Mercedes Navío, psiquiatra: "El fracaso es una oportunidad de ser sincero con uno mismo"
Autora de 'Felices los normales. Memorias de una psiquiatra', su primera obra narrativa
“La vacuna en salud mental está vinculada con el establecimiento de vínculos significativos entre las personas”, apunta
Asegura que “la madurez nos ayuda a priorizar aquello que nos resulta relevante, lo que da sentido a nuestro proyecto vital”
Licenciada en Medicina y doctora en Neurociencias por la Universidad de Granada, esta experta en psiquiatría afronta con el libro 'Felices los normales. Memorias de una psiquiatra' (Ed. Espasa) su primera obra narrativa. Nacida en Ceuta en 1969, Mercedes Navío recupera momentos donde confluyen, en un ir y venir en el tiempo, historias personales con sus experiencias como psiquiatra a lo largo de varias décadas de profesión. Un ejercicio que utiliza para profundizar en la salud mental y en lo que considera verdaderamente importante: el acompañamiento de la persona para que logre su arraigo, más allá de los tratamientos psicofarmacológicos y la psicoterapia utilizados en el manejo de la enfermedad, a través de la empatía.
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¿Qué hay detrás de la escritura de tu primera novela narrativa?
Una reflexión sobre lo que ha significado esta profesión para mí y la salud mental en particular. Inicio el libro con una frase del psiquiatra francés Boris Cyrulnik, padre de la resiliencia, quien dice que “toda elección vocacional es una confesión autobiográfica”. De esta premisa parte el ejercicio de memoria ficcionada alrededor de mi profesión, de las experiencias que he extraído de ella, y de algunos aspectos de la propia vida.
El libro se titula “Felices los normales”, pero ¿quiénes son los normales?
Nadie es normal visto de cerca. El título quiere poner de relieve que todos somos normales, que todos tenemos nuestras especificidades, nuestra singularidad, aquello que nos hace únicos.
¿Qué te llevó a formarte en esta disciplina?
Hay una serie de experiencias de la propia vida que están detrás de esa elección, entre ellas: ayudar a aliviar el dolor de los demás, encontrar sentido en ese alivio y comprender el mundo de una forma más profunda que nos permita habitarlo de una manera más confortable. También está la necesidad de pertenecer, que es una necesidad universal, consustancial a la condición humana. Existe una amplia tradición de médicos humanistas con una doble vocación, la de la medicina y la de la escritura, y que humildemente también están presentes en mí.
¿Qué aprendizajes has extraído de tu práctica diaria?
Saber que, siendo esencial el tratamiento de los síntomas, lo verdaderamente importante es no perder de vista a la persona y ayudarla a recuperar el propio arraigo.
No quería que el libro fuera un compendio de planteamientos que alimentaran el estigma de la salud mental por lo extraordinario o excepcional, sino que, pese a que los síntomas pudieran ser muy llamativos, no se perdiera de vista nunca a la persona que los estaba experimentando. Expresar que se trata de personas que tienen idéntica dignidad y que a través de la psicoterapia y del tratamiento psicofarmacológico puedan reconocerse como son.
¿Cómo ha evolucionado la salud mental de la sociedad española desde que empezaste a ejercer?
Lo más destacado de todos estos años desde la reforma psiquiátrica tiene que ver con cómo cada vez, de una forma consolidada, se perciben los problemas de salud mental como cuestiones que pueden afectarnos a todos en cualquier momento de la vida. Hasta hace diez o quince años era impensable hablar del suicidio y poner el acento en la prevención, por las connotaciones morales que lo acompañaban. Y si nos retrocedemos a hace cincuenta años, antes del periodo democrático, se concebía como un delito y cuando una persona era sorprendida intentando quitarse la vida, a veces no la llevaban al médico sino al calabozo. Esa carga simbólica de culpa, afortunadamente, se ha ido diluyendo y con ella los sentimientos de vergüenza o de culpa que acompañaba muchas veces a la persona y al entorno que sufre la enfermedad. Algo que era percibido así con otras enfermedades.
Ante una persona con una depresión, era frecuente escuchar decir “vamos, anímate, que tienes que poner de tu parte” o “esto es cuestión de voluntad”, cuando en otro tipo de enfermedades no se hacen estos comentarios. Hoy lo hacemos cada vez menos, pero todavía a veces, cuando una persona está deprimida se le insta a recuperarse como si dependiera de él o de ella, como si no fuera una enfermedad que requiere de su tratamiento, de su abordaje y de su tiempo para recuperarse. En este sentido también hemos logrado una evolución.
¿Cómo debemos afrontar la salud mental socialmente?
Se trata de un tema que hay que abordar como una prioridad y, en este sentido, nos tenemos que felicitar porque cada vez está más presente en el debate público. Es una buena noticia que indica que lo que hasta ahora se consideraba un tabú se va diluyendo, conscientes de que, además, el silenciamiento incrementa el sufrimiento de las personas.
