Oscar Wilde preconizó que algún día el mundo se llenaría de artistas y cada uno buscaría la perfección en la forma que le pareciese mejor. Nuestra protagonista, Liz Parrish, no es artista, pero su osadía la está llevando casi tan lejos como a la mítica criatura de este escritor, Dorian Gray, que resistiéndose a volverse viejo, horrible y espantoso, pacta con el diablo: su alma a cambio de juventud eterna.
El trato de esta emprendedora estadounidense es aún más comprometido porque se ha saltado cualquier regla bioética con tal de conseguir una inusitada ventaja en la carrera antienvejecimiento. Lo ha hecho probando en sí misma un tratamiento experimental de alargamiento de telómeros mediante manipulación genética.
Viéndola, diríamos que los años en su caso sí pasan en balde. Su aspecto es radiante, parece llena de salud y mantiene un ánimo lozano propio de esa atolondrada edad adolescente de pensamientos aún verdes y humores cambiantes. También su osadía parece un capricho de juventud, ya que no ha encontrado aún científico que aplauda su arriesgada cruzada contra las enfermedades que nos llegan al resto de los mortales a medida que nos vamos haciendo viejos.
No tiene respaldo, pero su presencia es obligada en los foros y congresos sobre longevidad. La expectación por ver y escuchar los avances de Parrish y de su empresa biotecnológica BioViva Science es máxima. La última vez que pasó por España fue en noviembre, con motivo de la segunda edición de Longevity World Forum, que reunió en Valencia a investigadores de la talla de María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).
Mucho más modesta, esta bióloga española especializada en telómeros ha descubierto cómo alargar la vida de roedores y ha eliminado en ellos de manera fulminante tumores mortales. Cuando Parrish anunció, en 2016, que había experimentado en sus propias carnes esa técnica, Blasco llevaba ya cuatro años usando terapia génica capaz de extender la vida en pequeños mamíferos hasta un 24% más y sin aumento de la incidencia de cáncer, uno de los principales riesgos de estas investigaciones.
Igual que Blasco, Parrish quiere aportar al ser humano la gracia de no enfermar ni morir de enfermedades asociadas al envejecimiento. El objetivo es digno y compartido por la ciencia: que nuestros años transcurran con salud y funcionalidad, con buena capacidad cardiovascular, sin colesterol del malo, la mente sana y disfrutando de unos huesos fuertes. Lo que la comunidad científica no valida ni avala, según nos hace saber el doctor Ángel Durántez, experto en Age Management Medicine y uno de los participantes del Longevity World Forum, es la actuación de Parrish como una biohacker obsesionada con un control total sobre su biología saltándose toda norma ética.
BioViva Science no es la única empresa en este empeño. De hecho, muchos gigantes empresariales -Google, Amazon, Paypal u Oracle- disfrutan ya de su propia filial biotecnológica. Tanto Parrish como sus colegas están convencidos del gran paso que dará la OMS cuando reconozca de manera oficial en 2022 que la edad avanzada es una enfermedad. Como tal, puede curarse.
La aventura de esta estadounidense arranca el mismo día en el que a su hijo le diagnostican diabetes tipo 1. Entonces supo que podía hacer algo con respecto a las enfermedades causantes de un envejecimiento biológico, como el cáncer, los problemas cardiovasculares, la diabetes y la neurodegeneración. Después de muchas horas de estudio, microscopios y probetas, decidió convertirse en la paciente cero de una terapia diseñada por ella misma cuyos efectos secundarios aún se desconocen. ¿Había modo mejor de demostrar su fe en este método?
Tuvo que empezar en secreto, incluso ocultándoselo a su marido y sus hijos. En septiembre de 2015, cuando contaba con 44 años, se desplazó a Bogotá (Colombia) para recibir el tratamiento, ya que en Estados Unidos está prohibido hacerlo en seres humanos. Se inyectó dos terapias genéticas experimentales. Una era un inhibidor de miostatina, un medicamento que se está probando para la pérdida de masa muscular. El otro era una terapia génica con telomerasa, el medicamento con el que BioViva asegura haber revertido la edad biológica de sus células, al alargar partes de su material genético llamado telómeros.
Este año empezará a trabajar con la proteína PGC-1alpha, que, según sospecha, podría ayudar a tratar la demencia o el Parkinson. Convencida de que las terapias génicas son la clave para aumentar la longevidad, su empresa busca voluntarios para participar en sus tratamientos en la ciudad de Monterrey (México). Sabremos más de ella en febrero, cuando se celebre en Londres la segunda edición de Longevity Leaders Conference. Allí adelantará sus estrategias y es posible que presente algún avance de la vacuna rejuvenecedora que está diseñando junto con la Universidad Rutgers de Nueva Jersey (Estados Unidos). En esta ocasión no implica edición del genoma y la respuesta inmune que provoca es mínima.
Su aparición es siempre fascinante. ¿Acaso no soñamos todos con la píldora de la eterna juventud? Más años, más vida, más salud. Con 49 años, Parrish dice sentirse maravillosamente bien y asegura que el tratamiento ha revertido la edad biológica de sus células inmunes en 20 años. Disfruta, igual que Dorian Gray, del frenesí y de la fuerza juvenil, pero la idea no deja de tener un punto de hedonismo sospechoso, más sabiendo que ha rebasado los límites de las agencias reguladoras y que, probablemente, la FDA nunca llegue a aprobar su tratamiento.
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