¿Por qué nos fascina tanto el fuego?
Desde que Prometeo lo robara a los dioses, el fuego ha acompañado a la humanidad como una fuerza de creación y destrucción
Nos encanta hacerlo, usarlo y, sobre todo, contemplarlo durante la estación fría ¿a qué se debe?
Hablamos con una psicóloga sobre las razones que nos hacen quedarnos como 'hipnotizados' viendo las llamas
Durante las pasadas navidades una de las 'series' más exitosas de las plataformas de streaming consistía únicamente en la imagen de una chimenea de fuego crepitante. Tal es nuestra fascinación por el fuego que queremos contemplarlo aunque no caliente ni conforte. Y se parezca más a un espejismo. Desde que Prometeo lo robara a los dioses (o desde que los primeros humanos vieron al rayo incendiar la montaña y procedieran a 'domesticarlo' hace ya un millón de años) el fuego ha acompañado la evolución de la humanidad con su fuerza creadora y tan a menudo violenta.
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Casi todas las culturas antiguas adoraron el fuego. Se piensa que el culto surgió en la prehistoria, más exactamente con los Neandertales, en el paleolítico medio (150.000 a. C. - 40.000 a. C.). Y ya sea porque nos queda ese rasgo de nuestros antepasados más remotos o porque simbólicamente la mente busca habitar diversas formas de incendios, todavía a día de hoy seguimos cayendo bajo su influjo hipnótico. El fuego puede ser intimidante, sin duda, pero también suele producirnos altos niveles de relajación. El fuego modifica el estado de las cosas que lo rodean, calienta e ilumina, pero también quema. Como algunas formas de pensamiento / conocimiento.
Para la psicoterapeuta Clis G. Yepez, es la sensación de 'manejar' el fuego lo que genera alivio psíquico. "Maniobrar el fuego, puede significar la activación de un mecanismo de sublimación frente a la presencia de malestar psicológico -explica-. Es decir, una forma de lidiar con aspectos del mundo interno y externo que generan angustia, miedo o culpa. Este es el mecanismo que se considera como el más “saludable” porque permite lidiar con y no solo reprimir a".
Para la experta, "Cuando la mente siente que se desorganizada/abrumada por demandas del mundo, busca espacios en los que se permite creer que domina elementos de la realidad. Entonces, el fuego se convierte en un símbolo (del pensamiento) y un espacio de acción en el que algo fácilmente des-controlable sí se logra manejar". Ver el fuego es, entonces, como ver el estallido dominado, la naturaleza en toda su majestuosidad y su belleza al alcance de nuestra mano.
Todos los fuegos el fuego
Y el fuego tiene además la fascinación de los peligroso. Incluso lo devastador. Para Yepez, puede generar rasgos de personalidad como la piromanía, aunque aquí hace una aclaración. "Una persona pirómana no es una persona incendiaria -explica la psicoterapeuta-. La diferencia sustantiva es que la primera se rige por una pulsión placentera, busca aprovechar física y psíquicamente el fuego. La segunda, por un deseo de destrucción que puede aparecer tras la represión de sentimientos o contenidos que la mente no tolera. Una persona piromaniaca 'funcional' podría terminar trabajando con fuego".
En ese sentido, Yepez asegura que, aunque la data siempre hay que tomarla con pinzas, hay algunos datos que pueden ser interesantes para entender la piromanía. Por ejemplo que "la población que presenta mayor diagnóstico de piromanía son hombres jóvenes o personas pueden presentar una personalidad introvertida, que experimentan una sensación generalizada de descontrol y un elevado nivel de frustración así como una tendencia a la impulsividad y las adicciones". Hay personas que solo quieren ver el mundo arder.
Origen
Decía Eduardo Galeano que no hay dos fuegos iguales. "Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende". Usamos la metáfora del fuego para hablar, también, de la pasión y el deseo, de sentimientos que nos consumen mientras nos llenan de vida. Ardemos. Y celebramos ese ardor.
El fuego nos calienta y reconforta, nos sostiene, tal vez por eso todavía nos rendimos a su misteriosa belleza. O quizás simplemente nos recuerda un sueño que hemos olvidado y que tiene que ver con nuestro origen.