Anthony Hopkins anunció en 2017 que había sido diagnosticado con síndrome de Asperger, una alteración neurobiológica incluida en el espectro autista. En una entrevista a la CBC le preguntaron cómo afectaba el diagnóstico tardío a su carrera y su respuesta fue sorprendente: "No me afecta. Soy obsesivo. Es un gran regalo, en realidad. De niño era un poco lento en la escuela, así que lo compensé trabajando duro y me convertí en un actor exitoso. Tengo obsesión por los detalles. Como siempre, trabajaré y trabajaré en cada guión y me aprenderé cada línea. Pero no soy peculiar. Creo que soy distraído. Olvido cosas y me obsesiono con detalles estúpidos. Mi padre era también así".
La descripción de Hopkins es muy similar al relato de muchos pacientes que llegan a la consulta de María Fernanda Plata, psicoterapeuta y psicóloga experta en autismo. "Personas que desde la infancia sufren dificultades en la la comunicación e interacción social y han sido calificados de raros por sus patrones de comportamiento o intereses repetitivos y estereotipados, a pesar de que con el tiempo han conseguido enmascararlo".
Según nos cuenta, los profesionales de salud mental sospechan que por cada 36 personas una podría ser autista. "Cada vez vienen más hombres y mujeres mayores de 45 con un pasado de depresiones, ansiedad, traumas de infancia y bullying, que finalmente reciben diagnóstico de autismo.
No es que ahora la frecuencia sea mayor, sino que tenemos más herramientas de diagnóstico", explica. El autismo es una forma de neurodivergencia y, como tal, incomprendida. "Antes del diagnóstico, conviven con un sentimiento permanente de extrañeza, pero generalmente son personas con altas capacidades y aprenden a disimular sus problemas. Por eso es tan difícil de detectar".
Uno de esos casos es el de Inmaculada R. Navas, de 52 años, química en una empresa farmacéutica desde hace 15 años. Llegó a consulta con un cuadro de ansiedad altísimo y depresión. "A lo largo de mi carrera profesional he tenido que pedir la baja en varias ocasiones. De mi anterior empresa me despedí de forma voluntaria porque fui incapaz de adaptarme, a pesar de los esfuerzos que hacía por ser igual que el resto. No conseguí que me tratasen como una más. Siempre era la rara, el sambenito que me ha perseguido desde pequeña, cuando me pasaba horas en soledad dibujando, una afición que he ido cultivando. Fue mi sobrino Borja, psicólogo de 26 años, el primero que me advirtió que podría sufrir autismo y el que me animó a buscar un profesional experto en autismo".
"Son artistas y lo serán toda la vida. Es muy positivo que los autistas se den a conocer. Hay muchos Influencers, blogueros, escritores, profesores o artistas que son autistas y es muy positivo que lo digan, que expongan sus dificultades, los problemas que tienen en la comunicación diaria. Todo ello ayuda a entender el cerebro con una amplitud de miras mayor", señala Plata. Se muestra fascinada con las personas autistas.
Nos advierte que, aunque está incluido en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, más conocido como DSM -algo así como la biblia de la psiquiatría-, para ella no es ningún trastorno, sino una cualidad del cerebro. "No es una enfermedad ni un desorden. El autismo es una característica de vida del ser humano. Para mí, una característica maravillosa". Elon Musk, Bill Gates, Keanu Reeves o Carl Sagan, además de Anthony Hopkins, son solo algunas de las celebridades diagnosticadas con alguna de las formas del espectro autista.
El espectro es muy amplio y con diferentes grados, pero el que hoy nos ocupa es el autismo que se diagnostica en adultos, más allá incluso de los 40 o 50 años. Es el caso del psicólogo y lingüista peruano Ernesto Reaño (Lima, 1978), un conocido investigador de esta enfermedad sin cura que a él mismo le detectaron después de varias décadas estudiándola y tratándola con sus pacientes.
"Soy autista", añade Reaño a su presentación. Lo dice con orgullo porque, como profesional es un apasionado de esta condición neurológica desde que trabajó de prácticas en un colegio con dos niños que la padecían. En 2009 fundió el Equipo de Investigación y Trabajo en Autismo (EITA)y ha escrito dos libros sobre ello. En el último, 'Qué es el autismo. Reflexiones desde el paradigma de la neurodiversidad', deja claro que la neurodiversidad debe ser considerada como una diferencia y no como un déficit; como habilidades, no como discapacidades; y como un sistema de percepción del mundo con una riqueza increíble.
"El diagnóstico, aunque llegue tarde, ofrece alivio. Por fin esa persona que, por ejemplo, colapsa cuando se ve incapaz de responder a las imposiciones de una empresa puede entender la razón y, al ponerse en manos de un profesional, aprende a manejar esas situaciones. El autismo no tiene cura, pero su reconocimiento brinda a la sociedad esa necesidad, que debería ser exigencia, de entender la dificultad para adaptarse a lo normativo o su forma de expresarse, casi siempre muy directa, incluso cuando hacen uso de su sentido del humor. Es muy importante que las empresas, y la sociedad en general, comprendan la riqueza que aportan las personas autistas y sean tolerantes con sus silencios y con su alta sensibilidad a los ruidos, los olores u otros estímulos".
Plata insiste, sobre todo, que la terapia y las herramientas con las que aprende a convivir con el autismo no se dirigen a conseguir que el autista se vuelva normativo: "El diagnóstico le da un sentimiento de identidad, pero es la sociedad la que tiene que darle su lugar, dejarle ser él mismo, no forzar para que sea como los demás". No existe cura, a pesar de que los neurotípicos tiendan a querer encontrar una solución para todo aquello que se desvía de lo aceptado como normal. ¿Pero quién decide qué es lo normal?
"El autismo no se conoce aún bien -explica-. Tiene una raíz genética que, casi con total seguridad, diría que pasó desapercibida. En la misma familia es muy probable que hubiese un abuelo, un padre, un tío o cualquier antepasado que vivió sintiéndose extraño y con esa etiqueta de rarito cuando aún se desconocía la condición de neurodivergente. Hace unos años se habló de alguna vacuna de la madre que podría estar relacionada. Hoy se sabe que no tiene nada que ver".
No pasa por alto el nivel de sufrimiento que casi siempre conlleva, y menciona el caso de la holandesa Zoraya ter Beek. Faltan solo unos días para que cumpla su voluntad de suicidio asistido, acogiéndose a las pautas que marca la legislación en su país. Tiene 28 años y, después de una vida soportando depresiones muy severas, fue diagnosticada de autismo. Soñaba con ser psiquiatra, pero su condición de autista, a la que suma un trastorno límite de la personalidad, le impide este y cualquier otro proyecto de vida. ¿Cómo llegó a este punto de desesperación? ¿Cuántos adultos que arrastran depresión desde niños podrían estar enmascarando un trastorno del espectro autista?
La psicóloga refuerza la idea de no tratar el autismo como un desorden, sino una condición atípica del desarrollo neuronal del ser humano que les hace procesar el mundo de manera distinta cognitiva, sensorial y afectivamente. Necesitan desconexión, aislamiento, y su forma de calmar el cerebro es con repeticiones. De lo contrario, pueden llegar al colapso emocional. Es una de las señales que avisan que está pasando algo.