La palabra cáncer le lleva a Silvia Ordás, una leonesa de 52 años que reside en Pozuelo (Madrid), a echar mano de un tatuaje que cubre discretamente parte de su mama izquierda. El dibujo es una flor de loto rosa. "La escogí porque es mágica, capaz de florecer en el mismo lodo". Con ella tapó la cicatriz que le dejó su primer cáncer de pecho. Hace unos meses, la enfermedad volvió, esta vez más virulenta, y hubo que practicar una mastectomía. Ya ha encontrado el boceto para su próximo tatuaje. "A la flor le sumaré una hermosa enredadera que tapizará mi nueva cicatriz, esta vez en la zona dorsal, de donde me extrajeron el tejido para reconstruirme el pecho". Junto a ella, casi a modo de firma, pondrá las iniciales de la Virgen del Camino, patrona de su ciudad. No es que sea devota, pero le parece un gesto de gratitud hacia su madre, que reza cada día por ella. Son detalles que le ayudan a gestionar este nuevo proceso con ilusión.
Una vez superado el primero, el cáncer se convierte en esa espada de Damocles que pende sobre tu cabeza y sabes que en cualquier momento puede caerte encima. "En mi caso ocurrió cuatro años después, a pesar de que en las revisiones todo iba perfecto. Un día me noté inflamación y, de golpe, sentí el peso de esa afilada espada que desde hacía tiempo planeaba sobre mí. Al recibir ese segundo diagnóstico me quedé en shock. Igual que la primera vez, en febrero de 2016, pero ahora con más rabia, frustración y miedo. Ya sabía lo que tenía por delante: consultas, pruebas, ingresos, sobresaturación de información, citas con oncólogos, ginecólogos, cirujanos, radiólogos, enfermeras… Todo ello me abrumaba".
Solo había una persona a la que sintió necesidad de llamar: su psicooncóloga Olga Albaladejo. "A pesar de las buenas intenciones, nadie está preparado para ayudar en un momento así. La respuesta emocional va a depender, en gran parte, de la personalidad, experiencias o circunstancias vitales, su contexto social y familiar, pero es importante el acompañamiento de una persona con información y conocimiento profundo de la enfermedad oncológica y con habilidades y técnicas precisas que pueden ayudar a la paciente con cada dificultad que vaya surgiendo en este proceso. Una buena gestión emocional refuerza el sistema inmune y aumenta la adherencia al tratamiento", explica esta experta.
Es lógica la desesperanza, los momentos de tristeza y la ansiedad ante el tratamiento, su imagen corporal, el momento de comunicarlo a la familia y la respuesta de la pareja. "Una recidiva -dice- te crea la sensación de tener que vivir en permanente estado de alarma y, sobre todo, te abre la conciencia a la posibilidad de morir por la asociación que se ha hecho tradicionalmente con la muerte". Ante esta anticipación o fatalismo, que son terribles, su primer consejo como psicooncóloga es respirar profundo. "Al recuperar el aire, tomas distancia y te permites caer en la cuenta de que el diagnóstico no es pronóstico". Aunque no sea fácil, aceptar la enfermedad implica tomar el control de este proceso y asumir la responsabilidad de tratamiento integrándolo en tu día a día. "El siguiente paso -añade- es pensar que, precisamente por tratarse de una recaída, tienes un trecho recorrido. Sabes que, al lado del bache, hay otra realidad hacia la que tienes que mirar. Lo superaste una vez, vuelve a esta fortaleza y recupera aquello que te funcionó".
Albaladejo reconoce que el cáncer de mama atenta contra una zona del cuerpo cargada de simbología, lo que complica aún más el modo de encararlo. En la mayoría de las culturas, es signo de feminismo, erotismo y maternidad. Su reverso, la patología, suele ser traumático para la paciente. A Silvia la reconstrucción inmediata del pecho de la extirpación ha dado cierto alivio y eso mejora su estado de ánimo. "Entiendo que hay mucha presión social porque seamos simétricas, pero la decisión es muy personal. A mí me ayuda a llevar el tratamiento posterior, pero es importante estar segura del camino que tomas y la psicooncóloga está siendo, en este sentido, un pilar fundamental en todo el proceso".
