"El duelo superpuesto es abrumador". Así resume la psicóloga Lara Ferreiro el escenario que se puede vivir en la familia Goyanes Lapique. Hace unos días, se conocía que Caritina Goyanes, de 46 años, hija de los empresarios Cari Lapique y Carlos Goyanes, fallecía de un ataque al corazón tan solo 19 días después de la muerte de su padre, también inesperada.
La noticia ha conmocionado a la sociedad por tratarse de una saga muy conocida, pero no se trata de una situación infrecuente. Accidentes de tráfico, situaciones de guerra o sucesos trágicos hacen que muchas personas tengan que enfrentarse a un duelo múltiple, algo para lo que el cerebro humano, como señala Ferreiro, "no está preparado".
"La muerte de un hijo es algo tan devastador que ni siquiera hay palabras en el diccionario para señalar el concepto. Sabemos lo que significa suicidarse o perder a los padres, pero la muerte de un hijo es muy fuerte. Dentro del estrés post-traumático, el mayor trauma que puede experimentar una persona es la muerte de un hijo".
Cuando a la pérdida del hijo se suma otra reciente, ¿qué sucede en nuestras emociones y en nuestro sistema de creencias? "En un caso de duelo múltiple, se te rompe la vida en mil pedazos, es de una intensidad amplificada que no podemos imaginar. El cerebro no puede procesar tantas pérdidas a la vez, sobre todo cuando son tan inesperadas. En estos duelos múltiples hay muchas personas que se aíslan socialmente, que tienen muchos sentimientos de culpa. Si no se trabaja, hay altas probabilidades de desarrollar trastornos de ansiedad o depresivos, insomnios crónicos... Es una muerte en vida", asegura la experta.
En este caso, la superposición de duelos complica el proceso: "Cuando el duelo es por una pérdida, se trata de una dinámica lineal. Suele haber una adaptación, sobre todo si es lo que llamamos 'ley de vida': los hijos entierran a sus padres, pero nunca una madre entierra a un hijo. Los duelos múltiples, si son además traumáticos, son muy complejos. El dolor es una ola que vamos surfeando, y ahí cuenta mucho la 'redarquía', la red de amigos y familiares que puede ayudar".
Cuando todo se rompe, ¿quién o qué puede ayudar a recomponer esa vida? "Como decía, la 'redarquía', la red de amigos y personas cercanas, y también embarcarse en nuevos proyectos. Fue el caso de Ana Obregón cuando murió su hijo y creó su fundación. Algunas otras personas necesitan terapia psicológica y otras, medicación, ansiolíticos o antidepresivos".
Para la experta, las personas del círculo cercano de la familia afectada pueden, literalmente, salvar vidas. "El entorno es fundamental. Lo que suele ocurrir es que el entorno está muy pendiente las primeras semanas, el primer mes, y luego sigue con su vida. Pero lo aconsejable es que estén pendiente años porque juegan un papel fundamental. Al final, trasladan muchísimo apoyo, muchísima empatía, aunque hay algunos aspectos que conviene evitar y otros que hay que reforzar". ¿A qué se refiere la psicóloga?
"Al ser un duelo múltiple, estamos ante un escenario muy complejo. Algo normal sería experimentar ira, tristeza, confusión o soledad... Se tiene que pasar por todas esas fases y a veces se pasan en un mismo día. También es normal no poder concentrarse, no poder dormir, olvidar cosas... En cuanto a cambios físicos, el más evidente es la pérdida de peso, se 'cierra' el estómago y todo el cuerpo se altera (hay frecuentes dolores de cabeza o problemas gastrointestinales). En un duelo múltiple, también hay aislamiento social, incluso obsesiones de pensar en las personas fallecidas. Se puede llegar a sentirlas o a 'hablar' con ellas. Eso es normal", asegura la experta.
El duelo patológico comienza cuando la duración supera los dos o tres años. "Son procesos muy largos", sostiene Ferreiro, antes de compartir otras señales de patología: "Cuando hay un intento de suicidio, hay que recurrir a la ayuda profesional. Además, si llevan muchos días, incluso semanas, sin dormir o durmiendo mal y no hay un comportamiento funcional o normativo (cuesta ducharse o asearse, salir a la calle, comprar, pasear...) hay que gestionarlo".
Ferreiro insiste es que esos tipos de comportamiento se dan cuando el trauma avanza. "Al principio, lo normal es estar en shock, una especie de anestesia para superar el momento. A veces, el cerebro 'desconecta' las emociones y las personas se sienten como robots porque están muertos en vida. Cuando pasan unas tres semanas, es cuando puede venir la tristeza muy profunda, la culpa, el miedo o la autodestrucción. Y luego, poco a poco, la adaptación".
Cuando hay menores afectados por la pérdida de varios familiares, las redes de apoyo se multiplican, pero, curiosamente, los niños tienen más recursos que los adultos para superar el trauma. "Tienen peor pronóstico los mayores. Los niños experimentan un proceso que se llama la poda neuronal o poda sináptica por el que se deshacen de todos los recuerdos traumáticos. Por eso, por ejemplo, en situaciones de guerra los niños son los que mejor sobreviven. El cerebro se forma hasta los 25 años y los niños, aunque el duelo múltiple es un tema muy complejo, sí que tienen herramientas para poder adaptarse mejor", asegura la experta.
En cualquier caso, hay que estar pendiente en los primeros meses de que no ocurra alguna de estas situaciones:
En este último caso, la psicóloga advierte de que hay que compartir la situación con cariño, pero sin disfrazar la realidad. "También hay que tener cuidado con lo que escuchan en el colegio. A veces, sin mala intención, se puede ser cruel y retraumatizar al niño. Hay que ser claros: no utilicemos eufemismos. 'Mamá no se ha ido a dormir y no se despertó', por ejemplo, nunca debería decirse. Lo que conseguimos es el que el niño tenga pánico a dormirse", señala.
Como con los adultos, es fundamental validar sus emociones, hacer actividades que les permitan expresar su dolor y mantener sus rutinas. Respecto a los rituales de despedida, ¿hay que incluirlos? "Yo estoy a favor de que se les incluya lo que se pueda porque la muerte forma parte de la vida", asegura la experta para quien, cuando el tiempo pasa, la situación se acepta y el duelo remite, queda otra asignatura pendiente: la nueva dinámica y las nuevas relaciones. "Un duelo provoca cambios en las jerarquías familiares porque se da una reasignación de los roles, con nuevas personas 'anclas'. Además, las relaciones cambian: a veces se fortalecen y a veces surgen tensiones por conflictos no resueltos y se destroza la relación. La comunicación y la conversación familiar también cambian: se puede hablar abiertamente de dolor, sobre todo ante situaciones o fechas señaladas; por ejemplo, cumpleaños, vacaciones, navidades... El síndrome de la silla vacía te mata por dentro".