Con la edad deben aumentar las responsabilidades sobre nuestra propia salud. Tenemos que hacernos cargo de nuestros hábitos de vida y atajar los que puedan estar modificando el curso de nuestro bienestar psicológico y corporal. Si ya es conveniente que realices un chequeo cada cierto tiempo y estés en constante comunicación con tu médico de cabecera, razón de más para tener cuidado a partir de los cincuenta, cuando hay más riesgo de sufrir un ataque cerebrovascular: el ictus, la rotura de una arteria cerebral, o la interrupción del flujo de sangre al cerebro.
Te contamos qué puedes hacer si notas alguno de los síntomas y entras en el minuto de riesgo, cuando es clave actuar.
Existen tanto factores modificables como inmodificables. Dentro de los modificables, la edad tiene un papel fundamental, pero no es una enfermedad cerebrovascular exclusiva de gente de una cierta edad. Sí debemos tener en cuenta que, a partir de los 50, se doblan las probabilidades de que te toque la papeleta mala.
Otro de los factores inmodificables es el género: los hombres tienen muchas más posibilidades de las mujeres de entrar en la lotería siniestra del accidente cerebrovascular, y otro factor todavía más subjetivo, según distintos estudios, es el de las condiciones socioeconómicas del grupo de población que se estudie para extraer los datos y las conclusiones: hay más riesgo de sufrirlo cuando nuestras circunstancias socioeconómicas son peores.
Dentro de los factores que podemos modificar con ayuda de nuestro médico para disminuir las posibilidades de sufrir un ictus, hay que contar la obesidad, una tasa alta de colesterol (hipercolesterolemia), el tabaquismo, el abuso del alcohol y otras drogas (riesgo de infarto y hemorragia cerebral) y la hipertensión, uno de los riesgos más importantes, tanto en el ictus isquémico como en el hemorrágico.
Son similares en la obstrucción (trombosis) o la rotura de la arteria cerebral, y dependen muchísimo de la zona de nuestro cerebro en la que suceda: la incapacidad de hablar, con pérdida parcial del habla y de la inteligiblidad de lo que se dice; también puede darse la pérdida de visión de uno o de los dos ojos y una falta de equilibrio. A menudo también desaparece la sensibilidad en una parte del cuerpo (brazos y piernas) y se produce una desviación de la boca, lo que se conoce como una ‘pérdida de fuerza’ en la cara. Puede también darse un dolor de cabeza extremo, náuseas y vómitos
Si se sufre un ictus es fundamental actuar con rapidez. Al ser un accidente cerebrovascular muy grave el tiempo de respuesta influye muchísimo en el deterioro cognitivo y, por supuesto, en la recuperación.
Si tu acompañante presenta síntomas de ictus es importante aflojar la ropa del afectado, hacer que se tumbe en un lugar aislado, sin ruido, llamar inmediatamente a emergencias y trasladarle a un hospital que esté preparado para administrar los medicamentos necesarios: un tratamiento por cateterismo.
Si la persona está inconsciente, debes acostarla de lado en una posición lateral de seguridad, no forzarle a hablar ni darle alimento o agua, pues podría ser fatal y atragantarse. Fundamental no mover a esa persona ni actuar por tu cuenta llevándole tú mismo al hospital. Son los sanitarios los que deben iniciar el protocolo con todas las medidas.
En un escenario ideal, si se consigue atajar el problema en un periodo corto y trasladar rápidamente al afectado al hospital, hay muchas más posibilidades de que la recuperación del ‘sufriente’ sea satisfactoria.
Una vez atajada la emergencia, comenzará el periodo de curación. El médico evaluará nuestra situación y prescribirá una serie de medicamentos para que el ictus no repita ‘papel protagonista’ y el riesgo baje (obviamente, es imposible el riesgo cero, pero ponernos en manos de un médico será clave).
Además, el médico evaluará nuestra situación y hábitos de vida para atajar los factores de riesgo en los que pudiéramos estar cayendo: hipertensión, diabetes, colesterol alto, sobrepeso, dieta. Es posible que también prescriba ciertos medicamentos para prevenir la trombosis, sobre todo en aquellos pacientes con arritmias cardiacas (fibrilación auricular). La detección precoz de estas patologías son las que, de algún modo, pueden evitar que sufras un ictus los años siguientes.