Que la piel sea el órgano más grande del cuerpo humano tiene que tener un sentido más allá del 'packaging'. El tacto (y el contacto) no pueden limitarse a la función somatosensorial, utilitaria, que nos permite interactuar con la materia. Pero es precisamente esa interacción con otras pieles lo que nos mantiene vivos como especie. El contacto físico es consustancial a la vida entendida como biología, y sin embargo, he aquí el quid del asunto, es también imprescindible para eso que algunos llaman salud mental y otros llaman simplemente 'alma'.
Que las relaciones humanas cercanas y constantes son imprescindibles para el bienestar no lo decimos nosotros. De hecho, uno de los estudios más importantes sobre esa entelequia llamada 'Felicidad', el que se lleva conduciendo hace más de 80 años en la Universidad de Harvard, ha arrojado conclusiones que no por sencillas son menos profundas. “Lo realmente sorprendente de este estudio es que podemos asegurar que nuestras relaciones, y cuán felices somos en nuestras relaciones, tienen una poderosa influencia en nuestra salud -nos decía aquí Robert Waldinger responsable actual de la investigación- Cuidar de nuestras relaciones es una forma de cuidarnos a nosotros mismos”.
"Los beneficios del contacto físico son claros, ya que provoca que el cerebro libere oxitocina, lo que nos hace sentir una conexión emocional natural que nos aporta paz, confianza y un estado de ánimo positivo, y reduce el estrés -sostiene Enric Soler, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)-. La presencialidad del contacto físico favorece que las relaciones interpersonales sean de más calidad, fomenta que sean más sólidas y combate la soledad; y a nivel corporal reduce la tensión arterial, fortalece el sistema inmunológico e incluso reduce la percepción subjetiva del dolor".
Este último dato está apoyado por estudios como el de la Universidad de Utrecht, que prueba que el contacto físico alivia el dolor crónico en enfermos de Parkinson de una forma más eficiente que los analgésicos. Así, la ausencia de contacto físico no solo penaliza todos esos beneficios, sino que provoca que "el cerebro libere cortisol, una hormona vinculada al estrés, con lo que somos más propensos a la depresión, la ansiedad y un estilo de apego evitativo", apunta el profesor.
¿Hay alguna forma de compensar la ausencia de contacto físico y mitigar sus riesgos? "Por supuesto, con otros tipos de contacto físico", afirma el profesor. "Por ejemplo, con mascotas u otro tipo de animales. Son indudables los beneficios del contacto con perros, gatos, etc.". Estos beneficios se han refrendado gracias a investigaciones como la de la Universidad Estatal de Washington, que en un estudio comprobó que interactuar físicamente con perros y gatos durante diez minutos reducía los niveles de cortisol.
Los avances también propician nuevas alternativas, y, por ejemplo, empieza a ser habitual el uso de robots no solo como asistentes personales o ayudantes, sino también para combatir la soledad, como puede comprobarse en un estudio realizado por el Instituto de Neurociencia de los Países Bajos, en el que se señala que el contacto físico con un robot aporta los mismos beneficios para la salud física que con un humano, aunque los beneficios para la salud mental sean menores.
"¿Quién no tuvo un osito de peluche con el que dormía más a gusto abrazado a él? No nos asusta tanto como la posibilidad de vernos abrazados a un robot en un futuro, pero al fin y al cabo es lo mismo", apunta Soler. Aunque nunca podrán suplantar por completo las interacciones humanas, pueden ser un buen apoyo para aquellas personas que lo necesitan.
"Los beneficios del contacto físico con un objeto no son comparables con el contacto con otros seres humanos, pero sí lo son en función de la percepción subjetiva de cada uno", explica el profesor de la UOC, y subraya su importancia a la hora de tratar incluso ciertos traumas, "como puede ser una víctima de abuso sexual infantil, que cuando sea adulta preferirá el contacto físico con una mascota o un robot antes que con un ser humano como el que le hizo daño".
A pesar de los avances de las las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), Soler incide en la importancia del contacto físico como pilar en las relaciones humanas. Según indica, "es indispensable en el correcto desarrollo de los niños y las niñas desde el mismo momento de nacer. ¿Qué es lo primero que se hace, a toda velocidad, después del trauma que implica el parto para el bebé? Ponerlo encima del pecho de su madre. Ahí se produce el primer efecto beneficioso del contacto físico entre ambos", y es algo que se va a seguir aplicando en otros ámbitos. Poniendo otro ejemplo: "En el teletrabajo se persigue una fórmula mixta con presencialidad, de forma que haya un contacto directo sin la mediación de artefactos y un mínimo de contacto físico".
Con respecto a las TIC, todo depende de la forma en la que se usen. Como afirma Soler: "Es evidente que en una comunicación a través de las TIC no es posible el contacto físico; sin embargo, facilita las posibilidades de interaccionar con otras personas con las que podemos tener un contacto físico en otro momento".
Las TIC han acelerado su presencia debido a circunstancias como la pasada pandemia de covid: "Antes de la pandemia nunca imaginamos a personas mayores usando una tablet para comunicarse con sus nietos, o haciendo reuniones de trabajos virtuales", apunta Soler, "pero en ese momento había una necesidad: o usábamos las TIC o no había alternativa".
A esto añade que "una vez superada la pandemia, hemos evaluado qué usos descubrimos como útiles o cuáles sirvieron para sacarnos del atolladero, pero que luego hemos redimensionado".
Más allá de esas circunstancias puntuales, algunas personas rehúyen el contacto físico. ¿Por qué hay gente que ha perdido esa necesidad de relacionarse de forma física? "Una de las posibles causas (hay muchas) podría ser, por ejemplo, un trauma derivado del contacto físico, como un abuso sexual o violencia física infantil. En este ejemplo concreto, lo recomendable es poder reparar ese trauma, en vez de seguir perpetuando las secuelas con la ayuda de las pantallas", asegura Soler, a lo que añade que "es evidente que somos seres relacionales y que el aislamiento radical del contacto físico se puede considerar un síntoma al que prestar atención".