Más de 800.000 personas sufren alzhéimer en España, una enfermedad degenerativa del cerebro que va destruyendo la neuronas y, con ello, la persona comienza a perder su capacidad intelectual y funcional. Por desgracia, aún es una enfermedad que no tiene cura y que aparece casi sin que se note, con pequeños despistes, pero que puede avanzar a pasos agigantados con pérdidas de memoria, cambios de humor, o siendo incapaz de reconocer a una persona o el lugar donde se encuentra. En definitiva, se comienza a perder calidad de vida, y para intentar mantenerla se utilizan distintos tipos de terapias, una de ella, con perros.
Según la Sociedad Española de Neurología, el alzhéimer es la enfermedad neurodegenerativa más común en mayores de 65 años, por lo que está muy ligada al envejecimiento, aunque la entidad también detecta ciertos factores, como la diabetes, la obesidad, el sedentarismo, o la hipertensión, que podrían provocar cierta predisposición en las personas a padecer esta patología. Por suerte, parece que el trabajo con animales puede ser, en muchos casos, un gran avance para conseguir que las personas con alzhéimer se puedan relacionar mejor y disminuya la irritabilidad y el estrés que les provoca la enfermedad.
Aunque es el paciente quien más sufre la enfermedad, prácticamente en la totalidad de casos no son conscientes de padecerla, por lo que irremediablemente afecta a su entorno más cercano y la vida de estos. Por eso, según la Fundación Affinity, que investiga los beneficios de los animales de compañía en la sociedad, es importante que en las terapias también participen sus familiares o cuidadores.
La Fundación aclara que estas terapias con perros pueden reducir el impacto de la enfermedad y que su deterioro cognitivo no sea tan acelerado, pero que en ningún caso sustituye otros tratamientos farmacológicos prescritos por un especialista, por lo que es un procedimiento complementario. La interacción con perros puede darse tanto en centros de día, como en el hogar o en las residencias geriátricas, ya que muchas de ellas cuentan con perros residentes, no solo los que van de visita para la realización de la terapia.
La presencia de un perro puede mejorar el humor de la persona, así como darle una mayor predisposición a continuar los tratamientos y a seguir una alimentación constante, factores que dependiendo de cada caso son difíciles de mantener según lo avanzada que esté la enfermedad.
Las terapias con los canes pueden mejorar el humor y trabajar ciertos aspectos físicos, sociales y emocionales a los que la enfermedad puede afectar y que gracias a la interacción con los perros pueden verse contrarrestados. Dado que los perros van a estar con personas que pueden tener cambios de humor imprevisibles, deben presentar algunas características para que su terapia sea efectiva.
Deben ser perros seguros, dóciles y con los que ya se haya trabajado para que no reaccionen de forma brusca o inapropiada. Obviamente el perro debe haber sido entrenado para poder conseguir objetivos con el paciente, siempre con la supervisión del terapeuta que se encarga de las sesiones. Es muy importante que el perro sea sociable, que le guste el contacto humano para ayudar a la persona con alzhéimer a mejorar sus relaciones y a mantener un buen estado de ánimo.
En definitiva, no tiene que ser un súperperro, pero sí uno que le permita avanzar, con el que pueda realizar actividades. Así mismo, a pesar de que son los centros quienes realizan las terapias para sus pacientes, un perro de compañía en el hogar también puede traer beneficios similares al paciente y a quienes viven o cuidan de él. La compañía que le hace, tener que recordar que tiene que darle de comer, su nombre, o incluso salir a pasearlo pueden ayudar a que los efectos del alzhéimer vayan algo más despacio.
Mejora el humor y su movilidad, les hace compañía, les ayuda a mantener relaciones sociales… En general, las terapias con los caninos suelen presentar grandes beneficios en las personas con alzhéimer. Aunque por supuesto no es una cura, ayuda a mejorar su calidad de vida y a detener el avance de una enfermedad que puede actuar muy deprisa en muchos casos.