Argentina, nuevo campeón del mundo tras el Mundial de Qatar, vive el fútbol con pasión. Para su gente es mucho más que un deporte o su principal entretenimiento. Es sentimiento y verdadera devoción. ¿Su último conflicto bélico? Hace ya 40 años, con la guerra de las Malvinas, cuando se disputó con Reino Unido la soberanía de este remoto archipiélago ubicado en el Atlántico Sur.
Si continuamos con el fútbol, Francia, subcampeón en Qatar, no tiene nada que envidiar al país latinoamericano en su palmarés. Su selección está considerada una de las mejores del mundo. Y si volvemos de nuevo a la guerra, esta nación destaca por sus operaciones de mantenimiento a favor de la paz y la seguridad internacionales.
El psicólogo evolutivo holandés Mark Van Vugt es quien nos propone tal comparación en su último libro 'FC Sapiens', escrito junto al escritor y periodista Kees Opmeer. Después de varios años de estudio, este científico ha concluido que los países que mejor juegan al fútbol emprenden menos guerras y lo desarrolla en sus 250 páginas. Jugador aficionado y apasionado del fútbol, inició sus investigaciones en la Vrije Universiteit Amsterdam sorprendido por su propia actitud.
Cuenta que alguna vez ha llegado incluso a abochornarse de sí mismo. Siendo un hombre civilizado y calmado en su vida cotidiana como ciudadano, padre y profesor universitario, ¿cómo puede ser que, de repente, salte al campo y se convierta en una versión primitiva de sí mismo? Sus quejas en un tono más elevado de lo habitual, sus reproches al árbitro o las discusiones con los adversarios provocaron el ultimátum de su esposa: "¡Mark, no volveré a verte jugar!"
También Opmeer estuvo siempre intrigado por esos ensalzamientos tan extremos desde las gradas o el afán de los jugadores por exhibir su torso después de un gol. Sobre todo, se preguntaba cómo era posible que su yerno se exaltase más con la jugada de un futbolista que con el parto de su primer hijo. El desconcierto le llevó a contactar con el profesor de Psicología Evolutiva y fruto de sus respectivas incógnitas nació 'FC Sapiens'.
A medida que intensificaron sus observaciones, vieron que el comportamiento humano se repite, con poca variedad de matices, en cualquier estadio y en cualquier ciudad del mundo. Pero repararon en dos aspectos positivos. En primer lugar, la propia dinámica del juego. Durante 90 minutos los jugadores compiten entre sí divididos en dos equipos y siguiendo unas reglas bien definidas. En segundo lugar, el trato entre ellos. Puede que las emociones sean exacerbadas, pero finalmente, salvo excepciones, "todos se estrechan la mano". Además, frente a otros deportes con exigencias mucho más específicas, el fútbol cuenta con el aliciente de ser accesible para todo el mundo. Altos y bajos; delgados y no tan delgados; más inteligentes o menos. Este hecho les sirvió para tomarlo como referente en los conflictos bélicos.
¿Cómo llegan a esta deducción? Para su análisis, los autores tomaron una muestra de 25 países del ranking de la FIFA, clasificados según su rendimiento deportivo. El siguiente paso fue cotejar con el gasto de defensa de sus respectivos gobiernos. La conexión fue clara: "Los países que más gastan en objetivos militares son peores en fútbol".
Los logros deportivos son suficientes para hacer alarde de la fortaleza de una nación y mostrar su posición en el mundo. "Por el contrario, si un gobernante no puede vanagloriarse del fútbol patrio, querrá derrochar su poder fuera del campo. Y entonces no habrá goles, sino muertes", explican en el libro.