El abordaje de la salud mental tiene que ser responsable y riguroso porque, igual que el silencio hace daño, el ruido también puede ocasionarlo. Un planteamiento que no sea constructivo o preventivo puede ser dañino. Por eso, debemos encontrar el equilibrio.
¿Es posible desprenderse de lo que les sucede a las personas que acuden a consulta?
Es muy importante que no perdamos de vista aquello que permite ayudar a la persona, que es el vínculo terapéutico que requiere de empatía y de una comprensión empática (se llama así) y profunda del malestar de la persona. Los profesionales sabemos que somos un instrumento terapéutico, así que debemos cuidarnos, hacer “supervisión” con otro profesional, para distanciarnos suficientemente a la hora de supervisar un caso. Esto protege al terapeuta y le permite estar en las mejores condiciones para ser el instrumento terapéutico que ayude a la persona en el cambio que está llevando a cabo.
¿Cómo funciona la identidad y lo que nos conforma?
Nos construimos por imitación y por oposición. Al principio, en relación con nuestras figuras de referencia, nuestra familia, nuestros padres. Conforme vamos creciendo lo hacemos en relación a nuestro grupo de pertenencia, que en la adolescencia se llama “pares”. Esta es una etapa de mucha socialización, de necesidad de aprobación por parte del grupo y de una autoafirmación frente a quienes son los referentes. Si en la niñez los progenitores son como grandes dioses, en la adolescencia desarrollamos el autoconcepto frente a la figura de autoridad. Una vez que esta etapa pasa, se suele alcanzar el equilibrio entre aquello que queremos imitar de aquello de lo que nos queremos diferenciar. De esa síntesis surge quiénes somos.
Apuntas que en el abordaje de la salud mental “hay factores protectores”. ¿Cuáles son?
La vacuna en salud mental está vinculada con el establecimiento de vínculos significativos entre las personas, que reducen el sentimiento de soledad e incrementan el de pertenencia. Sentir que perteneces es una necesidad existencial.
Para que una persona sienta que puede pedir ayuda, tiene que tener un sentimiento de pertenencia muy asentado, muy vivido. Sin embargo, en la medida que esto pueda ser considerado una señal de debilidad o de fragilidad, puede hacer que las personas se retraigan a la hora de pedir ayuda. Es importante que todos sepamos, y particularmente los adolescentes, que son especialmente sensibles a la mirada del otro, que la fragilidad o el dolor forman parte de la experiencia humana, en una u otra medida, a lo largo de las distintas etapas vitales.
Hablas de fracaso y de su papel en el desarrollo personal… ¿Cómo se gestiona en la madurez?
El fracaso, al igual que el dolor, se experimenta en distintas etapas de la vida. Borges decía que “el fracaso y el éxito son dos grandes impostores”. Esta afirmación nos permite relativizar ambas. Ni los éxitos son absolutos, ni los fracasos tampoco, no suelen serlo. Además, en el fracaso, casi siempre, hay una oportunidad de ser sincero con uno mismo o, al menos, este podría ser uno de los sentidos que podemos dar a una situación que podamos denominar de fracaso. Pero insisto, siempre desde la relativización y teniendo en cuenta que no podemos ser reducidos a una solo dimensión como seres humanos.
¿Qué nos permite mantener una buena relación con los hijos, con las parejas o con los amigos?
Lo que nos permite tener relaciones emocionales satisfactorias es el reconocimiento de la singularidad de los demás y también el conocimiento de nosotros mismos. En ese equilibrio de respeto al otro, a sus espacios, y de tener clara las prioridades en torno a quiénes somos, es donde surgen relaciones satisfactorias entre los adultos.
En la relación entre padres e hijos, el equilibrio se obtiene de reconocer a nuestros hijos como seres intencionales que son diferentes a nosotros, que son proyectos independientes, que nos necesitan sobre todo cuándo más pequeños son, pero que no son nuestra propiedad. Nuestros hijos necesitan dos cosas: un afecto sincero que nutra (que tenga una condición acompañante, además de la del respeto a esa persona como otro); y el establecimiento de límites que les protejan, sin caer en la sobreprotección.
¿Qué cosas se modifican en nosotros durante el envejecimiento?
Conforme cumplimos años somos más independientes del juicio de los demás, de los criterios de convención, solemos tener más claro quiénes somos y qué es lo que realmente nos importa. Esto se traduce en cómo y en qué queremos ocupar nuestro tiempo. Toda generalización es algo impreciso, seguro que hay personas que con la madurez no experimentan lo que comento, pero creo que, en general, con el paso de los años solemos tener una identidad más madura, un proyecto vital o existencial más clarificado. Sabemos qué queremos y qué no con mucha más frecuencia. Podemos relativizar y somos más celosos de nuestro tiempo y de en qué queremos invertirlo, porque somos más conscientes del que nos queda, de los errores que hemos podido cometer y de los aprendizajes que estos nos han procurado.