Sentir apatía, tristeza o falta de interés en las actividades diarias puede que lo tengas normalizado, pero no es normal. De hecho, puede ser síntoma de un trastorno de salud mental que puedes padecer sin saberlo. Se llama distimia. La pandemia ha hecho que muchas personas sufrieran ansiedad o depresión, dando lugar a un estado de melancolía crónica que da paso a la distimia. Según un informe de la OMS, en el primer año de pandemia la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó un 25%. El campo estaba abonado.
La distimia es un trastorno depresivo persistente. Se caracteriza por largos periodos de tristeza en los que las personas afectadas se encuentran anímicamente mal, en un bucle de sentimientos negativos, independientemente de que haya en su vida un hecho objetivo que provoque o no su malestar.
En principio, este tipo de trastornos son más habituales entre las personas mayores, pero desde el confinamiento, el rango de edad se ha ampliado, incluyendo a jóvenes, niños y adolescentes.
La distimia tiene síntomas más leves que la depresión, aunque esto no es, en realidad, una buena noticia. Al ser síntomas leves, es mucho más difícil de diagnosticar, lo que puede hacer que se cronifique. Estos síntomas también son más persistentes y pueden agravar el problema.
El malestar no suele ser explosivo, pero es continuo; tiene la capacidad de erosionar nuestro día a día haciendo que cada día caigamos más hondo en un pozo de desesperanza. La distimia ya registra cifras nada desdeñable: más de un 5% de la población a nivel mundial. En adultos, tiene una duración superior a dos años, mientras que en los más jóvenes es de un año.
La consecuencia principal es la falta de motivación interna o propósito. Las personas afectadas no sienten interés en realizar las actividades normales de la vida cotidiana. Falta interés y, generalmente, también hay una falta de energía y un exceso de pesimismo. Otros sentimientos que acompañan a la distimia es desesperanza y baja autoestima.
Los pacientes de distimia no ven el sentido de su vida ni lo que pueden aportar al resto; por tanto, dejan de sentir interés por las relaciones sociales, el trabajo y el resto de actividades cotidianas. En términos prácticos, cuesta animarles para salir, descuidan su aspecto físico y su entorno, rinden menos en el trabajo o los estudios y pueden tener problemas para dormir. No solo esto, también pueden presentar ideaciones suicidas.
La distimia tiene cura. Según los expertos, el trastorno puede comenzar en la niñez o adolescencia, por lo que conocer las señales es importante para los padres.
Entre los adultos, se puede controlar poniendo coto al estrés con el objetivo de aumentar la resiliencia - la aceptación y superación de adversidades- y subir la autoestima. El entorno, amigos y familiares son fundamentales para dar apoyo, sobre todo en momentos de crisis. Si los síntomas de desesperanza y abandono empiezan a ser graves, hay que buscar ayuda médica. Solo el seguimiento del estado anímico de la persona a cargo de un profesional podrá evitar que la distimia degenere en depresión severa.