escenario y la situación es diferente. En los atentados del 11S el enemigo era concreto: un grupo de terroristas que se hicieron cargo de tres aviones. De hecho, millones de personas tuvieron la oportunidad de verlo por la televisión. Todos pudimos ver piezas de edificios cayendo o personas saltando por las ventanas. Hoy el enemigo es invisible e impredecible: de hecho, crea una angustia especial de “no saber”. Además, los líderes del 11-S, como el alcalde Giuliani, establecieron consejos concretos, mientras que hoy las recomendaciones de los líderes están basadas, desafortunadamente, en sus recursos. Cuando no teníamos mascarillas, no nos decían que era importante ponérnoslas. Cuando ya tuvimos mascarillas, y estoy hablando concretamente de Nueva York, entonces sí. La diferencia con la actuación durante los atentados del 11-S es enorme. Los líderes no están dando información fiable sobre el virus y eso crea confusión en la gente.
¿Qué aprendieron en los servicios de psiquiatría del 11S que pueda aplicarse ahora con el virus?
Ahora empezamos a notar los efectos secundarios. Lo que nos ayuda es tener una información fiable, comunicarnos con los demás, compartir lo que estamos sintiendo, hablar de las opciones que tenemos a la hora de protegernos. Este virus sigue teniendo un impacto económico y social en las personas. Millones de ellas en EEUU han perdido el trabajo. Es decir, los efectos secundarios del virus, aparte de los relacionados con la salud, son muy significativos con respecto a la convivencia. Nos pone a prueba. Pero al mismo tiempo seguimos valorando la convivencia positiva, la solidaridad o el sentido del humor, tan útil.
¿Tendremos consecuencias psicológicas?
La patología que va a afectar a más personas es el estrés postraumático.
¿Qué significa?
Que ante una situación de gran estrés el ser humano reacciona primero con miedo. Un miedo continuado, que interfiere con nuestra capacidad de relacionarnos, de relajarnos, de alimentarnos o de cuidarnos. Este miedo se transforma en una ansiedad crónica que interfiere con nuestro descanso y en cómo nos relacionamos con los otros. Eso afecta a nuestro estado de ánimo y genera situaciones de depresión, que nos roba la esperanza, nos arrebata el sentido de la vida y hace que nos cuestionemos si vale o no la pena vivir.
Aquellas personas que hayan perdido seres queridos si, además, no han tenido la oportunidad de despedirse de ellos o de ayudarles, van a tener que superar ese trauma. Al igual que las personas que hayan sufrido la infección. Pedir ayuda es fundamental. Tanto para tener la oportunidad de hablar de los que sentimos como para pedir a un médico tratamientos concretos contra la ansiedad y la depresión.
En el caso de España, ¿considera necesaria la puesta en marcha de grupos de apoyo?
Son esenciales a la hora de ayudar a la población a superar situaciones como esta. Dado el impacto en miles y miles de personas, es la forma más práctica y efectiva. Son grupos de hasta quince personas donde pueden compartir sus sentimientos, su miedo, su solidaridad con los demás y también sus consejos. Hoy más que nunca, dado el acceso a la tecnología, es la mejor medida para minimizar el impacto de esta pandemia.
¿Cómo se hace bien un ‘duelo inacabado’ ante una pérdida?
En primer lugar, es importante comunicar los miedos. Y, en segundo lugar, encontrarle una explicación: por qué me ha pasado esto, por qué sucedió así y no de otra forma. Tenemos que darle un argumento. A menudo, decimos que no podemos dormir hasta que mi jefe no me explique por qué me ha dicho esto o por qué mi hija ha hecho eso… La necesidad de relato es fundamental. También darnos tiempo para que el proceso de curación, el duelo, pase. Y buscar ayuda de un profesional si se complica. Todo esto lleva tiempo y tener conciencia de que tengo un problema y que necesito hacer algo para superarlo.
¿Qué efectos va a producir en los niños?
Es un error pensar que un niño, aunque tenga cinco años, no se entera. Los niños escuchan lo que están pasando, lo ven por la tele, tienen a sus padres en casa... En el caso de los adolescentes, no solo viven las consecuencias de la epidemia, sino que también (y es algo muy importante) crean su propia historia. Para ambos es importante que nos pregunten, que expliquen cómo lo ven y ayudarles a entender lo que pasa para que minimicen el miedo y den un sentido de realidad.
¿Cómo podemos afrontar los próximos meses hasta la vacuna?
En los próximos meses es muy importante que la información sea fiable, saber lo que está pasando. Pero, claro, esto forma parte de la obligación de los líderes sociales. Dar una información clara, que sea útil a los ciudadanos para que sepan lo que hay que hacer. Luego, mantener el contacto, la comunicación con los demás. Y, por último, estar pendiente de los casos de estrés postraumáticos, que ya se empiezan a ver.
¿Cómo está siendo su experiencia personal?
Tengo suerte de tener un estilo de vida que me ha permitido controlar bastante (diría que el 50%) mis actividades, dado que el tema de la gestión me permite trabajar también desde mi despacho, pero utilizando la tecnología. Por otra parte, estoy rodeado de héroes anónimos, médicos, enfermeras, profesionales que diariamente entregan sus energías, su solidaridad y su altruismo a otras personas. Esto es una situación muy estimulante. También me ayuda tener a mi alrededor familiares, aunque muchos de ellos viven en España, a donde no he podido viajar. Pero tengo la suerte de verlos a través de las nuevas tecnologías.
En su último libro examina el poder terapéutico de las palabras
Las palabras son fundamentales: deberíamos hablarnos a nosotros mismos todos los días y en voz alta. Así nos animaríamos e incrementaríamos nuestra autoestima. Esos soliloquios son muy beneficiosos para superar las adversidades. Y luego, por supuesto, hablar para comunicarnos y para compartir: es tan necesario como beber agua. Me decía hace tiempo un profesor: “podemos pasar un mes o mes y medio sin comer, podemos pasar más de una semana sin beber agua o podemos vivir tres, cuatro minutos sin respirar”, y añado: ‘pero no podemos vivir segundos sin esperanza y sin compartir lo que sentimos con otros’.