Cómo discutir bien delante de los hijos: "A veces hay que pedirles perdón"
La casa en la que vivimos con nuestros hijos debería ser un santuario de paz y bienestar; pero las cosas no siempre salen bien y terminamos discutiendo con nuestra pareja con nuestros hijos como espectadores involuntarios
Una discusión desbocada es muy parecida a un volcán en erupción: las emociones surgen y arrasan con lo que se encuentran a su paso
Lara Ferreiro, psicóloga y autora de 'Adicta a un gilipollas': "En lugar de negociar y llegar a una solución, hay personas que están más pendientes de su ego y de ganar la partida"
Hogar, dulce hogar... a veces. La casa en la que vivimos con nuestros hijos debería ser un santuario de paz, armonía y bienestar. Pero las cosas no siempre salen como debieran. La convivencia, las largas jornadas de trabajo y la crianza de los hijos pueden dar lugar a dinámicas hostiles que desembocan en discusiones. Y con los hijos como espectadores involuntarios.
MÁS
Antes de llegar a la discusión
Como adultos, deberíamos entender que discutir nunca es una opción. Si hay algo que no nos convence o queremos cambiar, la solución no es discutir, sino negociar. "Negociar es algo sano y muy distitno a discutir o pelear. En la discusión hay gritos, insultos, faltas de respeto, críticas, desprecio y actitud defensiva. En la negociación, en cambio, suele llegarse a un acuerdo en el que ambos ceden", explica la psicóloga Lara Ferreiro, para quien negociar bien implica "saber hacer una comunicación directa, clara y efectiva".
Según la experta, discutir con los hijos delante tampoco debe ser nunca una opción. "Es cierto que hay gente muy impulsiva que no sabe controlarse, pero con la terapia adecuada, puede conseguirse. De hecho, enseño a mis pacientes a controlar esa impulsividad".
Cuando hay un conflicto, lo ideal, por tanto, es negociar con la pareja en privado. Pero si el conflicto surge en la mitad del salón de casa, con los hijos de espectadores, también hay maneras de modularlo. "Tenemos que pensar en nuestras emociones como en un semáforo: en la zona verde estamos tranquilos, el enfado está en un grado de 0 a 4. La zona naranja (de 4 a 7) es esa en la que vemos que las emociones negativas afloran. Ahí tenemos que parar y no seguir discutiendo. La zona roja (de 8 a 10) es la del secuestro de las emociones", explica Lara Ferreiro, psicóloga y autora de 'Adicta a un gilipollas'.
Volcán emocional
Una discusión desbocada es muy parecida a un volcán en erupción: las emociones surgen y arrasan con lo que se encuentran a su paso. Para Ferreiro, la clave es 'enfriar' la temperatura emocional, rebajando el tono. "Hay que intentar discutir con un punto de vista constructivo y llegar a acuerdos; idealmente, mostrando cariño y afecto. Jamás se puede insultar, mucho menos delante de los niños. Es importante que no haya gritos ni ningún tipo de falta de respeto", insiste la experta.
Que la discusión se detenga o siga depende mucho de la personalidad de cada miembro de la pareja: "En lugar de negociar y llegar a una solución, hay personas que están más pendientes de su ego y de ganar la partida. Eso pasa, sobre todo, con personas inseguras o con problemas de ego".
Consecuencias para los hijos
"Discutir delante de los niños, les perjudica enormemente. De 0 a 22 años se forma la personalidad, los hijos son esponjas que van a reproducir lo que ven en casa con su propia pareja. O bien se van a sentir mal porque en esas edades lo que se necesita en casa es paz y descanso", asegura tajante Lara Ferreiro respecto a este tema.
Las consecuencias no se quedan ahí. Si los hijos ven discutir a sus padres de manera continuada pueden ocurrir varias cosas. "Los hijos pueden normalizar esas conductas que luego van a repetir con sus parejas. Los padres son el espejo de los hijos. Si creen que gritarse es mostrar amor, lo harán de adultos", asegura la psicóloga.
Además, existe también un impacto físico: "Cuando hay una discusión con los hijos delante, estos se 'triangulan'. El hijo está en medio de los padres y los estudios neurológicos muestran que si hay gritos sostenidos, se activan las hormonas del estrés, el cortisol, fundamentalmente. Este cortisol puede provocar estrés, falta de concentración o problemas para conciliar el sueño, también ansiedad porque, al final, no están tranquilos, los padres son una fuente de inseguridad. Los niños tienen que sentir que están en un hogar estable. Si no, aparte de lo que hemos comentado, también pueden surgir malos modos o comportamientos desafiantes", señala esta experta.
¿Cómo discutir bien?
Por raro que parezca, discutir también tiene su 'libro de instrucciones'. Para Lara Ferreiro, hay coletillas y temas que es mejor evitar: "Se cae en el error de hacer categorías absolutas, decir cosas como 'Siempre estás igual' o 'Nunca haces nada'. También es mejor no dejar que lleguen a discutirse temas que pueden negociarse, como el reparto familiar en algunos momentos o cómo se organizan las vacaciones.
Para la experta, otros recursos aconsejables son:
- Evitar volver al pasado. Hay que ceñirse al tema concreto: "Debemos situar la discusión en el presente. Las personas quieren ganar las discusiones sacando cosas del pasado porque, en realidad, no quieren solucionar el tema, sino ganar la batalla".
- Renunciar a querer tener razón: "Cuando no se negocia, sino que se pelea, algunas personas quieren tener siempre razón, pero hay que intentar dejar de discutir para negociar. En la negociación, siempre se cede"
- No categorizar en términos absolutos: evitar palabras como 'siempre' o 'nunca'. La vida rara vez es en blanco o negro.
- Mantener las formas: "Hay que emplear siempre tonos, gestos y palabras respetuosas"
- Bajar la temperatura emocional: "Uno de los dos tiene que ser catalizador y bajar el nivel de violencia"
- Evitar que los hijos se posicionen.
- Pedir perdón a los hijos."Estamos nerviosos y haremos que no vuelva a ocurrir' puede ser un resarcimiento para ellos"
- Imponer la sensatez: "Es importante insistir que las discrepancias se solucionan negociando en privado. La mejor batalla es la que se evita".