Cuando en diciembre empezamos a oír hablar de que en China había un virus que estaba afectando a muchísima gente, no nos imaginábamos ni por asomo cómo iba a cambiar el mundo. Porque pensamos que China está demasiado lejos. Pero además de la pandemia, lo que traía el virus era otra forma de entender el mundo. Una forma que afectó al aquí y al ahora, a nuestra forma de entender el tiempo. A nuestro futuro, el inmediato, el de mañana y al mes que viene.
Y es que hemos de aprender a vivir con la incertidumbre. E intentar convertirla en esperanza. Una esperanza donde quepa nuestra vida cotidiana, los amigos, la familia, el trabajo… Y en ese instinto de supervivencia que todos tenemos, esa pequeña voz que nos susurra al oído que todo irá mejor.