Desde el famoso "Lo siento mucho, no volverá a ocurrir" de Juan Carlos I hasta el 'Me arrepiento de haberle hecho daño y haberle fallado" de Íñigo Onieva a Tamara Falcó.
Entre uno y otro, el 'mea culpa' de Boris Jonhson, pillado en el 'partygate', festejando en pleno confinamiento, el del diputado del PP Alberto Casero ante una nuevo error en el voto o uno de los más recientes: Guardiola disculpándose con el antiguo capitán del Liverpool Steven Gerrard por un contratiempo ocurrido en 2014.
En mayor o menor medida todas estas celebridades solicitan clemencia ante un acto fallido, sin importar cuándo. De eso trata pedir perdón, uno de los actos más complejos de las relaciones humanas. Querer hacerse perdonar ya es complejo. Conseguirlo puede serlo aún más. "El tema del perdón es delicado, ya que cuando hablamos de ello una de las primeras preguntas que suelen surgir es si se puede o se debe perdonar todo. Y lo cierto es que solo nosotros tenemos esa respuesta", escribe en el libro 'Convivir y Compartir' la psicóloga Laura Rojas Marcos. Con esa cuestión de telón de fondo, preguntémonos antes: ¿cómo se puede pedir bien perdón?
Reconocer un error y pedir perdón es un acto de valentía, humildad y crecimiento. El miedo al veredicto de los otros, al fracaso o a mostrar nuestras imperfecciones nos lleva a querer justificarnos y poner excusas en lugar de asumir lo que ha ocurrido. Es el famoso "Sí, pero...", ese 'pero' es el atenuante con el que pretendemos justificar el fallo.
El deseo de justificación se intensifica en puestos de responsabilidad, en los que cualquier equivocación puede cuestiona la idoneidad de esa persona para ese puesto. Si nos fijamos, muchas de esas disculpas públicas están atenuadas por esas limitaciones que intentan minimizar el fallo y sus efectos.
Atenuar la culpa da paso al llamado ‘efecto tirita’: tapa la herida, pero no la sana, y eso hará que a medio y largo plazo aparezcan repercusiones. Teresa Terol, psicóloga de la plataforma TherapyChat, asegura que eso nos lleva a forjarnos una autoestima irreal, basada en la perfección. “Negar los errores, equivocaciones e incluso limitaciones, nos aleja de nuestro verdadero yo, de nuestra esencia. El amor propio no implica reconocer únicamente las cualidades positivas y obviar las que, a nuestro parecer, son negativas”.
Negar que cometemos errores también limita nuestros vínculos afectivos. Si no asumimos nuestra responsabilidad, no podremos empatizar con los demás, comprenderlos y crear vínculos saludables con ellos. Por todo ello, aprender a reconocer errores es de vital importancia para nuestra salud emocional. “Hay que asumir tu parte de responsabilidad, ya que hacer explícito el error fomenta la honestidad con nosotros mismos y con el resto y nos lleva a poder empatizar, tanto con nosotros mismos, como con el resto de las personas implicadas”, señala la experta, quien advierte de que nunca hay que extender la culpa hacia los demás.
¿Cuándo y cómo pedir perdón? La clave para afrontar un error está en cómo lo procesamos, en el significado que le damos, y no tanto en el error en sí mismo. Algunas personas piden clemencia cuando el error se ha hecho público, pero lo difícil, realmente, es pedir perdón de manera asertiva, cuando sabemos que hemos hecho algo mal y que debemos repararlo. Para hacer esto, se requiere tener grandes dosis de asertividad. “Si en lugar de pedirnos una explicación nos la exigen, la reacción normal es no querer darla, porque de alguna forma nos sentirnos atacados”, explica Teresa Terol.
En este caso, es fundamental que evitemos tres actitudes basadas en la reactividad. “El primer error básico es contraatacar. Suele ser la reacción más normal y no nos lleva a buen puerto. Después, intentamos negar lo que hemos hecho o minimizar el daño con frases del tipo ‘no es para tanto’ o ‘no exageres’. La tercera fase es el sobrecastigo. Tendemos a fustigarnos y eso no es sano, es importante medir las reacciones y recordar que tenemos derecho a equivocarnos y cometer errores”, afirma la psicóloga.
Tras esa fase normal de negación y quizá un autocastigo exagerado, queda lo más importante: asumir y reparar. Lo primero, según los expertos, es 'poner la etiqueta al problema': concretar el fallo, en qué ha consistido, qué consecuencias acarrea y cuál es nuestra responsabilidad específica. En este momento, es fundamental centrarse en uno mismo y no intentar trasladar ningún tipo de eximente a otras personas o situaciones.
Después, hay que comprometerse con hacer los cambios que van a evitar ese tipo de errores. Es la única manera de que el perdón verdadero pueda llevarse a cabo y de asegurar una reparación a la otra parte. En esta última fase, es necesario armarse de paciencia. Es raro que el perdón se consiga en una sola conversación. Dar tiempo y mantener la escucha activa serán las claves para poder cambiar, reparar y lograr un perdón verdadero.