Al verano asociamos la diversión y el disfrute. Nos confiamos demasiado, ya que es una época del año donde es más fácil estar expuestos a los peligros del astro rey. No deberíamos tener en cuenta únicamente los problemas de la piel derivados de tomar mucho el sol y las precauciones básicas (crema con un factor de protección alto, evitar darnos un ‘baño de luz’ en las horas centrales del día). También hay que prestarle mucha atención la temperatura. Con años futuros en los que los olas de calor irán aumentando en cascada, conviene fijarse en dos enemigos fundamentales: la insolación y el golpe de calor.
Parecen una misma cosa, pero no es así. Te contamos un poco más sobre cada uno.
En ambos casos estamos hablando de un estado ‘fisiológico’ que trastoca el interior del organismo. ¿Por qué? Ambas situaciones, con sus particularidades, provocan que nuestro cuerpo sea incapaz de termorregularse. De pronto somos una habitación con el termostato deshaciéndose y girando como un loco.
Nuestro organismo no es capaz de compensar este exceso de temperatura interna, ni siquiera con su sudor, la fuente más fiable para expulsar el exceso de grados en forma de gotitas. El sudor es nuestra fuente de disipación natural.
El golpe de calor se da en situaciones en las que suelen combinarse la temperatura y su catalizador para el desastre: o realizar alguna actividad física movidita. Por ejemplo, en el ejercicio de ciertos trabajos (hornos, fundiciones, fábricas, cocinas, etc) es muy habitual tenerlo en cuenta para la evaluación de los riesgos laborales de los trabajadores y buscar unas medidas de protección adecuadas: descansos, ventilación y provisión de agua constante. El factor tiempo es fundamental: a más esfuerzo físico y más temperatura, menos se tarda en llegar al ‘agujero negro’.
Una duda que tienen muchas personas es si se puede sufrir un golpe de calor por la exposición al sol (realizando deporte al aire libre en un día extremadamente caluroso). Sí, pero no es la única manera. Una fuente externa también es un elemento bastante habitual.
La insolación funciona por un principio similar, aunque el factor más importante no es solo la temperatura, sino la exposición prolongada al sol, la primera consecuencia del segundo.
Ni siquiera los niños pueden estar mucho tiempo expuestos a él sin verse afectados por los síntomas más evidentes del insolado: hay deshidratación, cansancio y desorientación, se suda mucho, la presión arterial baja y nuestra piel se vuelve más roja, seca y caliente.
El golpe de calor y la insolación comparten algunos síntomas: pueden presentarse mareos, vómitos y calambres. En casos extremos, aparecen los delirios y las convulsiones.
La insolación no es grave, y los pasos a seguir son bastante sencillos: alejarse de la zona de calor y buscar una sombra o un espacio fresco. Después, hidratarse con agua que no esté muy fría o una bebida isotónica que ayude a recuperar las sales que se han perdido durante la exposición al sol. Para bajar la temperatura, nos aplicaremos una compresa o un paño mojado en la frente y en la nuca.
El golpe de calor comporta una deshidratación extrema del organismo (la insolación sería leve) y es muy grave. La vida corre peligro. Hay que actuar con rapidez para no llegar a los síntomas más severos.
Lo primero será retirar al afectado de la fuente de calor, quitarle la ropa, tumbarle para que esté cómodo y elevarle las piernas. Con agua y un paño tenemos que refrescarle las ingles, las axilas, el pecho, la frente y la nuca.
Es importante aplicar agua fría a todo su cuerpo y empezar a masajearle, frotando en círculos enérgicos distintas zonas. Con esta acción vamos a conseguir enfriar la sangre para que el flujo sanguíneo circule por toda la estructura corporal, y así bajar la temperatura. Al llegar a los 38,5º podemos parar el tratamiento de choque termorregulador con agua fría. En los casos de golpes de calor los medicamentos antitérmicos que usamos para las gripes y los resfriados (paracetamol, ibuprofeno, nolotil) no funcionan.