Sería estupendo que a todos nos apeteciera hacer lo que tenemos que hacer. Hacer confluir el deber y el placer se llama motivación interna y es uno de los secretos para vivir de manera serena. Pero si alcanzar este equilibrio ya es complejo para cualquier adulto, imaginemos lo que supone para un niño o un adolescente. En estos días llega la EBAU, el rito de paso hacia la universidad en el que las décimas importan. Estudiar a tope se impone, pero no siempre es fácil.
A partir de ahí, muchos padres buscan sus estrategias para hacer que el chaval se encierre en modo estudio o, en suma, haga lo que tiene que hacer aunque no le apetezca. Entre las estrategias más habituales, el premio, premiar por hacer lo que en realidad hay que hacer. ¿Qué tiene de bueno y qué de malo?
En las primeras etapas educativas, el premio se utiliza de manera habitual. Si el niño se porta bien en clase o termina cualquier cometido a tiempo, se le premia con una 'carita sonriente' o adquiere más relevancia en la clase, ayudando al profesor, por ejemplo. Estos premios son la manera de ofrecer reconocimiento, unas de las aspiraciones básicas de cualquier humano. Eso de "papá, mira lo que hago" mientras el niño muestra su último logro es la prueba de ese deseo de reconocimiento.
El premio material da un paso más allá al recompensar de manera material algo que es inmaterial, es una manera de 'cosificar' la voluntad, la disciplina o un tipo de desempeño, valores inmateriales que no pueden tasarse. Y esto tiene importantes implicaciones.
Hay educadores y expertos en pedagogía y psicología infantil que sostienen que esta forma de educar hace más daño, incluso, que recurrir a los castigos. Sostienen que así estaríamos criando a personas dependientes y pendientes de los likes, con baja autoestima y en búsqueda activa de la aprobación externa. En esa búsqueda pueden recurrir a estrategias peligrosas.
Los educadores que están a favor de eliminar los premios y los castigos como manera de relacionarse con los hijos forman parte de la llamada Disciplina Positiva. No son ingenuos que infravaloren a los padres, sino defensores de establecer relaciones de igualdad entre padres e hijos, basadas en el respeto y dirigidas a la búsqueda de soluciones. Asumen que los hijos pueden y deben expresar sus necesidades y que también pueden aportar con sus ideas. Rechazan el autoritarismo 'por defecto'.
Los expertos en Disciplina Positiva afirman que los premios son peores que los castigos porque favorecen el desarrollo de conductas adictivas en plena etapa de crecimiento del niño. Lo que se enseña es que la recompensa inmediata, el placer, es lo que justifica cualquier acción.
Este es el mecanismo básico que hay tras las búsquedas del like en redes sociales, pero también pueden entrar en juego el alcohol y las drogas. También creen que el impacto del premio es más negativo que el del castigo porque da una falsa sensación de bienestar: todo va bien, el chaval cumple y no hay conflictos en casa, pero el daño está hecho. Más que enseñar, logramos adiestrar a los chicos de una manera en la que solo cuenta uno mismo y su recompensa. El resultado es la proliferación de personalidades caprichosas, exigentes e intolerantes a la frustración, además de egocéntricas: solo saben recibir y nunca se plantean dar.
Sin embargo, no todo es negativo. La pareja premio-castigo funciona, admiten desde la Disciplina Positiva, pero es pobre, no apela a la motivación interna, es cortoplacista y no entiende de límites. Si empezamos a premiar con cosas o experiencias, el límite de satisfacción será cada vez más alto.
¿Cómo lograr esa ansiada motivación interna? Aunque no hay fórmulas mágicas, reforzar las conductas buenas suele funcionar. Alentarlos a obtener logros, por pequeños que sean, y celebrarlo, también. La cuestión es hacerlo de manera ponderada porque si reñimos o alabamos de manera constante, nuestro criterio deja de tener valor, además de que estaremos formando personas dependientes del juicio externo.
Indagar es otro recurso interesante. Sería bueno preguntar antes que regañar. Normalmente hay un porqué que merece ser analizado. Luego, replanteado el tema, hay que volver a preguntar al adolescente cómo lo haría ahora. El objetivo es crear vínculos de confianza, lejos de planteamientos rígidos. La respuesta de los padres es la de acompañar, modular las respuestas para no herir la autoestima de los hijos y, sobre todo, aclarar que los errores son normales, algo necesario para adquirir experiencia y aprender.
Si queremos alejar los 'dramas' en el entorno familiar, ¿no sería razonable introducir algunas técnicas clásicas de resolución de conflictos? Muchos aspectos en Disciplina Positiva creen que las reuniones familiares pueden funcionar. En ellas, los niños pueden plantear sus puntos de vista y aprenden a buscar soluciones.
Aunque suene raro o recuerde al trabajo, es muy útil recurrir a un orden del día. Los niños o los adolescentes expresan sobre qué necesitan hablar y se acuerda día y hora para abordar el asunto. Los padres que lo han puesto en práctico dicen que los hijos hasta reclaman "su reu". Es lógico: se sienten escuchados de manera activa y saben que por el mero hecho de hablar de un tema están más cerca de conseguir sus objetivos.
Las reuniones familiares no son, sin embargo, un bálsamo para la convivencia familiar. No siempre son tranquilas y pueden despertar algunas viejas rencillas. Pero la evolución habitual es que se vaya creando un clima de confianza mutua. Hasta que llegue ese momento hay que ejercitar la paciencia, el principal escollo de la Disciplina Positiva. Es mucho más fácil castigar o premiar de manera instantánea. Los resultados de la Disciplina Positiva se ven a largo plazo y muchas familias abandonan en el camino. Los que estén dudando o quieran cambiar de modelo educativo (nunca es tarde) deben conocer los riesgos y beneficios que los educadores atribuyen a la educación basada en el premio o el castigo: