¿Qué es ser, de verdad, mala persona? Ocho hábitos que señalan en quién no confiar
Aunque el concepto de maldad puede cambiar en las diferentes sociedades, existen algunas señales comunes que nos indican que estamos ante perfiles adversos
La empatía, la capacidad de pensar desde la posición de otra persona, es la principal característica de la bondad, al igual que su carencia es el rasgo más distintivo de las malas personas
Los psicólogos advierten de que algunos perfiles narcisistas, maquiavélicos o psicopáticos están relacionados con experiencias traumáticas vividas normalmente en la niñez
En cada entorno, en cada sociedad, se crean una serie de códigos morales sobre lo que está bien o lo que está mal. La bondad y la maldad, por tanto, son conceptos culturales y dinámicos. Pueden cambiar de un grupo humano a otro, aunque haya líneas rojas comunes en muchas culturas.
Curiosamente, casi todo el mundo puede definir en qué consiste ser buena persona. Normalmente, son perfiles facilitadores, que no ponen problemas ante ninguna situación, siempre tratan de ayudar y no entienden hacer daño de manera consciente. También podemos reconocer a una mala persona intrínseca: quienes tienen la triada oscura de la personalidad, con rasgos maquiavélicos, narcisistas y psicópatas. En general, la empatía, la capacidad de pensar desde la posición de otra persona, es la principal característica de la bondad, al igual que su carencia es el rasgo más distintivo de las malas personas. La falta de empatía reposa en la base de los caracteres narcisistas y psicópatas. La psicología apunta, además, a experiencias traumáticas como origen de esta falta de compasión.
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Harvard y la maldad
Entre sus distintas iniciativas académias, la universidad de Harvard también ha estudiado qué significa ser una mala persona. El neurocientífico Howard Gardner, autor del concepto de las inteligencias múltiples, ha dedicado buena parte de su vida a ello. Investigador de la prestigiosa institución, ha sido el artífice del experimento Goodwork Project (Proyecto del trabajo bien hecho) para el que entrevistó a más de 1.200 individuos. ¿La conclusión? Ser bueno compensa: "Las malas personas no pueden ser profesionales excelentes. Los mejores son siempre excelentes, comprometidos y éticos", explicaba el propio Gardner en una entrevista en La Vanguardia.
El compromiso y la ética, como señala el experto, forman parte de lo bueno. Alguien que no tenga una guía de valores difícilmente puede ser digna de confianza. Pero no solo eso; hay otros hábitos que nos sitúan en el lado de las malas personas y probablemente no seamos conscientes de ello. Estas ocho señales muestran qué debemos mejorar y de quién debemos alejarnos.
Manipulan
Las malas personas son manipuladoras. En cualquier circunstancia, intentan conseguir provecho y obtener apoyo para lograr sus objetivos. Si hay que herir a alguien para ello, lo harán sin dudarlo.
Egoístas y oportunistas
"Es egoísta todo aquel que no piensa en mí", dice un viejo proverbio. Para las malas personas el centro del universo son ellos mismos. Aprovechan las oportunidades para satisfacer sus deseos y solo son amables cuando necesitan algo de los demás. Sus relaciones con las otras personas suelen ser transaccionales e instrumentales, siempre en pos de un beneficio.
Posesivos
En cuestiones sentimentales, ya sea de pareja o familiares, son celosos y posesivos. No entienden que los demás tengan buenas relaciones sociales y también suelen sentir celos si no son el centro de atención. Su egocentrismo invade todas las relaciones personales.
Hirientes y excluyentes
Es una de las señales más evidentes. Las malas personas hieren a los demás con facilidad, ya sea a través de comentarios jocosos o con sus actos; por ejemplo, excluyéndolos de algunas actividades, ocultando información o ignorándoles de manera frecuente (el famoso ghosting).
Irresponsables, sin remordimientos
No asumir nunca responsabilidades significa que nos excluimos del entorno, normalmente a nuestro favor. Las malas personas establecen dos 'ligas'. En una están ellos, los intocables, como mucho víctimas (son expertos en victimizarse), pero nunca agentes de nada malo. En la otra, el resto de las personas. Los egocéntricos nunca piensan que puedan hacer algo malo o que perjudique al resto. Sencillamente, no piensan en ellos. No tienen remordimientos ni saben pedir perdón. ¿Por qué iban a hacerlo si nunca hacen nada mal?
Negativos, demasiado pesimistas
La negatividad, el mal humor constante, exagerar lo malo y la agresividad latente son señales inequívocas de que esa persona no va a aportar nada bueno a nuestro entorno. Muestran un exceso de pesimismo que no tiene nada que ver con una valoración objetiva y lúcida de la realidad. Son agoreros que terminan siendo protagonistas de las profecías autocumplidas: ponerse en lo peor y, de alguna manera, facilitar que ocurra. Eso, sí: siempre para beneficio propio. La mala educación y los accesos de violencia, verbal o física, también dan la voz de alerta.
Mienten y hacen trampas
Mentir con frecuencia es una señal clara. Las malas personas suelen ser tramposas por ese inmenso egocentrismo que les empuja a hacer cualquier cosa para lograr lo que quieren sin sentir el menor atisbo de duda. Además, tienden a ser informales y descuidadas en su comportamiento (por ejemplo, llegan tarde a todas las citas), perjudicando a quienes les rodean, tanto personal como profesionalmente.
Exhiben demasiada confianza
La prudencia es una virtud de la inteligencia y de la bondad. Ser prudente implica que valoramos todas las posiciones ante un determinado evento, las nuestras y las de los demás, en igualdad de condiciones. Las malas personas suelen jactarse y hablan sin tener en cuenta cómo pueden afectar sus palabras al resto. Su exceso de confianza resulta inquietante. Cuando no se ha creado un clima de cercanía, una intimidad inoportuna debe hacernos sospechar. En esto, todos los expertos se ponen de acuerdo: evitar la cercanía física y emocional de este tipo de perfiles es clave para mantener nuestra salud mental y no dejarnos contaminar por hábitos indeseables.