Cinco hábitos diarios para ser más feliz, según la ciencia
Hay ciertas acciones diarias que podemos adoptar para segregar las hormonas que nos hacen sentir felicidad: serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina
La felicidad depende de la proporción entre emociones positivas y negativas que experimentamos, y estas tienen su origen en estímulos que provocan reacciones químicas
¿Somos felices los españoles de más de 50?
Aristóteles definía le felicidad como el fin que busca todo ser humano. Y para alcanzarla necesita basar su vida en acciones virtuosas, sustentadas en el pensamiento, la justicia y la razón. Más recientemente, Cliff Arnall, el inventor del 'Blue Monday' o día más triste del año, la resumía en una fórmula que tiene en cuenta la temperatura, la socialización, el contacto con la naturaleza y las vacaciones. Al final la ciencia nos dice que la felicidad depende de la proporción entre emociones positivas y negativas que experimentamos, y estas tienen su origen en estímulos que provocan reacciones químicas en nuestro cerebro.
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En ese sentido, hay ciertos hábitos y acciones diarias que podemos adoptar para segregar las hormonas que nos hacen sentir felicidad -la serotonina, endorfina, dopamina y oxitocina-, o al menos para apaciguar los pensamientos negativos que a veces se apoderan de nosotros. National Geographic recopila cinco de ellos:
Poner nombre a las emociones
Una de las cosas más difíciles a las que nos enfrentamos es poner nuestras emociones en orden, definir el barullo de sensaciones que nos asaltan, darles un nombre. Según un estudio de la National Library of Medicine, el etiquetado de los sentimientos frena la actividad de la amígdala, la zona del cerebro que se activa cuando nos emocionamos. Por ello es importante escribir o hablar sobre lo que nos sucede. Plasmar en un papel o verbalizar lo que nos pasa tiene efectos positivos en la mente Este hábito puede ayudarnos a tomar distancia de nuestros problemas, mirarlos con perspectiva y gestionarlos mejor.
Socializar
El humano es un ser social por naturaleza que necesita de la relación con los demás para su buen desarrollo en la sociedad. Cualquier proceso de socialización nos proporciona beneficios para nuestra salud emocional y nos genera estímulos para nuestro cerebro. Son procesos vitales en cualquier etapa pero cuando nos hacemos mayores, más si cabe, porque ayuda a prevenir enfermedades mentales.
Dedicarle unas horas al día, o al menos unos minutos, a socializar es una de las claves para irnos a dormir más felices. Una pequeña conversación con el portero de nuestro edificio o con la cajera del supermercado al que vamos cada semana puede aportarnos felicidad y bienestar. Una conocida investigación de Harvard que analizó al detalle la vida de más de 700 jóvenes a lo largo de las décadas concluyó que las personas más vinculadas a sus amigos y su familia viven más.
Hacer ejercicio físico
La cita 'mens sana in corpore sano' ha sido más que corroborada por la ciencia. Un estudio de las universidades Oxford y Yale publicado en The Lancet demuestra que practicar ejercicio proporciona más felicidad que la riqueza. Una investigación que analizó los efectos del deporte en 1,2 millones de personas en EEUU entre 2011 y 2015 concluyó que aquellos que hacían ejercicio tuvieron un 43,2% de días menos de mala salud mental que las personas que no hicieron ejercicio. Sin embargo, el deporte en exceso también podría ser contraproducente para la salud mental.
Abrazar a alguien
Los abrazos son necesarios en nuestra vida. El contacto físico reduce la segregación de cortisol en el cerebro y eso permite que se libere oxitocina y serotonina, hormonas ligada al desarrollo de los lazos sociales. Recibir o dar un abrazo se asocia con la atenuación del estado de ánimo negativo que nos inunda ante un conflicto personal, según un artículo publicado en la revista PLOS ONE.
Según otra teoría de la profesora Susannah Walker, desde bebés estamos predispuestos a abrazar para garantizar nuestra supervivencia, algo que de adultos nos condiciona a asociar esta manifestación de afecto con un sentimiento de protección que nos conduce a reducir el estrés y, de esta forma, ser mucho más felices.
Hablarse a uno mismo en positivo
Muchas veces, cuando no llegamos a cumplir nuestras propias expectativas, tendemos a ser muy duros con nosotros mismos y a lanzarnos mensajes negativos del tipo "soy un desastre" o "no doy una a derechas". Lo cierto es que el modo en que nos tratamos influye directamente en la narrativa que creamos sobre nosotros y condiciona nuestro comportamiento futuro.
Un estudio de la Universidad de Michigan, liderado por Ethan Kross, expone que cuando nos dirigimos a nosotros mismos en segunda persona ("este error no te representa", "lo estás haciendo genial") tomamos mayor distancia de las emociones y somos más racionales y optimistas.