Virólogo, profesor y director del grupo de Neurovirología del Departamento de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid, José Antonio López Guerrero (58 años) es una de las voces más escuchadas en esta pandemia. Sigue su evolución en primera línea con un temple fuera de lo común y, si de algo sabe un rato, es de virus, vacunas y pandemias. Es hijo de inmigrantes en Alemania y allí descubrió su pasión más desconocida, la interpretación teatral, y también su vocación definitiva: la ciencia y su divulgación.
Con apenas diez años ya explicaba a sus amigos las curiosidades de la naturaleza y con 21 sus coqueteos con la investigación tomaron un cariz realmente serio gracias a su primer experimento: infectó cinco líneas celulares humanas con cinco virus diferentes. Desde entonces, su vida ha estado ligada a los virus, auténticos protagonistas de sus investigaciones. En su primer postdoctoral desarrolló una vacuna con un virus llamado vacciniam contra la artritis reumatoide. En el segundo, se centró en virus que potencialmente infectan células cancerígenas. Su lista de libros y artículos científicos y de premios es inacabable, lo que avala su idoneidad para opinar sobre este Covid-19 que hasta a él mismo le trae de cabeza.
La actual curva ascendente está visualizando la relajación de medidas en la cena de Nochebuena y comida de Navidad. No sé si el pico lo alcanzaremos cuando se reflejen los excesos de los días posteriores. Cabe esperar que seguirán subiendo durante una semana o diez días más. Por desgracia, las medidas tomadas siguen siendo laxas, pero esperamos que a partir de ahí la curva empiece a bajar y los hospitales puedan de nuevo ir liberando las camas de las UCI.
Ahora nos ha sorprendido Filomena. Es un factor que, en zonas tan castigadas como Madrid, está obligando de forma natural a una restricción en la movilidad y, además, evita hacinamientos. Esto puede resultar muy beneficioso en el control de la pandemia.
Este virus se está revelando muy excepcional y el juego de guerra que lleva con nuestro sistema inmunológico es muy fino. Desde un punto de vista epidemiológico y como medida contra la dispersión del virus, lo ideal sería un confinamiento severo. Es una perogrullada decirlo. Un confinamiento como el de marzo garantiza la desconexión de la transmisión, pero sería una opción inviable de forma indefinida. Habría hecho falta un confinamiento más severo antes de las fiestas de Navidad. El problema es que bailamos al son que marca el virus. En Europa, no solo en España, lo hemos decidido así, de modo que, si baja la transmisión, se relajan las medidas. Entonces aumenta la transmisión y otra vez somos más agresivos con las medidas. Este baile debería cesar con la vacunación.
Estas medidas tan caóticas perjudican a todos, generan una gran desafección y hastío en la gente. La consecuencia es la desobediencia, la relajación en las medidas y el descuido de esa responsabilidad de no reunirse, no viajar, no salir, decisiones que sí son realmente efectivas. Al final cada uno hace lo que considera de acuerdo con sus intereses personales.
Puede ocurrir, pero no sería tan alta. Todo dependerá de cómo actuemos en esta tercera ola, de si la baza de la vacuna empieza a notarse y a doblegar la curva. Históricamente nos podemos comparar con la gran pandemia de la mal llamada gripe española de 1918, que cursó con tres grandes olas. La segunda, a finales de ese año, fue devastadora.
Después de la tercera, el virus no desapareció, pero se fue adaptando a nosotros y se convirtió en estacional, que es el virus contra el que nos vacunamos actualmente. Luego ha ido llegando en pequeñas marejadas. Algo me dice que vamos en la misma dinámica y el virus acabará estacional en equilibrio con nuestra especie. Se va adaptando a nosotros y cada vez hay más gente inmunizada. No se espera una cuarta ola tan devastadora, pero estamos aprendiendo a marchas forzadas de este virus que no deja de dar sorpresas en cuanto a sintomatología, forma de transmisión, variabilidad y demás. Todo esto contando con que habría que poner velocidad de crucero y empezar a vacunar con buen ritmo.