Ella le está ayudando a integrar la enfermedad y el dolor físico en su nueva rutina, pero sin que la enfermedad se convierta en protagonista. A Silvia le encanta la vida, pero nunca ha sido de aficiones locas y tampoco lo va a ser ahora. "Ni se me ocurre pensar que un diagnóstico de cáncer pueda despertar en mí las ganas de tirarme en parapente o descubrir la diversidad marina con gafas de buzo. Me divierte un café con mis amigos, una cena romántica o una tarde de compras yo sola mientras divago sobre esto o aquello con una única conclusión: quiero estar viva. Tengo mis ratos de bajón porque ves que tu cuerpo toma el control por ti. El cáncer sigue activo y el tratamiento no es fácil, incluso llegué a titubear antes de dar mi consentimiento. No me sentía con fuerza para volver a experimentar, pero si me recuperé una vez significa que la apuesta es segura".
Ese querer estar viva significa que, mientras se cura, la vida simultanea con hechos maravilloso que no va a dejar de ver y así se lo hace entender Albaladejo mientras permanece atenta a cualquier sintomatología que pueda desencadenar este nuevo cáncer: estrés, insomnio, ansiedad, tristeza, aislamiento. "La vida continúa y en la mayoría de los casos ha dejado de ser mortal gracias al diagnóstico precoz, el esfuerzo médico y la investigación de nuevas terapias. La enfermedad queda cronificada igual que otras patologías. Esta supervivencia implica un aumento de recidivas o segundos tumores y, por tanto, posibles efectos físicos y psicosociales y un estado de hipersensibilidad que debería atenderse como parte fundamental del tratamiento integral".
El impacto es también grande en el resto de la familia. El marido de Silvia, Miguel, se define como el paciente fantasma. Su malestar emocional puede ser tan fuerte como el de Silvia, pero pasa desapercibido. "Me duele verla mal, siento miedo, pero no me permito flojear. En pocos meses, mi ritmo de vida ha tenido que ajustarse a las necesidades de Silvia y también a las exigencias que impone la Covid-19. Un cáncer te rompe tus planes vitales y te obliga a modificar repentinamente rutinas y roles familiares. Hay momentos en que quisieras llorar a gritos, pero te contienes". Albaladejo, que también toma el pulso emocional de muchos hombres durante el acompañamiento del cáncer de sus mujeres, observa que su reacción inicial es también de aturdimiento. "Una vez que supera el primer impacto, desea empatizar con ella, entender su dolor psíquico, aunque su sentimiento más común es la frustración por no saber cómo ser útil, ayudar sin molestar o calmar sus molestias. Igual que las pacientes, ellos también necesitan recursos para afrontar la recaída".
Una investigación de la Universidad de Indiana confirma las palabras de esta experta: los hombres presentan niveles más altos de estrés que sus mujeres enfermas de cáncer de mama, sobre todo aquellos que reaccionan utilizando la vía de escape o de negación. El estudio detectó que las estrategias masculinas para afrontar la situación son dispares, desde hombres que se empeñan en cambiar el estado de las cosas con agresividad a los que trazan un plan perfectamente racional. Hay maridos que huyen y en la huida se refugian en el alcohol, otros que guardan la compostura de modo casi obsesivo y algunos que reconsideran su vida y deciden mejorar espiritualmente y como seres humanos. "Si te rechazan, si no te sientes cuidada, puede que no sea la persona que merece estar a tu lado en este momento", reflexiona Silvia.
Carmen Yélamos, responsable de psicooncología de la Asociación Española contra el Cáncer, propone un plan emocional que resume en los siguientes pasos:
1) Infórmate y habla con el equipo médico para tratar de conocer la situación real de la enfermedad y su gravedad. Confía en que buscarán el mejor tratamiento para ti.
2) Acepta las reacciones emocionales. No intentes estar siempre positiva, sino acorde con la nueva situación y sin anticiparte. Permítete sentirte triste, frustrada o rabiosa. Busca cualquier actividad que te ayude a descargar las emociones o usa técnicas de relajación y masajes.
3) Desecha la idea de que no hay nada que hacer. Aunque es un pensamiento normal, puede que no se ajuste a la realidad y genera sentimientos de desolación e impotencia.
4) Evita sentimientos de culpa y preguntas como "¿por qué a mí?" o "¿en qué he fallado?"
5) Es importante cuidarse más que nunca mediante alimentación, buena compañía, ejercicio físico y hábitos saludables.
6) Facilita a tu pareja, familia y amigos la oportunidad de acompañarte.
7) Vive el día a día, disfrutando del momento y realizando los ajustes necesarios.