"Hace 21 años la vida me cambió radicalmente. Tenía 37 años y un hijo por debajo de todos los percentiles. Tras varias pruebas le mandaron al digestivo y los marcadores del gluten salieron positivos. Al hacer su historia clínica y ver el médico todas las complicaciones que tenía yo, me hicieron la prueba y efectivamente era celiaca. El mundo se me cayó encima". Son las palabras de María José Sevilla, celiaca y miembro de la Asociación de Celiacos de Castilla la Mancha. Es uno de los testimonios, cada vez más en España, que evidencian la importancia de detectar a tiempo problemas alimenticios. Eso sí, no es lo mismo una alergia que una intolerancia al gluten. Hablamos con expertos sobre las diferencias.
Mientras que el número de adultos alérgicos a alimentos representa menos del 1%, los intolerantes son otro cantar. Por ejemplo, según la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD) y la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), la intolerancia a la lactosa tiene una prevalencia entre un 30 y un 50% de la población. Hablamos con la doctora Alejandra Menassa, médico especialista en medicina interna y presidenta de SESMI (Sociedad española de Salud y Medicina Integrativa), para que nos explique qué diferencia estas patologías.
Pese a que en muchas ocasiones es difícil distinguir ambas afecciones, sí que existen diferencias significativas. Cuando hablamos de una alergia, el cuerpo considera que la sustancia ingerida es una amenaza de la que debe defenderse. Para ello comienza un proceso inflamatorio liberando anticuerpos que provocan rojeces, inflamaciones, problemas respiratorios y, en los casos más extremos, shock anafiláctico. "Las alergias se miden con el índice IgE, que son los anticuerpos que protegen al cuerpo contra los alérgenos", apunta la doctora.
Del peligro de la reacción del organismo viene la importancia de su diagnóstico. Cuando hablamos de alergia cualquier cantidad, por muy pequeña que sea, pueden provocar graves reacciones. Por eso las personas que tienen una alergia diagnosticada deben llevar siempre consigo una jeringuilla precargada de adrenalina para poder utilizar en caso de crisis.
Sin embargo, si hablamos de una intolerancia, nuestro cuerpo no es capaz de digerir algún compuesto de los alimentos y causa problemas digestivos. Pero no solo está relacionada con este tipo de afecciones, también puede estar detrás de dolores de cabeza crónicos, acné, dermatológicos o incluso endocrinos.
"Me quedaba embarazada pero mis bebés no prosperaban. Era una chica delgada con los niveles de hierro muy bajo y las transaminasas muy altas. Me derivaron a la unidad de infertilidad pero mi problema era otro. No tenía nutrientes para mí y menos para mi embrión", cuenta María José.
También existen diferencias representativas en el tiempo de reacción del cuerpo. En el caso de las alergias se producen de forma inmediata, nada más ingerir el alimento. Si hablamos de intolerancia "los síntomas no son instantáneos, aparecen un tiempo después de comer y pueden aparecer y desaparecer en cualquier momento", explica Menassa.
Los profesionales que tratan ambas afecciones son diferentes. Lo común cuando la comida no sienta bien es acudir al digestivo y ellos son los encargados de realizar las pruebas de la intolerancia. A través de un análisis de sangre se estudia el efecto de más de 200 alimentos en el organismo.
Por otro lado, el alergólogo es el que realiza las pruebas de alergias alimentarias. Se suele acudir tras sufrir una crisis o tomar algo que le ha provocado una reacción. Una vez con los resultados sobre la mesa será el que determine el tratamiento a llevar a cabo.
"Si se acude a un médico integrativo se hace un estudio del paciente y se empieza a trabajar en reestablecer la mucosa intestinal que suele estar muy dañada. Hay evidencias de que, por ejemplo, un celiaco al que se le reestablece la flora mejora en cuanto a su sintomatología. Es importante tener en cuenta que las intolerancias suelen ser reversibles, mientras que las alergias no lo son", expone la Presidenta de SESMI.
Si hablamos de intolerancia hay tres que reinan: la lactosa, el gluten y la fructosa. De ellas hablamos en el recorrido por el supermercado con López Nicolás. "La intolerancia a la lactosa se da cuando el cuerpo no es capaz de dividir las moléculas de glucosa y galactosa que forman la leche. De este trabajo se suele encargar la lactasa. Sin embargo es muy importante que si dejamos de tomar lactosa sea porque estamos correctamente diagnosticados. Si retiramos la lactosa de nuestro organismo sin necesidad lo que puede ocurrir es que nos volvamos intolerantes", explica el científico.
"Es la más común porque los seres humanos somos los únicos animales que tomamos leche siendo adultos y, además, de otra especie", añade Menassa. "Los cuadros que suelen presentar los intolerantes a la lactosa son benignos, no pasan del malestar, la hinchazón abdominal o los gases especialmente malolientes".
El gluten, en cambio, puede tener diferentes niveles. "Menos del 1% de la población es celiaca pero es cierto que los número aumentan año tras año. Esto se debe a las modificaciones genéticas que se hace al trigo y por los pesticidas. Provoca una alteración de la microbiota que amplía su permeabilidad y se cuelan toxinas y virus", comenta la doctora internista.
La reacción del cuerpo es diversa. "Yo me he intoxicado en dos restaurantes y me pongo malísima, mi hijo no tanto. Me provoca muchos vómitos y no puedes hacer nada hasta que tu cuerpo se limpia. Soy, por lo tanto, muy tajante con la dieta y no me compensa pasarme ni un poco”, concluye María José.