Cuanto menos tardemos en vacunar a mayores sectores de la población y la reticencia vaya remitiendo, antes empezaremos a pasar página. Cuando la población más vulnerable esté vacunada, se irán descongestionando hospitales y se normalizará la capacidad hospitalaria. Esto hará que bajen las muertes directas por Covid y también las muertes indirectas por colapsos hospitalarios, operaciones retrasadas o por personas que no van al médico o llegan tarde por temor al virus.
No obstante, todavía hay muchas incógnitas. No está demostrado, por ejemplo, que la vacunación impida la transmisión del virus ni sabemos tampoco cuánto durará el efecto de esa vacunación.
No tendría sentido empezar por vacunar a los jóvenes. La imperiosa urgencia es intentar prevenir y proteger a los más vulnerables de la patología. Si no sabemos si las vacunas Pfizer y Moderna evitan la transmisión del virus, sería inútil empezar por jóvenes si van a seguir transmitiendo e infectando a personas vulnerables, con sintomatología y con riesgo de colapso hospitalario.
Si en un futuro hubiera otras opciones vacunales y alguna demostrara que sí es esterilizante, es decir, que evita la dispersión del virus, entonces sí se podría modular los grupos a los que se inmuniza.
Necesitaríamos un ritmo de vacunación en torno a 150.000 más o menos en España por día para plantarnos en verano con todo el programa y el compromiso expuesto por el gobierno. Aunque se va acelerando, estamos lejos de ese objetivo. La logística tiene que estar muy engrasada y apretar el acelerador porque van a empezar a coincidir personas que necesitan la primera dosis con las que necesitan la segunda.
Es lícito y legítimo empezar a vislumbrar esa necesaria luz al final del túnel. Ahora se pone como objetivo la Semana Santa, aunque ya están anunciando que se suprimirán las procesiones. Será atípica, como lo será también la Feria de Abril. Ojalá nos equivoquemos y se acelere tanto la vacunación que podamos afrontar los próximos eventos culturales, sociales, económicos con cierto optimismo y sin carga hospitalaria Me temo que no tendremos una Semana Santa normal, aunque todo podría ocurrir. Habrá que ver cómo evolucionan los datos para atisbar al menos algo que nos recuerde a una normalidad prepandémica.
Tendremos que seguir siendo responsables y cuidadosos con todas las medidas de seguridad durante bastante tiempo. En primer lugar, porque hasta que no esté la inmunidad de rebaño, el virus seguirá causando estragos. Ni siquiera sabemos si esa inmunidad será posible si el virus se puede seguir transmitiendo aún después de estar vacunados. Desde luego, el uso de mascarilla ha marcado un cambio de paradigma puesto que estamos viendo su efectividad para otras patologías respiratorias.
Sobre todo, estamos viendo la irresponsabilidad de los gobiernos en plural: central, autonómicos e incluso municipales. Los políticos, con sus broncas y discursos toscos, no han estado a la altura de las circunstancias, como en otros países. En España desde el principio quedó claro que la pandemia se aprovecharía con clave electoralista, independientemente del color, como ha ocurrido ya en otras situaciones luctuosas. Esto, y sus mensajes contradictorios, ha sido desfavorable para la responsabilidad ciudadana. Las luchas entre el Gobierno Central y la Comunidad de Madrid, con medidas y contramedidas, sería ridículas si la situación no fuese tan dramática. Este caos ha favorecido la expansión del virus. Lo dijo el director de la OMS: cuando los políticos crean tensión, la sociedad lo paga con muertes.
Me preocupan las luchas electoralistas y políticas cuyo único fin es pescar en su caladero de votantes y actuar de forma contraria a lo que dice el otro partido. Es impensable en otros países. Seguimos sin apostar por la sanidad pública, sin reforzar los centros de atención primaria y sin tener la aplicación Covid o esos rastreadores imprescindibles incluso para rastrear nuevas variantes. Se apuesta más por acciones propagandísticas y mensajes triunfalistas.
En un aspecto más filosófico, es preocupante que la humanidad, llegando a ocho mil millones de habitantes, no seamos conscientes de que el cambio climático traerá nuevas pandemias.