Los laboratorios Pfizer, unos de los creadores de la vacuna contra la Covid, han estado ensayando el medicamento con más de 43.000 personas. Después del amplio ensayo y sin problemas que impidieran su comercialización, la campaña de vacunación empezó el 8 de diciembre en Reino Unido. Las incidencias comenzaron a sucederse, primero se recomendó que los alérgicos severos no se la pusieran y ahora es el turno de otras personas con distintas patologías.
¿Patinazo de la FDA, el ministerio de Sanidad de Estados Unidos que ha aprobado la vacuna en ese país? ¿Imprudencia por parte de las autoridades del Reino Unido? Ni una cosa ni otra. Como ocurre con cualquier medicamento, la vacuna de Pfizer no tendrá un riesgo cero ni será adecuada para todo el mundo. Como en todo tratamiento médico, debe ser el profesional sanitario quien valore si el riesgo de contagio es más perjudicial que los posibles efectos adversos de la vacuna. Y, ahora sí, comprobemos a quiénes puede perjudicar más, según la ficha técnica de la vacuna Covid-19 BNT162b1 de Pfizer.
Aunque durante los ensayos clínicos participaron adolescentes e incluso niños de 12 años, no hay masa crítica suficiente para tener un criterio concluyente. Por tanto, no sería recomendable el uso de la vacuna en menores.
Los pacientes de patologías cardiovasculares son otros de los afectados. Las personas que sufran trastornos en la coagulación de la sangre o reciban algún tratamiento anticoagulante, como el caso del acenocumarol o Sintrom, la warfarina, o los NACOs o nuevos anticoagulantes, tampoco deben ponerse la vacuna. En estas dolencias, las inyecciones intramusculares está contraindicadas y, de momento, la única administración de la vacuna de Pfizer es un pinchazo en el deltoides (la zona del hombro).
Quienes sufran algún tipo de enfermedad con inmunodepresión o estén recibiendo alguna clase de terapia inmunodepresora, como los enfermos de SIDA o los pacientes que toman, por ejemplo, tratamiento contra la artritis reumatoide, tampoco son buenos candidatos. La vacuna no está específicamente contraindicada, pero sí surtiría menos efecto.
En líneas generales, durante el embarazo y la lactancia se suspenden la mayoría de los tratamientos médicos que no representen riesgo para la madre. La única excepción es la de la vacuna de la gripe. En el caso de la Pfizer, recomiendan no administrarla a embarazadas o madres que den el pecho por falta de información concluyente: por el momento se desconoce la posible toxicidad de esta vacuna respecto a la reproductividad, ya que no se han completado los estudios necesarios. En cambio, la ficha técnica sí aconseja evitar el embarazo al menos dos meses después de la segunda dosis y desaconseja la vacunación durante la lactancia.
Muchas de las advertencias sobre la vacuna se deben a la rapidez con la que se han hecho los ensayos y con la que se ha tramitado la autorización. Más que se hayan constatado efectos adversos, faltan datos concluyentes sobre estos grupos de riesgo.
La realidad es que se desconocen, por ejemplo, las interacciones entre esta vacuna y otras vacunas contra la Covid-19. De la misma manera, no se conocen las posibles interacciones entre la vacuna y los fármacos disponibles en el mercado.
La gravedad de la crisis ha hecho que todos los procesos en relación con la vacuna se hayan hecho por la vía urgente. Y ahí es donde entra la farmacovigilancia, la fase de cualquier protocolo médico en la que se van recopilando los datos sobre su eficacia real, sus interacciones y sus incidencias, sobre todo en los grupos más pequeños o con riesgos más específicos. Reino Unido, el primero en comenzar las vacaciones, será también el primero en aportar los datos que harán de la vacuna un medicamento más o menos valioso.