El verano ya hace tiempo que terminó. Las tardes en la playa, los bañitos en el mar y ese agradable sol que bañaba nuestros días han desaparecido para dar paso a la jornada de ocho horas en el curro, las lluvias torrenciales y el frío. Ahora ya no vamos en tirantes y con camisa corta, sino con jerseys, abrigos y chubasqueros. En el dormitorio, el edredón y los pijamas largos asoman por el armario, y el aire acondicionado, nuestro leal compañero en los meses de julio y agosto, descansa plácidamente tras haberle cedido el testigo a la calefacción.
Es así: el verano caducó. El otoño ya ha llegado, y con él la oscuridad, la tristeza y la apatía. Y no lo decimos metafóricamente.
El trastorno afectivo estacional (TAE), también conocido comúnmente como 'depresión otoñal', es un tipo de depresión que aparece con los cambios de estación y que suele manifestarse en la misma época del año. Por lo general, las personas que padecen este trastorno empiezan a notar sus síntomas con la llegada del otoño y el invierno, cuando las horas del sol disminuyen, aumenta el frío y los días se vuelven oscuros y lluviosos, y no los resuelven hasta que llega la primavera. Aun así, también hay pacientes que experimentan estos síntomas a la inversa, es decir, con la llegada de la primavera y el verano, aunque estos casos son mucho menos habituales.
Actualmente, se calcula que este trastorno afecta a entre el 1% y el 10% de la población mundial, siendo su incidencia mayor en las mujeres, los jóvenes, las personas que viven lejos del ecuador y en aquellos que tengan familiares que hayan sufrido una depresión.
A pesar de que las causas detrás de este trastorno todavía no están del todo claras, muchos expertos apuntan a la falta de luz solar como principal aliciente, ya que es en otoño cuando se produce el cambio de horario y se reducen las horas de exposición a la luz solar.
Este descenso, a su vez, puede derivar en un importante cambio hormonal que afecte a nuestra producción de Vitamina D, que bebe directamente del sol, y de serotonina, un neurotransmisor también conocido como “la hormona de la felicidad” que se encarga del control de nuestras emociones y que juega un papel importante en la producción de melatonina, la hormona que regula nuestros ciclos del sueño.
Para que un paciente pueda ser diagnosticado con esta enfermedad, los síntomas deben sucederse siempre en la misma época del año y ser consistentes con el paso del tiempo. Es decir: es necesario que se repitan de manera consecutiva durante, al menos, dos años. De lo contrario, estaremos ante episodios de apatía o de bajón puntuales.
El trastorno afectivo estacional no difiere mucho de una depresión mayor. De hecho, la gran diferencia entre uno y otro trastorno es el patrón estacional recurrente que presentan los pacientes del TAE. Por tanto, es importante que tomemos en serio los síntomas y que busquemos ayuda, ya que, de no tratarse a tiempo, pueden causar complicaciones.
El cuadro sintomatológico de las personas afectadas por este trastorno incluye tristeza, pensamientos de desesperanza, irritación y pesimismo, cambios de humor constante, sentimientos de culpa, falta de energía, dificultad para concentrarse y para conciliar el sueño, cambios de peso y apetito, tanto por exceso o por defecto, y la pérdida de interés por las actividades que antes solían realizar. Además, en algunos casos, también pueden aparecer pensamientos suicidas.
Para tratar este problema, lo más recomendable es que acudamos a un especialista que pueda hacernos un diagnóstico adecuado y darnos un tratamiento efectivo. En este sentido, uno de los tratamientos más utilizados contra el TAE es la fototerapia, con la que los pacientes son expuestos de manera gradual a dosis lumínicas, aunque muchas veces se combina con medicamentos antidepresivos. Además, cuidar la dieta y el descanso resulta también recomendable para poder reajustar las rutinas.