El dilema de volver a la casa familiar tras la muerte de los padres: "Lo evitamos por miedo a sufrir"
Once años después de la muerte de su madre, Yolanda Díaz admite que no lo ha superado y que no ha podido volver a la casa familiar
Lara Ferreiro, psicóloga: "La casa son las raíces; es un entorno tan íntimo, que genera tantos recuerdos, que se crea un rechazo relacionado con el miedo, el recuerdo y el sufrimiento"
"En terapia he visto muchas evitaciones en personas que piensan que su padre o su madre siguen vivos"
La madre de Yolanda Díaz, Carmela Pérez, murió en enero de 2013 de forma repentina a los 66 años de edad. En una entrevista mantenida con Jorge Javier Vázquez en su vídeo-podcast 'Los burros de Fortunato', la ministra revela que no ha superado este duelo. "De la muerte de mi madre... Aún no me recuperé hoy... Hace once años y no me recuperé. No fui a su casa aún", confesó al tiempo que explicaba que todos los días piensa en llamarla.
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Muchas personas se sentirán identificadas con la reacción de la política. Cuando hay una pérdida es muy frecuente que haya una reactividad extrema. "Pueden ocurrir dos cosas: gente que evita ir a esa casa porque viven un trauma, un duelo no resuelto, y personas que están todo el día en casa de la persona fallecida, en contacto con sus cosas, llegan, incluso, a probarse la ropa. Es su templo de culto, el sitio para recordar a la persona fallecida. Pero lo normal es que al principio se sienta rechazo. En cualquier caso, el duelo es una cuestión individual y cada persona lo lleva de una manera", explica la psicóloga Lara Ferreiro.
Cuando muere alguien tan cercano como un padre o una madre, la casa adquiere un valor simbólico: "La casa familiar son las raíces. Es un entorno tan íntimo, que genera tantos recuerdos, que se crea un rechazo relacionado con el miedo, el recuerdo y el sufrimiento. Y tendemos a evitar el sufrimiento. La casa provoca emociones difíciles y dolorosas. El hogar del fallecido es su templo y por eso surge la evitación, señala esta experta.
Duelo patológico
La muerte de un ser querido supone un cataclismo familiar. "Cuando una persona fallece va a haber un cambio en nuestras rutinas y en las maneras en las que nos relacionamos con los demás y también con los lugares. Es decir, una casa, una habitación o un entorno pasan a ser dolorosos. La evitación en el duelo es lo normal", asegura la experta.
¿Cuándo empieza a ser patológico? El tiempo es, en este caso, una buena medida de referencia. "Hasta los seis meses, la evitación se considera normal. Si después, de manera patológica, evitas ir a la casa para no enfrentarte a esa pérdida, se está viviendo un duelo no resuelto. Hay que darse un tiempo, de seis meses a un año. Luego hay que hacer un proceso de despedida de la persona, de la casa... Hay que recolocar las cosas, ver qué se vende o no, o con qué nos quedamos", afirma la psicóloga.
¿Y si no se supera?
En términos generales, no poder volver a la casa del padre o la madre muertos significa que no estamos preparados para asumir esa pérdida. Como indica Lara Ferreiro, evitar el hogar familiar puede ser normal en un periodo de seis meses hasta un año. ¿Qué pasa transcurrido ese umbral? "Hay que tener cuidado con las evitaciones. A veces, por evitar el sufrimiento no te adaptas a la nueva situación. El miedo al dolor lleva al bloqueo, a paralizarnos y puede generar una crisis por la imposibilidad de superar una muerte. Es importante saber que el duelo está ahí, pero que hay que enfrentarse a las cosas porque, si no podemos quedarnos enganchados a ese dolor. Hay gente que va encadenando un duelo tras otro", asevera esta experta.
La peor derivada de esto es no asumir que el ser querido ha muerto. "En terapia he visto muchas evitaciones en personas que piensan que su padre o su madre siguen vivos. He tenido que explicarles que esas personas no van a volver", confirma la psicóloga.
Comportamientos patológicos
El duelo no superado puede ir asociado a otros trastornos emocionales: "Aparece un auténtico volcán emocional con numerosos síntomas. Primero, el aislamiento social: te aíslas porque tu tristeza solo quiere llorar la pérdida. Hay gente que desarrolla depresión y tiene que medicarse. El segundo es la dificultad para dormir y los sueños con las personas fallecidas. El tercero es un sentimiento poderoso de soledad. Cuando se muere un padre o una madre, algo se rompe dentro de nosotros, se pierden parte de nuestras raíces. El cuarto es la pérdida del apetito, pero, sobre todo, lo más importante es el aislamiento social y los accesos de rabia. Pensamos que es injusto, sobre todo si ha sido una muerte repentina, para la que estamos menos preparados que si ha habido una enfermedad", explica Lara Ferreiro.
Para esta psicóloga, las terapias específicas sobre duelo pueden ser de gran utilidad. Para saber si estamos ante un duelo patológico que requiere ayuda profesional, Ferreiro recomienda plantearse estas cuestiones:
- "Si el familiar ha muerto hace más de seis meses y no eres capaz decir su nombre o de hablar sobre ello".
- "Si en ese tiempo no has sido capaz de mover ningún papel ni de resolver ninguna cuestión administrativa".
- "Si no has sido capaz de hacer ninguna despedida, ni ritualizar ningún proceso de cierre; por ejemplo, repartir sus cosas o gestionar su herencia".
Negar lo irreversible
La psicóloga señala que lo que estamos haciendo al no transitar las fases del duelo es negar la muerte del fallecido. "Es necesario atravesar todas las fases del duelo. La primera es la del shock, no poder creérselo, sobre todo en personas que han fallecido de muerte repentina. La segunda es el volcán de las emociones, con la ira, la tristeza, la culpa... La fase tres es la del pozo, son los días en los que se está peor y se tiene miedo a no poder vivir sin esa persona. La cuarta es la fase de la aceptación; la quinta es la del perdón. A veces, las personas sienten cierto rencor hacia la persona fallecida y es necesario perdonar o, incluso, perdonarse a uno mismo. Poco a poco, llega la última fase, la de adaptación y superación". Y ahí es donde, al fin, podremos volver a la casa de nuestros padres como al hogar que una vez fue.