Rafaela Santos, psiquiatra: "La felicidad es alcanzable, pero cuidado con la idea que nos venden"
Hablamos con la autora de 'Levantarse y luchar' sobre resiliencia, el principal factor protector de nuestra salud mental y la base de la felicidad
Un tercio de la población tiene el potencial innato de superar la adversidad de forma natural. El resto lo puede aprender
Simplemente cambiando el pensamiento se modifica nuestro cerebro e incorpora nuevos circuitos cerebrales que nos preparan para afrontar la vida con sensación de confianza y sin estrés
'Levantarse y luchar'. Esta consigna tan simple con la que Rafaela Santos, médico y psiquiatra, tituló su primer libro resume toda una filosofía de la felicidad que empieza por una palabra: resiliencia. Es un concepto del que se habla mucho sin decir apenas nada. Por fin, de la mano de una de las mayores eminencias en este campo, vamos a conocer cómo funciona y cómo podemos preparar al cerebro para dar la cara y salir indemne cuando nos llegue la adversidad. Es algo que ocurrirá, según la doctora, al menos dos, tres o cuatro veces en la vida.
Santos preside la Fundación Humanae que ella misma creó en 2004 con la idea de cubrir el vacío que existe en la prevención de la salud mental y crear un mundo más humano. Además, imparte programas de desarrollo personal y preside el Instituto Español de Resiliencia y la Sociedad Española de Especialistas en Estrés Postraumático.
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El libro lo escribió hace ya diez años, pero la pandemia ha obligado a lanzar una edición ampliada y actualizada. La autora ha recopilado en él testimonios de personas que, teniendo motivos para rendirse, hicieron frente a la dificultad y aprendieron a levantarse. Nos recibe a punto de coger un vuelo con destino a México donde le espera una audiencia deseosa de escuchar cómo hacer frente a la incertidumbre y cómo lograr la felicidad.
Levantarse y luchar. Se dice pronto y suena bien, pero ¿cómo se hace?
Todos tenemos resiliencia o la podemos desarrollar cambiando la estructura cognitiva o la forma en que nuestra mente piensa y trabaja
La resiliencia es la capacidad de afrontar la dificultad de una forma constructiva y generar los recursos que nos permitirán seguir luchando a pesar de haber pasado por una situación traumática. Todos la tenemos o la podemos desarrollar cambiando la estructura cognitiva o la forma en que nuestra mente piensa y trabaja. Una parte de la población, por su propia estructura genética, tiene una facilidad natural para salir fortalecida. En Psiquiatría estamos investigando a fondo la importancia del gen transportador de la serotonina. Sabemos que los niveles bajos de esta sustancia en el cerebro provocan que el impacto de un golpe emocional sea mayor y a veces tan grave que el cerebro no lo procesa.
Decía Horacio, hace ya más de 2000 años, que en los contratiempos es donde conocemos nuestros recursos para hacer uso de ellos.
La resiliencia no es espontánea. Nos hartamos de escuchar que saldríamos fortalecidos de la pandemia y ha ocurrido al revés. Como cualquier otro logro, es resultado del esfuerzo, del espíritu de superación y de tener una esperanza.
La OMS augura que en 2030 la salud mental será la principal causa de discapacidad en el mundo. ¿Qué podemos hacer para que esto no se cumpla?
Deberíamos ponernos ya a trabajar. Los americanos, que son muy agudos en temas de dinero, han calculado que por cada dólar que se invierte en prevención se ahorran cien en tratamiento y mil en rehabilitación. Podemos desarrollar la resiliencia como prevención y ahí deberíamos poner el foco, en prepararnos sin necesidad de haber sufrido un trauma. Es importante fortalecernos para resistir y minimizar los daños e incluso salir siendo mejores.
Los americanos, muy agudos en temas de dinero, han calculado que por cada dólar que se invierte en prevención se ahorran cien en tratamiento y mil en rehabilitación
¿Qué nos hace tan vulnerables?
