Sansón. Perdió su fuerza. Ya se sabe. Le dejaron sin melena y se volvió vulgar. Adiós a su superpoder de echar abajo templos y matar leones con sus propias manos (literal). Al menos hasta que le volvió a crecer. La relación de los hombres con su pelo va más allá de la anécdota. Tanto, que se ha convertido en un mito. Y los mitos dicen cosas de la sociedad donde nacen y son alimentados. A punto de empezar los 20 de los 2000, echamos la vista atrás para ver cómo ha ido mutando la relación de los españoles con su calva en las últimas décadas. Setenta a lo Landa, ochenta a lo Esteso, noventa rapado como Zidane o Guardiola y los injerto recientes de Casillas o Nadal (versión 'low cost' y democratizada en Turquía). Y no, no son coincidencias sino sociología íntima de varias generaciones.
Empecemos por una remesa de datos, cual folículos pilosos: España es, con un 42%, el segundo país del mundo con más calvos, solo superada por la República Checa. En el momento de soplar las 30 velas, el 50% de los españoles sufren algún grado de pérdida de cabello. Un porcentaje que sube hasta el 80% en los mayores de 50 años. Según la BBC, se gastan 3.135 millones de euros en el planeta en intentar dar con la cura para la alopecia androgénica, algo que ya intentó sin éxito el médico griego Hipócrates aplicando en la cabeza de sus pacientes una mezcla de excrementos de paloma, comino, rábano picante y ortigas. Ese gasto, para que nos hagamos una idea, supone 17,5 veces más que el dinero invertido en controlar la malaria.
No parece tratarse por tanto de un problema trivial. Al menos en el primer mundo. De hecho, la alopecia está reconocida en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) de la Organización Mundial de la Salud, y muchos bajones serios de autoestima, incluso depresiones, tienen en la calvicie su disparo de salida. El cortisol y la ansiedad comienzan a hacer de las suyas en cuanto muchos de estos individuos comienzan su particular via crucis diario: decenas de cadáveres en su almohada, restos obvios en el desagüe de la ducha y tristeza al mirar el peine.
Una inquietud además muy pegada a la vergüenza, según explican los expertos, para los que los prejuicios íntimos y comunitarios en este tema son el caldo de cultivo para los posibles problemas psicológicos posteriores. En este sentido, no hay nada más significativo que los foros de internet –aparte de una cena de Nochebuena- para ver lo que preocupa en las catacumbas la psique humana patriarcal de nuestro tiempo. Sin ir más lejos, en Forocoches, símbolo ya del español más tercamente ibérico, las conversaciones en torno al tema se cuentan por decenas. "Me estoy quedando calvo con 22 años (TEMA SERIO)", "¿Se liga siendo calvo?" o "Soy calvo, ¿qué hago?" son algunas de ellas. En otros, como Foro Vandal, se van más al sentimiento comunitario como consuelo: "¿Cómo de calvos estáis?", se preguntan.
Pero, ¿de dónde viene esta angustia? "El pelo desde nuestros ancestros hasta la actualidad ha sido un signo de fortaleza, juventud y confianza. Tenerlo o no y además de una determinada forma es un rasgo dominante de nuestra estética, lo que hace que nos afecte psicológicamente", explica Javier Pedraz, director médico de la clínica Hisparya, gigante del injerto capilar propiedad de Cristiano Ronaldo y con más de 35.000 pacientes operados en Portugal y España, entre los que está Paolo Futre o Víctor Bahía. Por cierto, que Cristiano conoció el método cuando su madre se hizo un trasplante de cejas con ellos, lo que nos lleva a matizar que, según sus datos, un 25% de mujeres en edad menopaúsica también sufren pérdida de cabello.
Y aquí llegamos a una clave. Tradicionalmente se ha relacionado la pérdida de cabello en los hombres con una bajada de testosterona, que en el lenguaje de la calle viene a significar, implícitamente, menos poderío sexual. ¿Qué hay de cierto en ello? "Es una leyenda urbana. El factor que podría provocar una caída de pelo, que tampoco es cierto del todo, es un aumento de testosterona, pero nunca un descenso. Las últimas teoría nos conducen hacía el hecho de que el pelo se cae en gran medida porque los receptores hormonales de los folículos pilosos de determinadas zonas son más sensibles a la acción de la testosterona. Pero no se ha demostrado que los varones con alopecia tenga mayores o menores niveles", explica Pedraz.
En hombres suele tener un componente genético importante. No siempre es una herencia directa del padre, sino que en muchos casos hay que mirar cómo tienen la melena los varones de la familia de la madre para adivinar el futuro de alguien. Pero vayamos al lío. Así ha ido cambiando la relación de los españoles con su calva en las últimas décadas de nuestra historia. Nótese que, en muchos casos, los nuevos modos de mirar la misma cosa han entrado a través del cine y, sobre todo, del fútbol.
Los setenta: bajitos, calvos y morenos
Seguro que te suena. Era la época de 'el hombre, cuanto más oso más hermoso'. Claro que esa máxima no computaba para la cabeza, donde se perdonaban las entradas generosas. Mal de muchos. Era casi un rasgo distintivo del 'macho typical Spanish', como le gustaba presentarse a Alfredo Landa ante a las suecas en bikini. La calva era lo natural (deseable casi) en el landismo, ese universo que evocaba las andanzas del español medio de entonces: machista, fanfarrón y sexualmente reprimido. Cualquier medida estética para luchar contra ella que se intuyese era sinónimo de 'poca virilidad'. Es decir, homosexualidad traducido a las perífrasis chuscas de la época.
