"La cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices". Con la venia de Benjamin Franklin, claro. Aunque es posible que semejante verdad jamás saliera de su boca, intuimos que, si la probó, llegó a sentirse así. Cerveza y felicidad. El binomio tiene ya su forma tomada en esa curvatura que hemos dado en llamar barriga cervecera.
¿Realmente la cerveza es la responsable tanto de nuestra dicha como de nuestra incipiente o avanzada barriguita? ¿Podemos echarnos al bar de Moe a entonar con Homer Simpson aquello de que una Duff es la causa y la solución a todos los problemas? El dilema es serio. Ni siquiera José María Ordovás, catedrático de nutrición en la Universidad de Tufts, en Boston, es capaz de tomar una decisión que no tenga algo de salomónica.
Antes de nada, no está de más que nos recuerde que con la edad tendemos a acumular grasa. Lo hemos notado, ¿verdad? Ya se sabe: los hombres en el abdomen y las mujeres en las caderas. Ahora bien, ¿tiene la cerveza algo que la haga exclusiva a la hora de almacenar esa grasa? “Contiene calorías, pero lo más probable es que no. Lo que ocurre es que, dentro de las bebidas alcohólicas, la cerveza sea en la que más se consume de una sentada. Especialmente en el verano y en ciertas culturas. Si a eso añadimos que mientras uno se toma la cerveza está picoteando o comiendo otros alimentos altamente calóricos, ¿nos va a sorprender el resultado?”, delibera Ordovás.
Si queremos sumar más desconcierto, no hay más que cotejar diferentes estudios científicos. Sus resultados son que la cerveza está asociada con la tripa cervecera y que no lo está. O que incluso protege. “Depende de cómo se ha llevado a cabo el estudio y de cuanto se han tenido en cuenta los factores de confusión (otros alimentos, estilo de vida, edad, etc.)”, indica el catedrático. Las conclusiones no pueden ser más dispares.
Lo que desconoce el catedrático es por qué se llama así, aunque su curiosidad le llevó hasta un libro titulado ‘El movimiento anti-alcohol en Europa’, publicado por Ernest B. Gordon el 1 de enero de 1913. “¡Mal momento considerando los excesos de la noche anterior!”, ironiza el experto. En la página 52, nos encontramos con una serie de ejemplos de los desastres que ocurren a aquellos que son presa del vicio. El autor describe el caso de un estudiante que se unió cuando era niño a un club de bebida prohibido en la escuela y pronto desarrollo mejillas caídas y una barriga cervecera. “Hoy es un hombre quebrantado, incapaz de trabajar y una carga para su familia”, escribe Gordon.
Desde entonces, la duda no acaba de disiparse. “La grasa en esa barriga cervecera -sigue explicando Ordovás- puede ser visceral, pero también subcutánea. La primera de ellas está más relacionada con enfermedad, mientras que la subcutánea probablemente sea más un problema estético”. Desde un punto de vista simplón, la deposición de grasa sigue un proceso muy simple: consumimos más calorías que las que usamos. Con un criterio más científico, el asunto se complica. Influyen la genética del individuo, su estilo de vida, qué come, cuánto se mueve, su cronobiología, la edad, el sexo y las hormonas.
En las mujeres, por ejemplo, va a parar a la zona de las caderas. Curiosamente no se la considera tan peligrosa como la grasa abdominal. De hecho, esta grasa está directamente relacionada con el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular. “Pero no es blanco o negro -matiza el nutricionista-. Con los años, las mujeres también pueden acumular exceso de grasa en la cintura. Y viceversa, aunque lo normal es que los hombres desarrollen la obesidad tipo manzana y las mujeres tipo pera”.
A medida que avanza la conversación con el doctor, empiezan a agotarse los motivos para jactarse de esa gran curva que tan generosamente parece custodiar la felicidad de algunos individuos. “Los españoles -advierte- nos caracterizamos por reírnos o hacer chistes de casi todo. ¿Por qué no de la barriga cervecera? Sin embargo, no veo motivo para tomarla a broma. Es parte de esa epidemia de obesidad que envuelve al mundo en general y que se ha asociado con tantas otras enfermedades crónicas, como la diabetes”. ¿Están todos los obesos a riesgo de desarrollarlas? La respuesta es no. ¿Están todos los delgados protegidos de ellas? La respuesta vuelve a ser no. Una vez más, depende del metabolismo, la genética y otros elementos antes mencionados.
Sin veredicto posible, pedimos a Ordovás siquiera un consejo que zanje el asunto. Lo hace, pero antes nos anticipa con modestia que no da ni para un titular llamativo: “La virtud está en el medio”, sentencia. Pero, ¿dónde está ese medio? “Dar cantidades precisas es difícil porque cada uno somos diferentes en como metabolizamos el alcohol y las calorías de ese alcohol (o de los alimentos que consumimos mientras bebemos). Se ha sugerido evitar el consumo diario o consumir cervezas bajas en calorías o sin alcohol. Todo depende de la persona y de lo que busca en beberla: ¿sabor? ¿necesidad de refrescarse? ¿sensación del alcohol?”
Lo que está fuera de debate es que la costumbre de salir de cañas, con todo lo que ello implica social y culturalmente, es un placer irrenunciable. Detrás de cada birra hay un gran momento y es una de nuestras costumbres más arraigadas como parte del buen comer, el buen beber y el buen disfrute, aunque sigamos sin encontrar la cinta métrica que concilie con precisión gramos de cerveza, de grasa y de felicidad.
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