Pasar por situaciones dolorosas que pueden generar sufrimiento y desesperanza es algo con lo que hay que contar. Es el peaje de estar vivos. Saber cómo desenvolvernos en esos momentos es clave para no caer en estados depresivos ni rondar la enfermedad mental. No hay una sola manera para lograrlo, pero hay métodos que nos ayudan a superar el duelo o el dolor. Uno de ellos se apoya en la metáfora de las cuatro patas de una mesa, cuatro principios fundamentales a los que recurrir cuando la falta de sentido vital acecha. Sobre ello escribe el psicólogo Enrique Galindo, profesional del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (Sescam) y coautor de varios Planes de Salud Mental y de Estrategias de prevención del suicidio. Uppers ha hablado con este experto, prudente respecto a la escala de la felicidad: "Concebir la felicidad como un estado permanente incrementa el sufrimiento".
El Buda afirmaba que el dolor es inevitable en la vida, pero que el sufrimiento es opcional. ¿Qué nos hace pasar del dolor al sufrimiento?
El dolor es igual para todos los seres y forma una línea continua en la que el siguiente paso en una escalada trágica es el sufrimiento, de ahí a la desesperanza es un paso más, que puede desembocar en la violencia, incluido el suicidio. No hay una causa que provoque el paso de una a otra fase, pero sí influyen una serie de factores que no predicen, sino que aumentan la probabilidad de sufrir.
¿Cuáles son esas causas?
Entre ellas, la capacidad de gestionar nuestras emociones y pensamientos ante los hechos que nos suceden, lo que nos decimos a nosotros y nosotras mismas. Todo eso está mediatizado por formas de pensar irracionales que tenemos aprendidas e interiorizadas, como suponer o sacar conclusiones sin pruebas, exagerar o dramatizar lo que nos ocurre, creer que tenemos el don de la adivinación y sabemos lo que va a ocurrir o lo que otras personas piensan. También están una serie de creencias falsas o mitos como que las personas felices no tienen problemas, que la felicidad existe como un bien material y tangible, fácil de obtener, o que nuestro sufrimiento siempre es porque las demás personas no cumplen nuestras expectativas. Por otra parte, nadie nos ha enseñado métodos para solucionar problemas. La gente lo que hace es decir a las demás personas “lo que tiene que hacer”, negando de esta forma que sean capaces de afrontar los problemas. Y, sobre todo, no hace pasar del dolor al sufrimiento la falta de un sentido a nuestra vida, una razón para vivir y realizarnos como individuos, la falta de metas personales.
¿Si pudiéramos deconstruir el sufrimiento, qué ‘ingredientes’ encontraríamos? ¿Qué rasgos son comunes a todos los tipos de sufrimiento?
En todo lo humano hay tres facetas: conducta (lo que hacemos), emoción (lo que sentimos) y pensamiento (lo cognitivo). Aunque podemos añadir dos aspectos más: lo social (cómo nos relacionamos) y lo espiritual (la ética y lo trascendente). Todas ellas están íntimamente unidas y el sufrimiento puede afectar a cada una de ellas. Ante un hecho que vivimos como negativo puede tener más impacto el autodiálogo, lo que nos decimos, o cómo sentimos lo que ocurre, con tristeza, ira, indiferencia.
¿Importa también qué hacemos?
Sí: qué hacemos, cómo actuamos, si nos aislamos o pedimos ayuda y tenemos amigos o amigas con quienes compartir experiencias. Incluso cómo concebimos los hechos desde nuestras creencias religiosas o culturales. Un ejemplo, dos personas en la misma situación ante un despido laboral. Una de ellas se podría suicidar y la otra (con el mismo dolor), sería capaz de comenzar de cero y crear una empresa con la que le haría la competencia a su anterior jefe. El hecho es el mismo, pero la actitud, conducta, sentimiento, pensamiento, relaciones o creencias serían diferentes.
Su libro se propone conjurar o ‘resetear’ el sufrimiento. ¿Cómo puede lograrse?
Tomando decisiones propias, incluido pedir ayuda si es necesario, sin depender de que nos digan otras personas lo que “debemos hacer”; aprender técnicas de resolución de problemas; conocer y modificar nuestras ideas irracionales (lo que nos decimos y sentimos) ante los problemas. Por último, reflexionar sobre el sentido de nuestra vida, hacia dónde vamos cada cual de seguir así y decidir qué nos gusta y nos permitirá realizarnos (no lo que digan las demás personas que debo ser o hacer). En definitiva, son las cuatro patas de 'La Mesa de la vida'.
En esa conjura, ¿debemos cambiar también las etiquetas? Por ejemplo, ¿el fracaso no es necesariamente malo? ¿La felicidad también tiene sus sombras?