Vivimos tiempos de mucha incertidumbre en todos los terrenos y nuestros cerebros no están preparados. No lo están para esta sociedad líquida, para un mundo que se ha vuelto volátil, ambiguo y muy complejo. Incluso a los padres se les va de las manos la educación de sus hijos. Tenemos muchas posibilidades de bienestar, pero hay que poner orden en nuestras cabezas y eliminar mucho caos. El estrés está en la base de los accidentes cardiovasculares, los accidentes de tráfico y la depresión. Debilita nuestro sistema inmunitario y nos deja vulnerables frente a la enfermedad. ¿No son razones suficientes para crear una población resiliente, con recursos mentales para afrontar lo que depare la vida?
El consumo de psicofármacos se ha disparado. ¿Nos empastillamos para soportar la vida?
La automedicación se ha convertido en un problema muy grave con efectos muy perniciosos. La tendencia en Psiquiatría es prescribir la mínima medicación en dosis y en tiempo. La última generación de inhibidores de recaptación de la serotonina está permitiendo ajustar la medicación de manera muy precisa. Además, hay una colaboración cada vez más estrecha con los psicólogos para trabajar bien los pensamientos.
¿Un cerebro de 50 o incluso de 80 aún tiene esa capacidad de tomar impulso después de una caída?
Lo vemos con personas mayores a las que las circunstancias ponen al límite y siguen encontrando una razón para seguir adelante tomando la vida como un regalo. No existe edad para aprender resiliencia. El cerebro es más plástico en las primeras décadas de la vida, pero cualquier etapa es buena para moldearlo con esfuerzo y entrenamiento. Ramón y Cajal anticipó que cada uno es escultor de su propio cerebro. La investigación posterior le dio la razón.
Hasta el final de la vida, un cerebro bien entrenado tiene capacidad de reponerse y tomar impulso después de una caída
¿Cómo distinguimos una tristeza por un momento malo de una depresión?
Es humano entristecerse por un acontecimiento vital negativo. Generalmente, en un mes una persona debería ser capaz de bajar la actividad neuronal que ocurre después de este impacto y, a partir de ahí, empezar a normalizar el dolor. Hay gente que se queda encapsulada en el sufrimiento dejando que el pensamiento arrastre a otros pensamientos negativos que agravan el sufrimiento y afectan a otras áreas de su vida. Las personas que aplican resiliencia buscan recuperarse con otras alegrías y otros pensamientos más constructivos.
¿Por qué la psicología positiva tiene ahora tan mala prensa?
Por un mal uso, por culpa de quienes la han banalizado. No estamos hablando de pensar en positivo, sino que los pensamientos negativos no se vuelvan reiterativos. No podemos hacer de la psicología algo frívolo y basado en frases simplonas.
No hablamos de pensar en positivo, sino que los pensamientos negativos no se vuelvan reiterativos
¿La dicha absoluta debería dejar de ser una aspiración?
La felicidad se ha vuelto una presión. Debemos tener cuidado con la palabra. Vivimos presionados por las redes sociales, la publicidad y una imagen de felicidad irreal que, al compararla con tu realidad, te provoca ansiedad. La felicidad se nos presenta como imperativo, eludiendo que la vida implica sacrificio, enfermedad, pérdidas y dificultades. Todo esto no es raro, sino parte del ser humano y, simplemente, debemos aprender a vivir con ello. Pero somos impacientes y acostumbramos a que nuestros hijos también lo sean evitándoles la dificultad y sin prepararlos para lo que, inevitablemente, llegará.
Apliquemos la regla del 8: 8 horas de trabajo, 8 de sueño y otras 8 para el resto de actividades
¿Qué hábitos hacen un cerebro feliz?
En primer lugar, con lo que yo defino como "las tres A". Aceptación de aquello que no podemos cambiar (aunque sí elegir la actitud). Adaptación a la realidad valorando qué haremos con lo que tenemos o nos queda después de una situación. Y apoyo. Superar algo en soledad puede ser complicado. Todo ello lo resumió en una frase el psiquiatra vienés Viktor Frankl a partir de sus propias vivencias en el campo de concentración de Auschwitz: "Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que lo afrontas".
Y de manera aún más cotidiana, con formas de vida saludable que garantizan un equilibrio vital. Yo propongo la regla del 8: 8 horas de trabajo, 8 de sueño y 8 para el resto de actividades que te aportan bienestar.