Conflicto: una cuestión de difícil solución entre dos o más personas donde ambas tienen o creen tener la razón. Así se define desde el punto de vista de la psicología lo que es un conflicto. Por si había alguna duda, el conflicto atraviesa la política española de una a otra parte. Pedro Sánchez está a punto de lograr en el Congreso la mayoría que le permitirá articular un nuevo gobierno. De una u otra manera, tendrá que vérselas con personas y formaciones con los que ha mantenido un nivel de tensión muy alto. Esta situación, sin embargo, no nos es ajena. Los conflictos surgen y nos acompañan a lo largo de toda la vida. No hay que entenderlos siempre como algo negativo; pueden, incluso, ser positivos si solucionan un contencioso largo e incómodo. Sortear el conflicto y llevarlo a buen puerto tiene su propia dinámica, tal y como explica en Uppers el psicólogo Guillermo Fouce, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Fundación Psicología Sin Fronteras.
"Lo primero es distinguir entre el contenido objetivo del conflicto y el contenido subjetivo, las intenciones de ese conflicto", señala este psicólogo. Ponerle la etiqueta correcta al problema nos permite acotarlo y empezar a armas soluciones. "Tenemos que pensar si nos referimos a un conflicto realmente resoluble porque encontramos elementos de reconocimiento o si toma vida propia y ya no se produce por el contenido explícito, sino por las cosas que han pasado: nos hemos faltado al respeto y hemos traspasado determinadas líneas rojas", asegura Fouce.
Controlar el nivel de agresividad es importante porque va a condicionar la posibilidad de un acuerdo. "Muchas veces ya no sabemos ni por qué hemos discutido. Las razones objetivas pasan a un segundo plano", explica Guillermo Fouce para quien en este punto se centra la clave del problema.
Decidir que el conflicto debe acabar es, quizá, la parte más compleja de la negociación. Para ello, hay que valorar qué se gana y qué se pierde a corto y largo plazo con un problema activo.
Si el resultado de la valoración es que hay que superar la brecha, se habrá dado el primer paso, algo que normalmente sucede con el paso del tiempo. "Lo primero que tiene que haber es voluntad para solucionar ese conflicto. En una fase aguda no suele haber interés por las partes por resolver", asegura el experto.
La segunda norma es enfriar la temperatura del ambiente. "Hay que bajar el punto de ebullición. Si está en fase álgida, lo que se representa en una curva de Gauss, y en medio de esa subida yo intervengo, lo que provoco es que el tema repunte. Hay que dejar que baje la intensidad, a partir de ahí sí se pueden intentar fórmulas de intervención o de resolución, siempre que una de las partes esté interesada en resolverlo. Si una parte está interesada en mantenerlo, es imposible intentar nada".
La tercera estrategia para superar el problema tiene que ver con salir de la dinámica dual: una persona y su contraria. "Otro elemento que se usa en la resolución de conflictos tiene que ver con que las dos partes encuentren que es beneficioso para ambas partes resolver el problema. Esto a veces se da cuando surge un tercer enemigo o algo que nos obligue a resolver; por ejemplo, parejas que discuten en lo personal, pero tienen una hipoteca. Cuando se encuentra algo para lo que necesariamente hay que cooperar, de alguna manera se encuentra la manera de resolverlo", explica Fouce.
Una vez decidido que el conflicto debe superar, queda algo no menos complejo: la asunción de responsabilidades. "Tiene haber una racionalización del problema y una cesión de ambas partes de que algo han hecho mal y de que no se pueden repetir los mismos errores", señala el psicólogo
En ese entorno, ¿existen las líneas rojas? "En realidad, en la resolución de conflictos no hay ninguna línea roja. Cuando se ha hecho resolución de conflictos con víctimas de ETA han dialogado etarras que pedían disculpas y después se establecía un principio de reconciliación. Cuando no se ha pasado página o se dan más niveles de tensión es más difícil que pueda reconducirse", asegura el experto, que concluye con la siguiente reflexión: "Las reglas que rigen los conflictos interpersonales son las mismas que aplican a los conflictos políticos o sociales, con la salvedad de que en estos últimos pesa mucho el poder y los intereses, a veces ocultos y muy difíciles de renunciar, y se suelen gestionar en torno a máximos y mínimos. Lo malo es que muchas veces no se sale de la venganza, del ánimo de hacérselo pasar mal al otro. Si eso se acelera, se pasan líneas rojas porque el nivel de agresividad y de tensión crece mucho".