Te sonará, seguramente. Alguno de tus familiares o amigos menciona el asunto con entusiasmo, con una alegría serena que les es difícil disimular. Estamos hablando de la meditación, esa disciplina oriental, un tanto extraña, que a los profanos y los incrédulos les hace pensar en monjes arrodillados hacia la nada, y para los que la conocen y la practican a diario es un refugio propio al que no piensan renunciar. De hecho, su apariencia así lo demuestra. Esa gente parece más calmada, más capaz de tomar decisiones basadas en los juicios correctos (distantes, sin volubilidad emocional); y qué curioso, no se alteran con nada.
No son iluminados. La meditación o ‘mindfullness’, como se la conoce en Occidente, es además una de las mejores formas que tienes para combatir a uno de los grandes enemigos en nuestra vida de estrés laboral y vorágine: la maldita ansiedad.
En términos más técnicos podría decirse que la meditación es la práctica de un estado de atención concentrada sobre un objeto, un pensamiento, la propia conciencia o el estado de concentración con el que la emprendemos.
Dejaremos fuera la tradición oriental y el budismo, con una larga lista de escuelas y aproximaciones, y nos centraremos en la ciencia, lo que nos dice del acto de meditar, y cómo se ha comprobado que tiene beneficios directos sobre la salud de nuestro cerebro. Algunos estudios hablan, por ejemplo, de una mejora en la salud cardiovascular. Otros explican cómo aumenta nuestros niveles de atención y empatía, disminuye la presión sanguínea, regula la frecuencia de las ondas cerebrales y, por supuesto, ayuda a reducir el estrés.
Con práctica, sin depender de pensamientos mágicos que sacralicen lo que es una herramienta más, puedes educar a tu cerebro para transformarlo y bajar parcialmente tu ansiedad.
En realidad, la meditación, para los principiantes, debería tomarse como una herramienta sencilla que se pueda integrar en nuestro día a día. Implica pausar nuestra actividad y nuestros propios juicios y sentarnos en silencio, con la postura correcta, a visualizarlos. No necesitas apuntarte a ninguna academia o curso que te ayude a empezar, aunque por supuesto en tu ciudad habrá más de uno.
Si estás pensando que necesitas mucho tiempo para ‘hacerlo bien’, de nuevo estás cayendo en un prejuicio muy extendido. De hecho, es al contrario. Puedes empezar con sesiones breves y guiadas de 5 minutos e ir aumentando el tiempo. Una vez compruebes por ti mismo los efectos más o menos visibles en tu ansiedad y estrés, te será más fácil engancharte.
Con la motivación correcta, puedes llegar a meditar entre 20 y 30 minutos diarios sin ningún tipo de problema. Es más: no querrás renunciar a ellos. Habrás aprendido que lo importante en la meditación no es hacerlo bien o mal, sino el aprendizaje del propio acto: escuchar a la mente y focalizar la respiración, y en lugar de negar nuestros problemas, ansiedades, supuestas lacras de carácter, aceptarlos como aceptamos lo que es parte sustancial de nuestra naturaleza. La meditación, podría decirse, es el arte de la empatía con uno mismo.
Es posible meditar de muchas formas distintas. Podemos centrarnos en un sonido o escoger un objeto y observarlo (sin juzgarlo). También con música, en una sesión de running o repitiendo un mantra, bajo los preceptos de la meditación trascendental. O, por supuesto, la más accesible, la que utiliza las dos herramientas ya tienes: silencio y tiempo.
Escoge un rincón cálido y tranquilo de tu casa. Siéntate con las piernas cruzadas y los brazos en el regazo en una postura erguida. Puedes utilizar un respaldo si no quieres cargar las lumbares. Cierra los ojos y prueba a escuchar tu respiración cinco minutos. No hace falta más.
Si te lo estás preguntando, es falso que la meditación requiera dejar la mente en blanco. Muy al contrario. Con un poco de práctica, aprenderás a distanciarte de tus pensamientos en bucle, las bombas de racimo con las que te riega tu cerebro. Estarán ahí, permanecerán, pero podrás dejar de prestarles atención.
El ser humano es un animal social y estar escuchando la maldita voz interior de nuestro cerebro quizá no es muy apetecible de primeras. Por ese motivo existe la meditación guiada, una de las formas más populares entre los principiantes.
Se practica siguiendo las indicaciones de la voz de otro, con ejercicios de respiración y alternancia entre el estado de concentración y el de suspensión del pensamiento. Te recomendamos, por ejemplo, los podcasts de Tara Brach, psicóloga norteamericana. En Spotify encontrarás muchos recursos para dejarte llevar por la relajante voz de otros y empezar con la práctica.
Si lo que deseas es estirarte como una anguila mientras meditas, hasta que te cruja todo el cuerpo, terminamos con otra recomendación: prueba con el yoga, una de las actividades que mejor combina con esta práctica.