María Victoria de Rojas, escritora y asesora de comunicación, tiene maestría en ver las cosas desde diferentes perspectivas. Está a punto de cumplir los 60 y, después de una vida dedicada a la empresa, como directiva, emprendedora y asesora, identifica perfectamente las costuras y rotos del tejido humano. En su opinión, la empatía, como uno de los motores que mueven el mundo, todavía deja mucho que desear. Lo subraya después de difundir en sus redes sociales el vídeo viral de una niña en silla de ruedas que describe las barreras que le dificultan cosas tan cotidianas como disfrutar de una película desde una fila que no sea la primera, porque no puede subir las gradas. "Sería bueno -comentó María Victoria- que todos pasáramos por la experiencia de vivir en una silla de ruedas o ser el acompañante al menos por un día. Yo lo hice y me cambió la forma de ver el mundo".
La anécdota es solo una metáfora de la desidia con la que a veces pasamos por delante de las injusticias y le preocupa. Durante veinte años dirigió y editó la revista socioeconómica Ejecutivos, referente en el mundo editorial y laboral. En 2021, con 58 años, dio un giro a su vida y se formó en coaching ejecutivo, liderazgo y asesoría en comunicación. Ha creado su propio portal, Femenino y Plural, en el que se permite hablar de lo que le apetece. Colabora con diferentes asociaciones para impulsar el emprendimiento de las mujeres y está convencida de que el único camino para que el mundo siga girando sobre su propio eje es dando a la mujer el protagonismo que merece. Aunque dejó atrás el mundo editorial, sigue colaborando en medios y escribiendo. En su último libro, 'Los protagonistas del management', María Victoria vuelve al liderazgo con valores como imperativo. Y de eso hablamos en nuestro encuentro con ella.
Eras muy joven cuando tuviste esa necesidad de pasar un tiempo en una silla de ruedas.
Mientras estudiaba, trabajaba como voluntaria en una asociación de personas con minusvalías. Pasábamos los fines de semana con niños con discapacidades físicas y me sirvió para entender de lo que significaba manejarse en silla de ruedas. Es verdad que con el tiempo las ciudades han ido mejorando, pero a veces son solo parches. De nada sirve la rampa en un hotel si al llegar te encuentras una puerta que no puedes abrir. Tampoco los servicios públicos suelen estar preparados. Y cuando van a comprar una vivienda, sus opciones son mínimas. Creemos que se están eliminando barreras, pero quedan muchos detalles que nunca se tienen en cuenta y hacen que cada día se convierta en un desafío para las personas con movilidad reducida. No somos conscientes hasta que no nos encontramos en esa situación.
La idea de calzar los zapatos ajenos es antiquísima, ¿por qué nos cuesta tanto?
Si se hace, tiene que ser de verdad. Estas personas necesitan mucha más empatía por parte de la sociedad porque esto no va de parches sino de saber exactamente qué les impide incorporarse a la vida de una forma normal, sin obstáculos en el camino. Si la sala de un cine no dispone de una plataforma a media altura a la que puedan acceder y ver la película desde una altura adecuada, se ven obligados a quedarse en la primera fila. Siempre está vacía porque nuestro cuello no soporta una hora mirando hacia arriba entonces ¿por qué una persona con discapacidad tiene que conformarse? Igual ocurre con otro tipo de discapacidades. No puede ser que su autonomía personal y su inclusión social estén tan llenas de obstáculos. La convivencia consiste en esto, en poner de nuestra parte para mejorar la calidad de vida de estas personas que lo tienen más difícil.
¿Esa falta de tacto es común en otros contextos?
Nos falta sensibilidad en muchos aspectos y la palabra respeto empieza a perderse. Nos reímos de los veganos, por ejemplo, y de la gente que opina distinto. Afortunadamente, existe gente maravillosa, no quiero ser pesimista, pero hay otra que es tóxica y egoísta. En el mundo laboral abunda la figura del trepa, que sube sin que le importe a quién va pisando. La falta de sensibilidad crea intolerancia y escasos valores. El resultado es la polarización. A todo le ponemos apellido y color y nos cerramos en nuestro cosmos para invalidar, rechazar o criticar a los demás. Las redes sociales acentúan esta tendencia.
¿Significa que las personas más jóvenes siguen esta misma línea?
Observo que hay un gran déficit en la educación, incluso por parte de las familias. Esto está generando un repunte serio de conductas machistas, violencia y problemas de salud mental en los adolescentes. Apenas se habla de la importancia que tiene la baja paternal y de ese tiempo que el padre puede aprovechar para crear apego y empezar a construir un vínculo que en las generaciones anteriores no se daba.
La opinión mayoritaria es que es un perjuicio para el mundo laboral y casi se criminaliza al hombre que toma esta decisión. Cuando fui madre, dejé mi puesto de directora general en una empresa para cuidar a mi hija. Después de cinco años, cuando la niña había adquirido cierta autonomía, volví a meterme en el circuito. Es una de esas decisiones que a menudo generan una crítica irrespetuosa y que, en mi opinión, favorece el desarrollo de los niños. Estemos de acuerdo o no, deberíamos respetarnos.
Las redes sociales pueden ser aplastantes ¿Qué fuerza nos queda como individuos?
Es importante que cada individuo se vea capaz de cambiar su micromundo. Si todos cambiásemos nuestro micromundo, cambiaría el mundo entero.
¿Qué lacras observas como asesora en el mundo laboral en las personas mayores de 50?
Una de las que enseguida nos dejan en evidencia es la dificultad para expresarnos en público. A las personas que nacimos en los sesenta y setenta no se nos enseñó y lo peor es que hoy sigue siendo la asignatura pendiente. Poca gente se atreve a levantar la mano, a exponer su postura, porque existe un pudor mal entendido, miedo al ridículo e inseguridad.
Mencionaría también la poca destreza para negociar el salario. No tenemos cultura de poner condiciones, de valorarnos económicamente o de pedir mejores horarios, por ejemplo. Así no avanzamos. Son habilidades valiosas que solo se adquieren con entrenamiento.
¿Qué nos pueden enseñar esos jóvenes nativos digitales que llegan a la empresa?
Yo admiro su dinamismo y su forma de pensar tecnológicamente. Admiten mayor flexibilidad para buscarse la vida y aprovechan mejor las opciones. Han aprendido a trabajar por proyectos y se emocionan con ellos. Una vez que se acaba, en lugar de frustrarse, pasan al siguiente. Esto les aporta resiliencia. En contraste con ellos, hay que reconocer que nuestra generación estudiamos más y la mente se hizo más ágil. Tenemos un entrenamiento mental mucho mayor. Leemos más, sobre todo las mujeres, somos más pacientes y sabemos que los procesos llevan su tiempo. Pero lo más enriquecedor es la convivencia intergeneracional.