Mirarse al espejo y verse joven, con buena cara y un aspecto saludable, aunque se hayan cumplido los sesenta o los ochenta proporciona un subidón de energía. Hay costumbres que nos rejuvenecen y otras al contrario que nos hacen ir más rápido que el reloj. Desde Uppers hemos consultado con un médico de familia qué hábitos hacen envejecer de forma prematura. A falta de una poción mágica para la eterna juventud, queremos saber qué es lo que más envejece a una persona.
En líneas generales, un estilo de vida saludable basado en una alimentación rica, variada y mediterránea junto al ejercicio diario son los dos pilares para estar bien y que nos afecte en menor medida el envejecimiento normal del paso de los años. Comer en exceso, ingerir productos ultraprocesados, abusar de grasas animales o no hidratarse lo suficiente provocan un crecimiento del tejido adiposo, lo que no ayuda en absoluto al organismo porque acelera el envejecimiento relacionado con el funcionamiento de los órganos internos.
En cuanto al ejercicio, es necesario andar, moverse, pero también un entrenamiento cardiovascular, de resistencia y de fuerza, por supuesto, adaptado a la edad y a las circunstancias personales. Tanto el ejercicio como una alimentación saludable ayudan a evitar multitud de enfermedades crónicas que comienzan a aparecer a partir de una determinada edad. Sin embargo, hay otros hábitos que tal vez no se estén teniendo en cuenta que aceleran igualmente el envejecimiento.
Uno de ellos es el la falta de uso de una crema de protección solar todos los días. La mayoría de las mujeres la han incorporado a su rutina diaria pero muchos hombres todavía se resisten. Debemos tomar el sol a diario para obtener vitamina D. Sin embargo, con 10 minutos es suficiente.
El resto del tiempo de exposición solar, debido a los efectos de la luz ultravioleta, hace que la piel se resienta. Con la edad se pierde la capacidad de regeneración. El resultado es una piel más frágil, flácida y envejecida. Aunque lo más arriesgado es la posibilidad de padecer cáncer de piel.
El teléfono móvil y las pantallas de las tables tampoco benefician mucho. La luz azul que desprenden estos aparatos electrónicos causa un envejecimiento prematuro. Principalmente afecta a la vista porque acelera la pérdida de visión de lejos y de cerca.
Los hábitos más graves son el consumo habitual de tabaco y de alcohol; está demostradísimo que envejecen biológicamente a todos los niveles. En cuanto al alcohol lo más relevante es que genera cáncer, hipertensión arterial, gastritis, úlcera gastroduodenal, cirrosis hepática, cardiopatías, deterioro cognitivo y encefalopatías, además de agresividad, depresión, disfunciones sexuales, alteraciones del sueño, demencia y hasta psicosis.
Las consecuencias del tabaquismo también son numerosas. En el aspecto se generan arrugas prematuras en la zona del labio superior, alrededor de los ojos, barbilla y mejillas y una coloración grisácea de la piel. También manchas en los dientes, infecciones y caries.
El monóxido de carbono del humo del tabaco pasa a la sangre a través de los pulmones dañando el sistema vascular y disminuyendo el transporte de oxígeno a los tejidos. Lo mínimo es fatiga, tos y expectoración. La nicotina por su parte actúa sobre el sistema cardiovascular aumentando la frecuencia cardiaca y la posibilidad de arritmias, cambios en la viscosidad sanguínea y un aumento de los niveles de triglicéridos y colesterol. El tabaco provoca cáncer de pulmón, laringe, faringe, esófago, vejiga, riñón y páncreas. Incluso causa enfermedades respiratorias y coronarias.
Dejando a un lado los problemas de envejecimiento evidente que produce el alcohol y el tabaco, con el paso de los años se corre el riesgo de aislarse y reducir al mínimo las relaciones sociales. Cuantos más lazos se estrechan con los demás, está demostrado que las probabilidades de vivir un mayor número de años aumentan.
A ello se suma la actitud frente a la vida y frente a la edad. Creer que se tiene una edad superior a la real no es nada bueno. Tampoco es un aliado frente al envejecimiento el estrés. Ese desgaste emocional nos genera problemas de sueño, cansancio, apatía y malestar en general.