El fracaso no siempre es un fracaso. La frustración es necesaria y funciona como una vacuna. Si desde la infancia, en el colegio, nos pusieran siempre sumas de dos cifras no habríamos aprendido más, pero nos complicaron con operaciones de tres cifras, multiplicaciones, incluso formulas complejas, en las que fracasábamos para aprender. A los jóvenes se les tiende a proteger para que no sufran, pero es como si no se les vacunase contra el sufrimiento, ya que tarde o temprano tendrán que enfrentarse a problemas: desengaño amoroso, oposiciones laborales, conflictos con compañeros, muerte de seres queridos, despido... Con un inconveniente que procede de la psicología 'populista' que nos hace creer que la felicidad es un bien tangible, fácil de obtener y es algo que han obtenido otras personas a las que debemos imitar.
En el libro se cuenta dos hazañas que fracasaron, pero se transformaron en heroicidades y permitieron avances para la humanidad: la destrucción del barco Endurance por los hielos, y la supervivencia de veintiocho hombres en la Antártida al mando de Shakleton, y la odisea del Apolo XIII para volver sanos a la Tierra, sin haber conseguido pisar la Luna.
¿Eso de la 'felicidad fácil' es una idea nociva?
Se supone que es tan sencillo que si no lo conseguimos es por nuestra culpa, porque no nos esforzamos lo suficiente. Eso implica no respetar que hay formas muy diversas de bienestar. Cada pueblo concibe de una manera la llamada 'felicidad'; no es lo mismo para los japoneses que para los árabes o americanos. Es bueno que cada persona busque e incremente sus estados y momentos de estar bien, ya que la felicidad no existe como tal, es un constructo teórico.
‘La mesa de la vida’ habla de un método para encontrar solución a los problemas. ¿En qué consiste ese método?
No hay un método infalible, como tampoco es verdad que deba existir una solución única para cada problema. Incluso hay problemas que no tienen solución. Lo que hay es la búsqueda de alternativas que pueden dar lugar a resultados diferentes. Para ello seguimos la técnica de Resolución de Problemas, tal como la definen los psicólogos D´Zurilla y Golfried, en cinco fases:
¿Qué es lo mejor de esta técnica?
Al final, aunque no se haya conseguido el resultado esperado, es posible que algo haya podido cambiar, incluso nuestro punto de vista sobre el problema. Y hasta es probable que haya subido la autoestima por ser capaces de pararnos a reflexionar y actuar ante una situación que nos genera sufrimiento.
También habla de diseñar un plan de vida, algo que, aparentemente, contradice la idea de fluir, otra de las ‘recetas’ para no sufrir. ¿Cómo lo explica?
La creencia popular dice que con esperar se superan los problemas, con expresiones como “Ya verás como esto se pasa; tú espera y veras”. Sin embargo, una máxima dice: “El triunfador siempre tiene un plan, el perdedor siempre tiene una excusa”. Se trata de encontrar un sentido a nuestra vida, qué queremos hacer o a qué dedicarnos y planificarlo. Se puede planificar desde escribir un libro, encontrar pareja, abrir un negocio o dedicarnos a ayudar a otras personas. Frente a la creencia errónea de que esperando llega la pareja, de que el trabajo es por tener suerte o pensamientos aprendidos similares.
¿Qué es exactamente planificar el futuro?
Planificar nuestro futuro es responder a una serie de preguntas. Qué (quiero hacer/conseguir); por qué (el motivo); cómo (lo voy a hacer, el método o actividades que voy a realizar); cuándo (el tiempo que me llevará y sus fases, o sea: realizar un cronograma); dónde (lugar de las acciones); con qué (recursos económicos y materiales que necesitaré); con quiénes (qué ayudas, socios u otras personas, necesitaré). Con esto planificado, el resultado es incierto, pero la suerte estará más cerca.
¿Qué beneficios aporta planificar el futuro?
Mayor probabilidad de conseguir lo que deseamos (nuestros sueños), subir la autoestima al ser capaz de planificar nuestra vida y obtener logros que nos proponemos y, además, realizarnos como personas sin generar dependencias que nos pueden generar sufrimiento inútil.
¿Se puede ser razonablemente feliz?
Podemos tener momentos de felicidad, e incrementarlos. Podemos obtener confort y se puede tener estados de bienestar. Podemos realizarnos y disfrutar con actividades que nos agradan. Lo que no implica que no se den situaciones dolorosas: enfermedades, accidentes o tragedias lo van a entorpecer. Pero no podremos conseguir la felicidad como un bien material o un estado permanente, concebirlo de esta manera incrementa el sufrimiento. En realidad, la felicidad hay que entenderla como una utopía que nos puede ayudar a caminar, pero siendo siempre conscientes de que es un camino, no una meta.