En el colegio nos enseñaron que teníamos cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Gracias a ellos percibimos imágenes, sonidos, olores y feromonas, sabores, temperatura y contacto físico.
Luego estaba el famoso 'sexto sentido', una capacidad ligada a la intuición, a la sensación de que no nos da buena vibra. Tiene un punto esotérico, pero nada más lejos de la realidad. La ciencia acaba de descubrirlo: existe un sexto sentido que nos permite saber que en nuestra salud todo va bien (o no). Cuando experimentamos alguna señal extraña, como dolores de cabeza, náuseas, picores, cualquier alteración del ritmo cardíaco o dolores musculares, es que ese sentido está operativo. ¿Su nombre? Interocepción.
Desde un punto de vista científico, la interocepción es la percepción del estado interno del organismo. Aporta información sobre el funcionamiento o disfunción de las vísceras y órganos internos. Se trata de un sentido que nos ayuda a mantener el equilibrio corporal. La interocepción es algo vital para la supervivencia. Gracias a este sentido podemos percibir que estamos heridos, que algo no va bien en nuestro organismo, que necesitamos un mayor aporte de oxígeno, que necesitamos beber o comer o que estamos sexualmente excitados.
Este nuevo sentido no se experimenta por igual en todas las fases. De hecho, los niños y las personas mayores lo tienen más inhibido respecto a las edades adultas. Por esa razón, los niños y los mayores tienen más dificultad para experimentar el frío, el calor o la sed.
El sentido de la vista se regula a través de los ojos; el olfato, a través de la nariz... ¿Dónde se regula la interocepción? La comunicación entre los órganos y el cerebro conforma un sistema complejo de nervios y hormonas que se conectan a través de todo el cuerpo.
Las investigaciones de los últimos años revelan que el conector por excelencia es el nervio vago, la red de información corporal con mayor cantidad de fibras, más de 100.000. Estas redes viajan desde casi todos los órganos internos hasta la base del cerebro, el 'ordenador central' que, ayudado por el corazón, regula la salud física y emocional.
La interocepción es capaz de detectar la reacción de un órgano ante cualquier estímulo. Para ello, es necesario que exista algún tipo de elemento encargado de detectarla. Estos elementos se llaman receptores biológicos.
Los receptores biológicos o interoceptivos se encuentran esparcidos por todo el organismo, generalmente en todos los órganos principales y en los vasos sanguíneos. El sistema interoceptivo no emplea un único tipo de receptor, sino que recoge información de mecanorreceptores, sensibles a la deformación; termoceptores que captan la temperatura, baroreceptores (sensibles a la presión sanguínea) o nociceptores, los encargados de captar la ruptura de células y de enviar sensaciones de dolor.
Estos receptores permanecen en silencio, a menos que se produzca una alteración que los active y provoque su señal. En ese momento, seremos conscientes de que el corazón nos va más rápido, que tenemos sed o frío, y daremos una respuesta para compensar. Por ejemplo, si estamos nerviosos y sufrimos una taquicardia, haremos lo posible por tranquilizarnos, ya sea respirando profundamente o visualizando una situación relajante.
Hasta ahora, la interocepción estaba ligada a lo meramente fisiológico. Sin embargo, está muy relacionado con la experimentación de las emociones. Si sentimos ira, por ejemplo, es muy difícil que no cambie nuestro patrón respiratorio e incluso del ritmo cardiaco. Si sentimos asco, es casi seguro que vamos a experimentar alguna reacción en nuestro sistema digestivo.
Las últimas investigaciones señalan, además, que las personas que expresan peor sus emociones, por ejemplo, las personas del Trastorno del Espectro Autista, tienen peor interocepción. Por el contrario, las personas que practican habitualmente meditación, cuyo principal objetivo es aprender a observarse a uno mismo, tienen una interocepción más alta. Por ello, la interocepción se relaciona con la capacidad de percepción de uno mismo.