En su opinión, el comportamiento en el fútbol conecta con nuestra época de cazadores y recolectores que emprendían la guerra entre tribus. "Cada miembro tenía su propia tarea en función de sus cualidades y se unían para elaborar una estrategia siguiendo unas habilidades que entonces se consideraban cruciales para la supervivencia. Hoy son también esenciales en el fútbol. "Nuestro cuerpo y cerebro -detalla Van Vugt- están moldeados por ese pasado primitivo. El fútbol apela a nuestro instinto cazador. Tienes una presa y hay que lograr el objetivo en cooperación con otra gente. También aflora nuestro instinto tribal, una tribu contra otra, con todas las emociones que conlleva y las hormonas que se activan. Igualmente se podría considerar el rugby".
En sus páginas, el psicólogo ha tenido que equilibrar muchas cuestiones antes de llegar a esta conclusión. Por ejemplo, la difícil confraternización entre equipos rivales. Es fácil cuando varias personas visten camisetas de un mismo grupo y, por tanto, se desata en ellos ese sentimiento de pertenencia a la tribu, pero ¿qué ocurre frente al contrario?
Las guerras tribales son cosa del pasado, pero no ese impulso primario de lucha. "Nuestras vidas privadas han cambiado, nuestros cerebros no tanto", añade el psicólogo. De acuerdo con ello, vivir sería sobrevivir, estar en guerra. ¿Serviría el fútbol para aplacar ese instinto y reemplazar a la guerra? Los autores mencionan el caso de dos tribus de Papúa Nueva Guinea que en el pasado evitaron cruentas batallas gracias a la mediación de los misioneros que, en su lugar, organizaban partidos de fútbol.
En esta región del Pacífico desarrolló el antropólogo Claude Lévi-Strauss el mito del empate, según el cual el juego pone de relieve los valores de una sociedad. Cuando los religiosos llegaron en 1930 a la comunidad de Gahuku-Gama, hasta entonces aislada del mundo occidental, implantaron la práctica del fútbol. Pero, según observó después el antropólogo francés, los nativos ajustaron el reglamento a su particular código moral, de manera que no podía haber ni ganadores ni perdedores. El partido se prolongaba horas y horas, incluso días, hasta que los participantes lograban el empate.
Son hechos que apoyan las tesis de Van Vugt, pero cuando este las volcó en 'FC Sapiens' aún no se había producido en este mismo país un episodio que quizá le habría llevado a replantearse si este deporte es siempre una opción eficiente para esquivar un conflicto que ya está latente. Al menos 30 personas murieron el pasado mes de septiembre en una pelea entre dos tribus que estalló durante un partido y, según publicaron los medios locales, tuvo su origen en unos comentarios sobre las elecciones generales. Una vez en las gradas, la gente acabó sacando cuchillos.
Van Vugt y Opmeer se preguntan si Hitler habría actuado de modo diferente si el fútbol alemán en esa época ya hubiese destacado. ¿Es posible que, en lugar de promover la Segunda Guerra Mundial, se hubiese dedicado a deleitarse con los goles de sus jugadores? Son conscientes de que estas suposiciones pueden ser aventuradas, pero no irreflexivas ni descabelladas. "El fútbol canaliza los instintos y también responde a la necesidad de pueblos, ciudades o países de compararse entre sí. Invertir en fútbol te permite una tabla de clasificación sin derramamiento de sangre. Podría favorecer que los países no tengan que competir de otra manera".
En 1914, un grupo de soldados que luchaban en la Primera Guerra Mundial decidieron abandonar sus trincheras en Nochebuena para jugar un partido de fútbol contra el enemigo. Británicos contra alemanes. No fue el final de la guerra, pero pudo haberlo sido si los políticos y altos mandos se hubiesen sumado al juego.
En la promoción del libro, una de las preguntas que se repite es acerca de Putin. La FIFA, en unión con la UEFA, anunció a finales de febrero que Rusia estaba expulsada de la repesca y, por tanto, del Mundial de Qatar debido a la invasión de Ucrania que había comenzado días antes. ¿Su admisión habría propiciado que Putin exhibiese ahora goles en vez de misiles? Antes, su selección habría necesitado ganar y los autores recuerdan que suele ocurrir que, cuanto más pobre es un país en su sistema de derechos y libertades, menor es su nivel en el campo.