No en vano, en 'No desearás al vecino del quinto', obra cumbre (y homófoba) de este subgénero, Landa se deja el pelo largo para disimular las entradas y se lo tiñe de rubio para interpretar a un hombre gay, que a su vez finge serlo para no tener problemas con los maridos de las clientas de su boutique (si fuese hetero, como el ginecólogo de la trama, se pondrían celosos). La película se mantuvo 31 años como la más taquillera de nuestro país, solo superada por 'Torrente 2, misión en Marbella', encarnada por otro calvo ilustre del esperpento ibérico.
Los ochenta: Esteso y el destape
Pero fue otro su sucesor natural y, a veces, rival en la gran pantallas. Más bien dos. Pajares, con cabellera recia y abundante, y Esteso, bajito y con 'frontón' incipiente. Junto a Antonio Ozores en la dirección, el dúo pronto se convirtió en paradigma del destape una vez muerto Franco. Entre ambos sintetizaban los dos tipos de pelo imaginables por el español medio, que sufría la crisis del Petróleo y ya gestaba el germen del 'pelotazo': la realidad alopécica y el ideal tupido del más alto, que puede verse muy bien en 'Los Bingueros' mientras cantan línea (la película es de 1979, pero su receta siguió buena parte de los ochenta). Los que no acababan de asumirlo recurrían al bisoñé y al estilo Anasagasti, más en la línea de Resines y su 'Amanece que no es poco' (1988), que le dieron un toque absurdo a todo.
En el otro extremo estaba la Movida. Mientras el padre de familia de bien reservaba 200 pesetas el fin de semana para ir con la parienta al cine y echarse unas risas a base de chistes picantones, sábado sabadete, las calles se llenaban de jóvenes rebeldes con ganas de sexo (pero de otro modo), drogas y rockanroll: no parece casualidad que esas 'ovejas negras' experimentasen también con su pelo, aplicando colores flúor y haciéndose crestas. ¡Crestas!
Los noventa y primeros 2000: Bruce Willis y Zidane
Pero volvamos a la relación entre calvicie y hombría. Y demos las gracias a Bruce Willis y Zidane por sacar a los hombres de nuestro país de su particular 'Jungla de cristal' al poner de moda el rapado como método. Uno elegante y lleno de autoestima. 'Me estoy quedando sin mis folículos igual que tú', parecían decir desde la alfombra roja y el terreno de juego, 'pero lo estoy haciendo con mucha dignidad'.
Pronto se convirtieron, sin perder un ápice de rudeza, en el nuevo icono masculino del éxito. Por primera vez melena y masculinidad se separaron. Sansón seguía teniendo fuerza a pesar de todo. Guardiola se unió poco después ganando seis títulos consecutivos en 2009 tras pasarse la cuchilla. Aportó incluso su toque, la corbata estrecha y el traje entallado, a unos banquillos que nunca antes habían visto aquello. Andre Agassi y Michael Jordan hicieron lo propio en las finales de la tele, mientras que en los vídeoclubs triunfaban blockbusters de acción protagonizados por Vin Disel o Dwayne Johnson, alias 'The Rock'. ¿Quién dijo qué de menos testosterona?
La última década: injérteme otra vez
Los primeros osados probaron el injerto al comienzo de los dos mil y se volvieron a casa con el famoso –y temido- 'pelo de Nancy'. Es decir, una ristra de poros muy visibles de los que salían varios pelos y que dejaban un aspecto, cuanto menos, desasosegante. Pero la técnica ha mejorado mucho. Y se ha abaratado. Si antes no bajaba de los 10.000 euros en el mejor de los casos, ahora ronda los 4.000 de media en España. Tal es la democratización del trasplante en el último lustro que por 2.000 euros como mucho tienes un pack de viaje y operación en Estambul, lo que hace que las agencias especializadas en 'turismo sanitario' estén haciendo su agosto: según datos oficiales del Gobierno turco, más de 65.000 extranjeros acudieron en 2016 a alguna de las 350 clínicas de su capital.
"En los años setenta ni siquiera estaban en el mercado los medicamentos para mantener el pelo. En los noventa se rasuraban porque no se obtenían los resultados óptimos. Pero ahora con los avances no tiene sentido seguir calvo. Nosotros usamos la técnica F.U.E. (Follicular Unit Extraction), que es la más utilizada, y que consiste en la extracción de las unidades foliculares (conjuntos de 1-4 folículos) de una en una de la parte posterior de la cabeza para su posterior implantación en la zona receptora deseada. Es un proceso muy laborioso y minucioso", explica el doctor Pedraz.
Casillas, Simeone y Nadal son algunos de los que ya han pasado por quirófano, aunque ninguno ha hablado públicamente de ello. De hecho, según el experto, si se nota luego que se lo han hecho es una de las preguntas más frecuentes. Si duele mucho y cuánto tarda en crecer el pelo son las otras dos. Dudas que, de nuevo, nos devuelven a la presión social. "Nos cuesta admitir que hemos tenido que reparar algo propio que no estaba bien. A los hombres les da vergüenza admitir que han recurrido a la cirugía para solucionar un problema 'estético', haciendo ver que no tiene problemas más importantes. La solución es cambiar el modo de pensar: también es una cuestión médica, ya que el pelo evita la exposición solar, y sobre todo psicológica, porque aumenta significativamente la autoconfianza", añade el doctor.
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