Los cinco hábitos que practican las personas a las que admiramos
La admiración es la expresión máxima del respeto y la simpatía hacia los demás, algo que, al tiempo, limita con la ejemplaridad de los que admiramos y su humildad
Las personas admirables piensan mucho si sus comportamientos son de valor o están contribuyendo al ruido imperante
Los grandes pensadores ciñen la admiración a la disciplina, el coraje, la empatía y la capacidad de asombro
Aunque todos deberíamos respetarnos por el solo hecho de compartir humanidad, tener ganado el respeto de los demás no es tarea fácil. Como explica el filósofo José Antonio Marina, el reconocimiento es una de nuestras primeras necesidades emocionales. "Papá, mamá... ¡mira!", dicen los niños a sus padres esperando la aprobación de sus logros. Es la primera expresión de esa necesidad que irá acompañándonos a lo largo de la vida, pese a que tengamos asumido que no podemos gustarle a todo el mundo y que estaremos sometidos a distintos desafíos, no siempre exitosos.
El respeto es un grado más de la simple simpatía por alguien y la admiración es su expresión máxima. Lo curioso es que las personas que admiramos, en cualquier entorno, cumplen unos hábitos de comportamiento muy parecidos. Desgranamos las conductas más repetidas regularmente:
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Ser disciplinado y alegre
Son dos términos que parecen llevarse mal. Sin embargo, según explica el filósofo Javier Gomá, la ejemplaridad surge en aquellas personas que cumplen con su trabajo o su misión de manera disciplinada; es decir, constante, y alegre. Todas estas cualidades no siempre se dan de manera natural. Ahí está el valor de las personas a las que admiramos: realizan sus tareas con dedicación, producto de una disciplina buscada, y siempre con amabilidad hacia ellos mismos y hacia los demás. Esto implica que cuando no hemos podido estar a la altura de lo que esperábamos, la opción no es humillarnos ante nosotros mismos, sino pensar en la oportunidad de mejora. La vida es constante aprendizaje.
Tener coraje
Hace años Barack Obama dio un premio a una activista iraní represaliada durante la Revolución Islámica. En su discurso, el presidente explicó que había sido premiada "no por lo que le pasó, sino por lo que hizo después y cómo lo gestionó". Eso es el coraje: hacer algo que sabemos que puede perjudicarnos, pero que, sin embargo, debemos hacer. Las personas a las que admiramos son las que han superado obstáculos y han sobrepasado expectativas negativas, ganándose cada milímetro de respeto.
Ser proactivo
Quienes suscitan nuestra admiración no esperan que les digan lo que tienen que hacer. Son proactivos y piensan en superarse; pero no lo hacen de manera unilateral, sin pensar en las consecuencias de sus actos. Aparte de la necesaria prudencia, la empatía es otra virtud común de quienes sentimos admiración. Si salir de nuestra zona de confort implica perjudicar a otros, hay que revisar qué queremos y qué vamos a conseguir con una perspectiva amplia, distinguiendo las luces y las sombras.
Valorar las palabras
En un momento en el que el mundo parece arrollado por la información y las fake news, las personas admirables piensan mucho si lo que dicen es de valor o está contribuyendo al ruido. Antes de hablar o de compartir algunas cosas, hay que preguntarse si lo que vamos a decir realmente nos representa y si hace algún bien en nuestro entorno.
Mención aparte merecen las críticas hacia el otro. "Reparar en los defectos de los demás nos anima, como si hablar mal de los demás nos subiera la autoestima", afirma el doctor Alan Wallace, experto en neurociencia de los hábitos. Eso explicaría la creciente tendencia a compartir las carencias de los otros. Pero, según explica el propio Wallace, repararar en los fallos de los demás revela los nuestros porque somos capaces de reconocerlos. Dicho de otra manera: el error que ves fuera puede ser el tuyo, y detectarlo es el primer paso para superarlo.
Asombrarse y ser humilde
Las personas a las que admiramos tienen capacidad de asombro, son capaces de reconocer los logros de los demás y de defenderlos, llegado el caso. También son humildes porque no se dejan arrastrar por el ego. Rechazan el protagonismo propio y prefieren poner en valor el de los demás. Hacer justicia con los logros de otras personas granjea lealtad y respeto, y dice mucho de nuestro posicionamiento vital: transparente, amable, compasivo y ecuánime. El doctor Alan Wallace vuelve a dar en el clavo cuando dice en uno de sus estudios sobre el cultivo de la mente y el corazón que "Ser retorcido, artero o ladino no tiene cabida en una vida orientada y alineada con nuestros principios". ¿No es precisamente eso, la capacidad de mantener vivo nuestro ikigai o propósito vital, lo que nos hace admirables?