Las latas de conserva son uno de los productos más socorridos de la cocina. Ya sea como parte de un plato principal, como acompañamiento de un vermut en casa o como cena rápida, las conservas son una solución que admite muchas variables y que puede llegar a sacarnos de más de un aprieto en los días en los que lo que menos nos apetece es coger la sartén y ponernos delante de los fogones.
Cuando comemos conservas, ya sea solos o en un evento con familiares y amigos, suele ser habitual que dejemos parte del contenido en la lata. Cuando esto ocurre, lo normal es que, para no desperdiciar la comida, guardemos la lata en la nevera, generalmente sobre un platito para evitar que la grasa pueda ensuciar el electrodoméstico.
Este gesto, pese a lo común que resulta, en realidad es muy poco aconsejable, ya que podría tener efectos negativos para la salud. Y es que a pesar de que una lata de conservas cerrada puede permanecer en buen estado durante meses y meses, cuando se abre la cosa cambia, y bastante.
Cuando dejamos una lata de conservas abierta en la nevera corremos el riesgo de que el producto pierda sus cualidades. Además, también puede darse el caso de que su aroma se transfiera a otros artículos que hayamos guardado en el electrodoméstico o de que la propia lata absorba el aroma de otros alimentos almacenados.
Estas dos situaciones, si bien pueden resultar muy incómodas, no son los peores escenarios a los que podríamos enfrentarnos si dejamos una lata de conservas abierta en la nevera. Ni muchísimo menos. Y es que una vez abiertas estas latas, la recomendación es que se consuman en el mismo día, ya que, de lo contrario, podrían convertirse en un foco de bacterias perjudiciales para nuestra salud.
Cuando se producen conservas, los alimentos pasan por un proceso de esterilización en el que se les somete a unas temperaturas muy elevadas para eliminar los microorganismos patógenos que pudiera haber en ellos. Para que estas nuevas condiciones se mantengan, las latas, que suelen estar hechas de acero laminado y acero, se sellan al vacío, lo que impide el contacto con el aire y, consecuentemente, con las bacterias contaminantes.
Al abrir las latas, sin embargo, toda esta protección desaparece, ya que los alimentos entran en contacto con el oxígeno. Al hacerlo, estos alimentos pasan a tener las mismas cualidades que cualquier otro producto perecedero, y son susceptibles de desarrollar bacterias o cualquier otro microorganismo perjudicial para la salud. Además, la acidez y líquido de alguna de estas latas al contacto con el oxígeno puede hacer que los alimentos adquieran un regusto metálico muy poco agradable para el paladar.
Para evitar estos problemas, si no podemos consumir el contenido de la lata en un mismo día, se recomienda trasladar los alimentos a otro recipiente hermético en el que no vayan a entrar en contacto con el aire y, en el caso de las conservas que incorporen aceite, además, añadir un poco más de este líquido. En caso de que no dispongamos de un recipiente hermético en el que guardar nuestras conservas, no obstante, se aconseja, como mínimo, cubrirlo.
Sea como sea, independientemente del método de conservación que elijamos, una vez hayamos abierto las latas de conserva deberemos consumirlas en la menor brevedad posible para evitar que se echen a perder.