¿Qué tienen en común el pomo de una puerta, una corbata o un lápiz? Poca cosa, salvo que son fómites, la palabra que probablemente no conoceríamos si el coronavirus no hubiera entrado en nuestras vidas.
En epidemiología se denomina fómite a todo material carente de vida que puede ser el vehículo de un patógeno que puede penetrar en nuestro organismo y causar una enfermedad. Entre los fómites más comunes están los plásticos, los metales, las monedas y los billetes y los envases de cartón y papel y el propio asfalto, por citar unos pocos ejemplos, son materiales sobre los cuales se pueden depositar patógenos.
Etimológicamente, la palabra fómite proviene del latín fōmĭtēs y significa ‘yesca’, un material seco capaz de encender una chispa. Algo parecido ocurre con los fómites: no producen enfermedades, pero sí son capaces de transmitirlas. Fómites y microorganismos, como el coronavirus, van indisolublemente unidos.
La capacidad de transmisión de enfermedades de los fómites depende mucho de la superficie en la que se hallen. Algunos estudios indican que las superficies más pulidas transmiten más enfermedades que las porosas, ya que estas últimas absorben los microorganismos, disminuyendo así su transmisión.
Los fómites se encuentran en su mayoría en entornos hospitalarios. Estetoscopios, corbatas, batas médicas, ropa de trabajo, catéteres, inyectadoras, tubos endotraqueales, mascarillas de oxígeno y camillas, entre otros, son los objetos en los que pueden encontrarse. En general, cualquier cosa que se encuentre dentro de una institución de salud puede actuar como fómite: desde el impreso de la cita hasta los pasamanos de las escaleras.
Gracias a la pandemia, las vías de contagio de los microorganismos las conocemos perfectamente. Si alguna persona con una enfermedad respiratoria estornuda o tose sin taparse con un pañuelo y no se lava las manos posteriormente, va a propagar los microorganismos causantes de su enfermedad a todas las superficies con las que tenga contacto a partir de ese momento. Posteriormente, cualquier persona que entre en contacto con estas superficies y luego se lleve las manos a la boca o la nariz va a infectarse con el microorganismo.
Entre los fómites que pueden encontrarse en el entorno diario destacan las manillas de puertas y llaves, bolígrafos, lápices, grapadoras o cualquier material de escritorio, pasamanos, botones de ascensor y, en el transporte público, todas las superficies metálicas, además de monedas, billetes, bolsas de plástico o tela, tejidos, tickets de la compra o esa entrada de cine para ver la última peli antes del confinamiento.
Detrás de un fómite hay microorganismos responsables de enfermedades infecciosas. Si te damos los nombres no te sonarán de nada, pero sí las patologías que los acompañan. La buena noticia es que muchas de ellas pueden superarse con tratamiento antibiótico. La mala, algunos de estos microorganismos se han hecho multirresistentes. Además del coronavirus, entre los patógenos más importantes destacan:
Identificar los objetos que pueden ser portadores de fómites, aislarlos, desinfectarlos y, en muchos casos, descartarlos (por ejemplo, las jeringuillas) es la única manera de evitar los contagios. Es importante lavar siempre con agua caliente y jabón el objeto o la superficie que queramos desinfectar antes de usar el desinfectante.
Te ofrecemos el listado de los más habituales, con sus principales ventajas y desventajas. Cuando compres algún detergente o solución desinfectante, fíjate en sus principios activos porque puede haber alguna sorpresa desagradable.
Son rápidos, no dejan residuos y se evaporan rápidamente. Desventaja: altamente inflamables.
Son los desinfectantes de formol. De amplio espectro, es el producto que acumula más contras: irrita tejidos y membranas mucosas. Algunos estudios advierten que puede producir cáncer.
Son de amplio espectro, pero funcionan con Phs limitados. La principal desventaja: letal para los peces. Si tienes un acuario en casa, mantente alejado de este tipo de desinfectantes.
La socorrida lejía. De amplio espectro y eficaz en todo tipo de aguas, requiere aplicaciones frecuentes, irrita piel, tejidos y mucosas. Lo más importante: no se puede mezclar con el amoniaco: se formará un gas de cloro tóxico.
Lo conocerás como el betadine en cualquiera de sus formatos. Es uno de los más inocuos, pero requiere varias aplicaciones. Como desventaja, es muy corrosivo.
El agua oxigenada es de amplio espectro, pero puede causar daño en algunos metales. Si vas a sacar la botella de agua oxigenada que tienes en casa para desinfectar los pomos o manillas de las puertas, probablemente estropees el metal.
Son estables, lo que quiere decir que no pierden propiedades cuando se almacenan y que funcionan bien en aguas duras o blandas. Pueden irritar la piel, pero lo peor es que son tóxicos para los animales, especialmente cerdos y gatos. Si tienes mascota, mejor evítalos.
También son estables, aunque funcionan mejor a altas temperaturas. No irritan la piel ni las mucosas, pero pueden ser letales para los peces de tu acuario, el mismo que en plena cuarentena te llevaba al fondo del mar.