La fibromialgia es una enfermedad crónica que genera dolor constante generalizado y fatiga de causa desconocida. Afecta principalmente a mujeres de entre 30 y 60 años, aunque también la padecen con menor edad y hombres. Un 2,45% de la población general ha sido diagnosticada con fibromialgia y hasta 1992 no fue reconocida por la Organización Mundial de la Salud.
AFIBROM, la Asociación de Fibromialgia de la Comunidad de Madrid, adelanta que “radica en un mal funcionamiento de los sistemas nerviosos, inmunológico y endocrino y tiene un fuerte componente bio-psico-social” y todavía no existe una prueba concreta que la determine. El especialista, principalmente el reumatólogo o internista, es el que da con un diagnóstico clínico tras analizar todos los síntomas y descartar otras enfermedades y síndromes.
La lista es larga. Los más destacables, tal como enumera AFIBROM, son los siguientes:
También, acompañan otros síntomas como rigidez matutina; fatiga mental intensa; trastornos cognitivos con problemas de concentración y de memoria; contracturas musculares; parestesias, hormigueo y entumecimiento; migrañas; ansiedad y depresión; trastornos digestivos; o problemas de tiroides.
Al ser tan elevado el número de síntomas, algunos pacientes deben acudir a muchas consultas de especialistas, lo que alarga el obtener el diagnóstico definitivo. Un tiempo que “agrava la salud física y emocional y la incomprensión del entorno”, constata la asociación.
Precisamente, Belén, de 55 años, madre y abuela, que trabaja en un puesto de responsabilidad como funcionario público, relata que desde que empezó a sufrir los primeros síntomas hasta dar con ese diagnóstico definitivo pasaron unos cinco años.
“Me dolían las piernas, dormía fatal, engordé demasiado, no conseguía concentrarme, tenía trastornos gastrointestinales y estaba cansadísima”, apunta Belén. “Siempre he sido muy competente en el trabajo y nunca había estado de baja. La situación hasta ser diagnosticaba me generaba ansiedad porque era difícil de entender”, recuerda.
Por otra parte, mientras se obtiene el diagnóstico, es necesario descartar otras enfermedades con síntomas similares como la artritis reumatoide, lupus, esclerosis múltiple, hipotiroidismo o trastorno depresivo mayor.
Hoy en día, no existe un tratamiento como tal. Sí que es posible mitigar los diferentes síntomas y los brotes de dolor. Por tanto, el tratamiento es individual. El objetivo: que la fibromialgia afecte lo mínimo a su salud y calidad de vida.
El médico busca disminuir la fatiga, mejorar el sueño, incrementar el nivel de actividad con ejercicio suave como el yoga o pilates y una nutrición completa. Otros aspectos como ayudar a cada persona a afrontar la enfermedad y mejorar su bienestar psicológico don cruciales.
Belén nos cuenta que, a diario, toma una medicación para el hipotiroidismo y un antidepresivo. Y casi a diario analgesia suave. Tras un tiempo, “voy aprendiendo a leer y a escuchar a mi cuerpo para dosificarme, a ser egoísta y a decir 'basta' para no forzar ni llegar al límite de mis fuerzas”. Además, “cuando noto que va a comenzar un brote de dolor, tal como me ha aconsejado el especialista, tomo un analgésico pautado más fuerte”.
Destaca Belén que está siendo de gran ayuda el control de su enfermedad por parte del médico de familia; se encarga del seguimiento y “se ha convertido en una persona que me apoya y me anima, al igual que mi familia y amigos”. No hay que olvidar que, durante unos años, hasta que pusieron nombre a su dolencia, Belén se sentía incomprendida.
Todavía se desconoce exactamente qué la desencadena. Afibrom publica que estudios recientes apuntan a una predisposición genética y que aparece tras un accidente o traumatismo grave; una cirugía; ciertas infecciones; dolor intenso que se alarga en el tiempo; estrés elevado continuo o puntual.
Pero, en ocasiones, los pacientes solo recuerdan padecer los síntomas de toda la vida.
Otras teorías puntualizan que ciertos síntomas podrían ser precisamente las causas:
La respuesta está en incrementar los recursos y la inversión económica en investigación como sucede con otras enfermedades.
Belén califica su enfermedad como “invalidante”. Dice que siempre ha sido una mujer fuerte que podía con todo. Ahora va asumiendo que hay que cambiar el ritmo y hacer las cosas de otra manera o no hacerlas.
Hoy sabe que puede intentar controlarla si rebaja su nivel de estrés en el trabajo. “La pandemia actual me ha permitido alimentarme mejor, trabajar desde casa, parar si lo necesito y desplazarme lo imprescindible. Así me canso menos”, señala. Además “con el diagnóstico en la mano, mi superior entiende que a veces necesito parar y descansar. Se trata de reorganizar mi rutina para seguir cumpliendo con mis responsabilidades”.
Los cambios en el clima y el sedentarismo tampoco son buenos aliados. Nuestra interlocutora puntualiza que cuando puede se escapa con su familia y amigos a dar un paseo por el campo y a comer bajo la sombra del árbol de su huerta.